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Sobre la energía que cocina las tortillas
Ana Gabriela Rincón Rubio [email protected] Los discursos que llaman a la salvaguarda del maíz nativo en México ocultan las desigualdades de género que existen en torno a la producción y consumo de este grano, sobre todo a nivel de acceso y control de los recursos. Una de esas desigualdades es el acceso a la energía. En múltiples poblados rurales, las tortillas y otros alimentos son cocinados con combustibles de biomasas, como leña, basura y otros desechos biodegradables poco eficientes. La pobreza energética afecta de manera diferente y más severa a las mujeres, debido a que la recolección de combustibles y la preparación de alimentos son trabajos que recaen mayoritariamente en ellas. Estas actividades les exigen gran esfuerzo y tiempo, además de ser peligrosas al exponerlas a fracturas, esguinces, trastornos de espalda, abortos, ataques de animales, violencia sexual durante la recolección de biomasa, quemaduras, enfermedades respiratorias, de la vista y de la piel por exposición al humo. En la década de 1970 se defendió que era importante el proporcionar fuentes de energía que reemplazaran la energía de las mujeres invertida en las actividades de reproducción, como la recolección de agua y combustible, la agricultura y la transformación de alimentos. El tema central fue cómo abordar la energía humana en el análisis energético. Este trabajo no fue continuado, debido a que los analistas se sintieron incómodos al comparar fuentes de energía inanimadas -como gas y petróleo- con la energía metabólica gastada por los seres humanos y los animales. Aun así, han existido esfuerzos como la construcción de cocinas ahorradoras de leña, pero estos proyectos no siempre han sido exitosos, debido a que no se ha profundizado en el aspecto sociocultural que repercute en su aceptación, incluido el punto de vista de las mujeres a quienes van dirigidas estas tecnologías. Asimismo, no se trata solo de incrementar la eficiencia de los mismos combustibles, sino de transitar hacia un nuevo modelo energético más sostenible y justo, con la capacidad de desplazar al modelo actual dependiente de fuentes fósiles, monopólico, contaminante y androcéntrico.
Retomamos este debate proponiendo que el uso de energía renovable con perspectiva de género y con aproximaciones antropológicas serias puede ser una pieza importante para preservar la cultura del maíz en México sin que ésta dependa de las desigualdades de género. El tiempo y los riesgos que se toman en la transformación del grano de maíz en tortillas pueden aminorarse utilizando alternativas al metate, fogón y comal, sobre todo cuando se tienen diferentes opciones que pueden variar de acuerdo con la temporada del año y del ciclo agrícola, como bombas de agua, molinos, estufas, comales y secadores basados en energía solar o eólica. La tecnología renovable diseñada para estos fines debería apegarse a las necesidades prácticas y culturales de las localidades; sin embargo, no se debe temer a la modificación de ciertos patrones de cocina, ya que estos cambios pueden impulsar la reorganización equitativa de las relaciones de género alrededor de la preparación de alimentos. Lo que no significa el abandono repentino y total de los instrumentos tradicionales que forman parte importante del imaginario cultural mexicano; más bien, las tecnologías renovables añaden posibilidades de elección para las personas que cocinan, factor trascendente para el éxito de estos proyectos. De esta manera, una “tortilla sostenible” debería incluir al menos tres soberanías: la alimentaria, fundada en los maíces nativos; la energética, apoyada en el uso descentralizado, autónomo y ético de las fuentes de energía renovable; y la propia soberanía de las mujeres, basada en la reapropiación del uso de su tiempo y energía vital.
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