Por primera vez exhiben sus pinturas en ese país, a casi medio siglo de su fallecimiento
La exposición en el MoMA se centra en obra creada en los años 20
Inventó la iconografía de la antropofagia, movimiento que ideó una cultura devorada por la influencia de Europa
Quiero ser la pintora de mi país, escribió Do Amaral desde París en 1923, a los 37 años. Arriba, dos de las obras que se exponen en el recinto neoyorquinoFoto Afp
Domingo 18 de febrero de 2018, p. 2
Nueva York.
Fue una mujer la que inventó el arte moderno en Brasil. Se llamaba Tarsila do Amaral, y llega a Estados Unidos por primera vez con sus cactus sensuales y sus humanos de enormes pies, tras casi medio siglo de su muerte.
La primera exposición monográfica en Estados Unidos de esta pionera, que se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), se centra en los años 20, cuando la artista viajaba entre París y Sao Paulo, digiriendo el arte de estos dos mundos.
Nacida en 1886 en una familia de la élite paulista y criada en una hacienda en las afueras de Sao Paulo, Tarsila inventa la iconografía de la antropofagia, el movimiento que imaginó una cultura brasileña nacida de la digestión simbólica de las influencias europeas, un canibalismo artístico
que liberaría finalmente a Brasil del trauma colonial.
Quiero ser la pintora de mi país
, escribió desde París a su familia en 1923, a los 37 años.
Forzar los límites
Fue también una pionera al divorciarse en esa época. Ya con su única hija nacida de su primer matrimonio, volvió a casarse con el poeta Oswald de Andrade, y junto a él y poetas como Mario de Andrade formaron el Grupo de los Cinco, que discutía de poesía y de arte mientras viajaba por Brasil.
En algunos de sus viajes los acompañaba el poeta suizo Blaise Cendrars, para quien Tarsila ilustró el libro Hojas de ruta.
Fue un regalo de cumpleaños para Oswald, un cuadro pintado en 1928 de una figura elongada tan alta como un cactus en flor y donde predominan los colores de la bandera brasileña, el que inspiró a este poeta a escribir su Manifiesto antropófago.
Oswald llamó a la obra sin nombre Abaporu, combinación de dos palabras de la lengua indígena tupí guaraní, aba (hombre) y poru (que come carne humana).
Esa pintura y otras dos incluidas en la exposición forman el tríptico oficioso de sus grandes obras maestras.
Son la anterior La negra, la radical imagen para la época de una mujer negra desnuda, para el curador Luis Pérez Oramas una de las grandes bañistas del arte moderno
, que evoca la emancipación racial y política en uno de los últimos países en abolir la esclavitud, en 1888, dos años después del nacimiento de Tarsila. Y la posterior Antropofagia, donde la artista fusiona esas dos pinturas para ofrecer una representación inédita de la naturaleza brasileña y la figura humana.
Tarsiwald
Muchas décadas antes de las combinaciones de nombres de parejas famosas de Hollywood en estos últimos años, ya teníamos a Tarsiwald, como los bautizó su amigo Mario de Andrade en una poesía: Tarsila y Oswald, dúo inseparable en su historia de amor caníbal.
Para Tarsila, que en París estudió en la afamada Académie Julian y con el artista cubista Fernand Léger, el cubismo fue como la escuela militar
. Pero a su destreza como pintora añadió precisión matemática en la distribución de la composición y el color.
Tarsiwald tuvo un final infeliz. Oswald dejó a Tarsila por una actriz más joven en 1930. La artista, sola y al borde de la quiebra, pintó ese año una sola obra, maravillosamente triste: una mujer vestida de lila, de pie y de espaldas al cuadro en una vasta llanura, con una larga cabellera ondulada que se escapa del marco como el humo de una chimenea.
Con la crisis de 1929 que hizo colapsar la industria del café, y la llegada al poder de un gobierno autoritario, Tarsila abrazó el activismo social en su pintura, por ejemplo en Operarios, donde refleja la industrialización, así como el crisol de razas y el mestizaje en Brasil.
Volvió a casarse, esta vez con el intelectual marxista Osorio César; tuvo exposiciones en Rusia y antes de su muerte, en 1973, ingresaría al canon brasileño gracias al movimiento Tropicália, de Helio Oiticica, Caetano Veloso y Gilberto Gil, entre otros, que abrazó los preceptos de la antropofagia.
Para ellos, era ya hora de que la saturada y cansada Europa devorase a su vez a Brasil y su cultura. Porque, como escribió Oiticica, protagonista de una exitosa exposición en el Museo Whitney de Nueva York el año pasado, antes de que los portugueses descubrieran Brasil, Brasil había descubierto la felicidad
.