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El maíz en los rituales políticos Martha Patricia Castañeda Salgado
La importancia del maíz para los pueblos mesoamericanos está ampliamente documentada. Ocupa un lugar central en sus concepciones del mundo, en la economía, las prácticas alimentarías, la organización social y la vida ritual de millones de personas en México. El centro de esta colaboración radica en relevar los usos rituales del maíz por parte de mujeres indígenas organizadas. Como parte de una potente movilización que se viene dando desde décadas atrás, las indígenas organizadas otorgan reconocimiento a las guías espirituales que dirigen los rituales propiciatorios con los inician las reuniones políticas en las que se intercambia información, se toman decisiones y se acuerdan los siguientes pasos a dar en la exigencia de respeto a los derechos de las mujeres y pueblos indígenas. También celebran rituales de cierre de ciclo con los que dan por concluidas esas reuniones. En todos esos rituales, las mujeres protagonizan la dirección del ritual, validando la autoridad que las guías rituales despliegan por contar con profundos conocimientos sobre el ritual mismo y sobre las cualidades de los alimentos, objetos y otros elementos que conforman la ofrenda para asegurar que los ancestros, las ancestras y las fuerzas del universo las acompañen en sus trabajos. Al finalizar las reuniones políticas (asambleas, foros o talleres de formación), el ritual sella pactos, restablece los equilibrios que pudieran haberse desestabilizado o resuelve los posibles desacuerdos que se hayan suscitado entre las participantes a lo largo de las discusiones. En todo ello, el maíz es un elemento central porque posee una cualidad cordial, es decir, ni fría ni caliente. También se le reconocen cualidades conciliatorias, pues borra las diferencias propias de la especificidad de cada organización y pueblo indígena, erigiéndose en un alimento/objeto/símbolo compartido por mujeres que provienen de grupos y pueblos que pueden ponderar elementos particulares de sus respectivas cosmogonías, pero que encuentran en el maíz el punto de unión por encima de sus particularidades.
En la celebración del ritual, el maíz también es un testigo simbólico de los procesos que asocian jerarquías, prestigio y reconocimiento entre mujeres. Tanto las guías espirituales como las lideresas políticas y el conjunto de participantes ponen en juego sus atributos de género como cuidadoras de la vida, entre cuyas prácticas se incluye el trabajo dedicado al cultivo y conservación de las semillas nativas, al cuidado de la naturaleza y al cuidado de la armonía en sus relaciones sociales, orientado por una profunda ponderación del respeto a la dignidad propia y de las demás. Al mismo tiempo, renuevan los vínculos simbólicos que las unen con sus pueblos y organizaciones, pero también con todas las entidades inmateriales que las rodean, acompañando sus vidas tanto en la cotidianidad como en los momentos extraordinarios, a través del diálogo que establecen con el maíz y del reparto que hacen de todos los elementos colocados en la ofrenda -particularmente las semillas, pues al recibirlas se adquiere el compromiso de sembrarlas y conservarlas-, mismos que sufrieron una transformación durante el tiempo en el que formaron parte de un todo. El maíz se agradece a la Madre Tierra y al maíz se le agradecen sus bondades. El maíz está presente en el ritual a través de las mazorcas, los granos, las tortillas, los tamales. Las mujeres participan en su producción, cosecha y distribución para satisfacer las necesidades de autoconsumo, de preparación de la nueva siembra y de su transformación en los alimentos que, además de garantizar la vida, constituyen la base de una cultura alimentaria ancestral. El hecho de que las guías espirituales lo invoquen como elemento identitario, lo manipulen, lo transmuten y lo distribuyan forma parte de una transgresión de género que no se refiere a su participación, pues ésta es posible gracias a que pueden llevarla a cabo y son reconocidas como autoridades rituales en sus contextos de vida cotidiana, sino por la intencionalidad, los discursos y los arreglos políticos que impulsan o potencian mediante el ritual. De esta forma construyen nuevos contenidos, atribuciones y distribuciones del poder político que generan a través de y entre sus organizaciones, así como en sus esfuerzos de interlocución con la sociedad no indígena y con el Estado.
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