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Masa con o sin nixtamal: respuestas femeninas ante los programas sociales
Katia Yetzani García Maldonado [email protected] Con el paso de los sexenios hemos observado con tristeza e indignación cómo algunos de los programas de alimentación en México han objetualizado a las mujeres indígenas como si fueran una masa moldeable y excluyente. Sin embargo, pretendo “voltear la tortilla” para mostrar que las mujeres indígenas de una comunidad del Estado de México (se omite el nombre de la comunidad por motivos de confidencialidad) no actúan como meras receptoras de programas, sino que responden ante esas condiciones de sometimiento para construirse como sujetos sociales de resistencia en contextos amplios dominados por el sistema capitalista-neoliberal, representado, en sentido figurado, por el nixtamal. Comenzaré describiendo el programa Apadrina a un Niño Indígena (ANI), el cual adquiere una dinámica especial al ser considerado un apadrinamiento político, reforzando la ideología patriarcal del Estado en la que las mujeres son consideradas objetos de obediencia a la política más que sujetos políticos. Casi me voy de espaldas cuando observé que para recibir su despensa se tienen que tomar fotos en colectivo, sosteniendo un folio frente a su cuerpo y alineadas, ¡cómo si fueran reas del gobierno o cifras! Platiqué con ellas para comprender la forma en que lo viven. Me explicaron que aceptan esta situación porque lo ven como una retribución, consideran que el gobierno les está haciendo un favor y ellas tienen que poner de su parte. Incluso, pueden llegar a favorecer a ciertas personas o partidos políticos. Esto refleja la manera en que los programas sociales pueden incrementar la vulnerabilidad de las mujeres indígenas, de por sí expuestas a condiciones de desigualdades sociales y de género y que al recibir estos programas como “dádivas” siguen expuestas a una dominación externa. Se trata seguramente de clientelismo político; sin embargo, las mujeres indígenas lo viven de una manera especial al ser parte ya de su forma de obtención de recursos y que las pone “entre la espada y la pared” y “no se pueden negar”, tal como me comentó una de ellas. Los programas sociales no funcionan como imposiciones mecánicas externas a las realidades locales, sino que se articulan con los modos de vida de las personas a las que van dirigidos. Su discurso es apropiado y transformado por las y los miembros de las comunidades que las reciben. En el Comedor Comunitario Sin Hambre (CCSH) y en el Desayunador Escolar Comunitario-DIF (DECD) se utiliza el término de “participación comunitaria” para legitimar la carga de trabajo que implica para las mujeres realizar todas las actividades que les indican los programas. Sin embargo, como retribución por su trabajo, ellas se llevan a sus casas las sobras de la comida elaborada con los productos del programa, ¿por qué?, “porque se lo ganó”, tal como una de ellas me explicó. Bajo estas presiones, no tienen tiempo para insertarse en el mercado laboral y, por lo tanto, no pueden llevar a cabo actividades que contribuyan a obtener seguridad alimentaria por la vía de la producción, de la reactivación de la agricultura campesina y del ingreso propio.
Finalmente, voy a hablar sobre la ausencia del maíz nativo en estos programas. En el CCSH se distribuye harina de maíz industrializado, influyendo en el remplazo del consumo de maíz nativo, el cual forma parte de las prácticas locales de alimentación. Una de sus respuestas ante este cuestionamiento fue: “¿qué quiere que hagamos?, nos la mandan, la tenemos que usar”. Además, las despensas del DECD y ANI no contienen maíz, tortillas, ni harina de maíz, pero sí verduras enlatadas o soya texturizada, ocasionado la transformación paulatina de los repertorios alimentarios locales. El maíz nativo representa la capacidad y posibilidad de autosuficiencia alimentaria del país, sin embargo, son los propios programas sociales los que desvalorizan y minimizan su presencia en la comunidad. De cierta manera, el gobierno parece más preocupado por apoyar a la industria alimentaria que por promover el consumo de maíz nativo, lo cual pude significar una desvalorización de la fuerza de trabajo de las mujeres en sus cocinas locales, de las campesinas y del maíz nativo en sí. Esto pone en riesgo la bioseguridad alimentaria y agudiza las desigualdades sociales del país. A pesar de este panorama, presento la manera en que las mujeres responden a la ideología patriarcal de los programas, lo cual nos ofrece la esperanza del desarrollo de una conciencia individual e intelectual para construirse como sujetos sociales, pero no de política sino de resistencia para transformar en otro sentido su condición humana, tal vez inesperada para el Estado.
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