Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En espera del amor
E

nlazo poesía arábigo-andaluza sobre el amor, traducida por el erudito investigador Emilio García Gómez, con la de don Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote de la Mancha y que llevan como común denominador la espera en el amor. Dice Omar Ben Omar:

“La Cárcel
“Mi calabozo es negro y lóbrego como la noche; oscuro en los contornos, pero del todo tenebroso en el centro.
Y mientras que él es negro, las blancas flores le rodean por fuera, del mismo modo que la tinta está encerrada en un tintero de marfil.
Don Quijote vive en la jaula
humillado
Dulcinea en espera… espera…
De aquello que Dulcinea
nunca pudo decir…

Es bueno iniciar todo texto con una pregunta. ¿Todo texto? Más valdría decir una vida. ¿No es la vida una pregunta? Mas, ¿cuál fue la pregunta de Dulcinea? ¿Qué enigma se esconde detrás de ella? Parece que ella misma se erigió en pregunta, en incógnita, en la pregunta no contestada de don Quijote. Pero, ¿fue ese el destino que ella escogió, ser tan sólo una fantasía, una Antígona en la Mancha?

Dulcinea trascendió el tiempo y el espacio buscando nuevas leyes para dejar de ser sólo una quimera, una ilusión, una pasión impronunciable, midiendo su tiempo en relojes de arena, escapando de la certera saeta que le haría el alma. Condenada a ser sólo eso: una quimera.

Exiliada de su cuerpo y de su alma, juega un mítico papel, paradoja de la esencia de la mujer: ahogar entre encajes virginales, pasiones terrenales. Plegarias, rezos, nazarenos, penitencias y oscuras catedrales han sido la cruel y despiadada sepultura de la voluptuosidad y del deseo. Heridas milenarias infligidas a un alma y un cuerpo que no escogieron ese triste destino. Murallas y claustros donde sus almas se estremecieron, voces milenarias que claman justicia, dolor y silencio enraizados en los muros, fantasías y sueños que nunca vieron la luz.

Dulcinea demanda, condena, se vuelve síntoma de don Quijote, y espera, tan sólo espera, esa mirada, esa palabra libertadora de las cadenas de la exclusión y de la sentencia y la prisión. Ansía la huida, la reclama con desesperación, no se resigna a ser condenada a lo impronunciado. Reclama una mirada donde pueda mirarse mujer de carne y hueso, de cálida entraña y caricia suave, de nocturnas pasiones y humedades al alba, amante encendida y no virgen de hornacina.

Sí, Dulcinea ama, pero no se resigna al silencio. Y hereda el sentir de la Tercera España: Al-Ándalus.

(Ver Cueli, José, Cervantes y Freud, La Jornada, México.)