as precampañas llegaron a su pronosticado final sin grandes alegrías, alguna que otra pena y varias discordias. Una corta etapa en la contienda por la Presidencia ha sido superada con errores y ganancias todavía nebulosas para los contendientes y los partidos que los promueven. Tal aseveración no implica que haya posturas y propuestas que ya se conocen con precisión y que afectarán lo que viene para cada uno de los jugadores. Es necesario entonces pasar, aunque sea breve revista, a tales sucesos para situarse en una mejor perspectiva.
La posición más comprometida corresponde a la coalición que encabeza el PRI. La animadversión, el coraje ciudadano y el franco rechazo a lo que implican estas siglas partidarias se ha manifestado con masiva claridad en su perjuicio. De ahí que el lugar ocupado por el candidato presidencial sea, en lo básico, reflejo de la sensibilidad de posibles electores. Un enorme porcentaje de ellos cavilan su voto cargados con ánimo dañino. La parafernalia de esta campaña en particular acarrea modos y ambientes muy conocidos. No se ha introducido variante alguna que pueda destacarse para mejorar la tendencia negativa. Más bien lo tradicional es la constante y, por tanto, los resultados dejan que desear. Cierto que no han sacado a relucir las matracas pero tampoco se alejan de ellas. Han transpirado los tirones internos de ciertos grupos y candidatos menores –Chiapas– reveladores de compromisos y pleitos cupulares. Ha destacado la figura del doctor Mead en ángulos insuficientes para que sea un aspecto definitorio en el aprecio de los electores. Se le ve como hombre de bien y funcionario de capacidad probada, no más para allá. Por ser el partido en el poder, lo que ha sucedido y sigue pasando en el gobierno federal lo afecta de manera directa. Al fardo del pasado deshonesto de innumerables priístas e invitados se le adhiere, con singular peso adicional, el acarreado por el grupo mexiquense, que es de consideración. La conseja de que su campaña y candidato no levantan se ha adherido en buena parte del ámbito público. Las encuestas de opinión han reforzado la crítica al respecto. Ha terminado en un lugar para nada deseable y los cambios deben ser de profundidad si quieren situarse, en lo que resta, en una posición que aspire a disputar la Presidencia.
La coalición que encabeza el PAN y el señor R. Anaya como postulante, tampoco va de gane. Tiene ataduras serias debido a un conflictivo pasado de imposiciones, tanto de los partidos que la integran como del mismo candidato presidencial. El PRD, su aliado principal en la contienda, cojea por varios lados y la sangría que padece no disminuye. El bastión a cargo del jefe de Gobierno –CDMX– se está viendo afectado por controvertidas figuras de militantes de niveles medios y por las fieras disputas por las varias candidaturas en juego. Se aprecian, con la debida trasparencia, cuestionables preparativos perredistas para conservar, con malas mañas, los cargos capitalinos que hasta ahora ostentan.
Por lo demás, la venidera elección se definirá en una media docena de estados clave. Ciudad de México y su zona conurbada del estado de México en un primer lugar. El padrón conjunto es inmenso y pesará sobre manera en el dictado final. Pero quedan, además, Jalisco, Veracruz y Puebla, que tienen padrones importantes. Rondan otros más (Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Nuevo León o Tamaulipas), también con el poder suficiente para inclinar la balanza de simpatías totales.
En todos ellos el PRI y aliados quedan notoriamente rezagados en sus aspiraciones de concitar el voto ganador: en gubernaturas y presidencias municipales. En esos lugares la capacidad de triunfar, según análisis de enterados y estudios de opinión, gravita del lado de Morena. Pero el panismo también dará ahí cerrada pelea.
La coalición encabezada por Morena ha salido menos golpeada que sus competidores. Ha logrado conservar la notoria ventaja asignada a su candidato presidencial. Y esto, sin duda, en un punto crucial a considerar para después. Los modelos que pretenden ser predictivos de posibles resultados le dan, por ahora, porcentajes suficientes de ventaja. El mundo estelar de los comentaristas con salidas a medios se han encargado de prevenir a los ciudadanos del largo trecho por delante: muchas cosas pueden pasar, argumentan con ojo interesado. Es casi lugar común juntarle a AMLO lo que le puede acontecer si recae en errores propios: es su peor enemigo; trampea, él mismo, sus posibilidades. No ha aprendido de sus anteriores tropiezos que le costaron el triunfo, predican con marcada mala leche y esperanzas de extravío. Estas opiniones y frases sueltas, a manera de sentencias, repetidas hasta el agotamiento, han adquirido carta de naturalización en buena parte de la sociedad. No han sido tan pesadas como antes, pero son estigmas que se llevan atadas en una campaña.