Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No Sólo de Pan...

De comprender las verdaderas causas

H

ay causas-efecto que son evidentes y otras que sólo lo parecen, que necesitan reflexionarse para sacar el verdadero orden de la relación, ¿qué fue primero: la gallina o el huevo? Un ejemplo cercano, allá de la frontera norte, sería: las frecuentes matanzas al azar en lugares públicos; ¿tienen por causa el miedo de los estadunidenses, que reivindican su memoria de colonizadores acechados por los apaches y hoy por negros y latinos, impidiendo con su voto mayoritario que se controle la posesión y portación de armas en Estados Unidos? Así pareciera, pero la causa verdadera está en otra parte: en el sistema productivo paradigmático de dicho país, cuya lógica intrínseca está en la producción de mercancías, cuya venta es vital para el ciclo de acumulación de capital, renovado e imparable so pena de destruir el sistema.

Probablemente las mercancías estadunidenses más competitivas, tanto en su mercado interno como en el mercado mundial, por su constante desarrollo tecnológico, son las armas, desde las más simples hasta las nucleares, pasando por toda una gama a cuál más de letales. Sería, pues, un contrasentido del sistema que el gobierno hiciera un referéndum, tras las masacres, para sondear el control de la venta de armas, pues la voluntad política no es ajena al sistema económico.

Las mercancías, sin importar su valor de uso, ¿para qué sirven, qué tanta vida útil tienen, cuántos componentes indestructibles y contaminantes tienen?, deben ser vendidas, usadas, desechadas y repuestas por el último modelo, en ciclos ciegos que mantienen al sistema salvaje del neocapitalismo. Si las armas son una de estas mercancías cuyo uso está a discreción del consumidor, la industria mal llamada alimenticia, que prefiero llamar industria de comestibles, porque sus productos pueden comerse pero no alimentan, arroja mercancías que son adquiridas y consumidas por una inducción que oculta la relación de estas mercancías con la obesidad y la diabetes, entre otras cosas.

En efecto, con increíble mala fe, voceros gubernamentales, muchos de ellos egresados de escuelas superiores de nutrición, anuncian que la causa de estos males son las fritangas, los tamales, las guajolotas, los aguacates…, es decir, la comida tradicional que, durante siglos, si no es que milenios con otras grasas, nunca enfermó ni deformó a poblaciones enteras. En cambio, estos expertos evitan denunciar la producción masiva de comestibles inapropiados para el consumo humano, en el mejor de los casos, y tóxicos en el peor, y no lo develan porque la producción de estos comestibles proviene de consorcios trasnacionales que monopolizan, desde la producción agraria de monocultivos, la de químicos para potenciar su productividad, la industria química de alimentos para fabricar comestibles atractivos a la vista, el olfato y el gusto, con deliberada introducción de adictivos, sin contar con que también poseen la industria de los empaques y el aparato publicitario para inducir su consumo. Así, los mexicanos nos vamos convenciendo de que debemos sustituir nuestra comida tradicional por un plato de bien comer arreglado conforme a productos industriales identificables.

¿Cómo luchar contra la lógica de la acumulación del dinero que borra de las prácticas humanas lo que no arroje ganancia, desalojando campesinos productivos para ganar en tres frentes: vendiendo sus tierras, abaratando el precio de su trabajo y monetarizándolo para volverlo consumidor de comida chatarra y de medicinas, en el ciclo infernal de acumulación de capital contra la vida humana y del Planeta?

Con todo, la acumulación del dinero también enferma de otro modo a sus propietarios y contagia a quienes deberían velar por la salud de sus gobernados, nadie se salva. Además, por otra parte, existe un nosotros libre de la carga de la lógica neocapitalista, quienes, conscientes, no sólo podemos cuidar nuestra salud, sino que estamos obligados a luchar al lado de quienes han sido empobrecidos no sólo por falta de medios económicos, sino porque esos medios ya están destinados por el sistema para adquirir comestibles chatarra, paliativos del hambre que mantienen al individuo sin claridad mental ni fuerzas para luchar y decidir por sí mismo. Pero tal vez esta estrategia del capital no funcione eternamente y la falta de alimentos sanos saque fuerza de flaqueza para que la gente distinga las causas de las consecuencias, renazca la esperanza y se atreva a actuar en defensa propia y colectiva. Que así sea.