os neoliberales trajeron consigo la cicuta que los carcome. Sentenciaron al Estado a vivir en la anorexia, mediante su regla de oro de desregular a los mercados
. Con el catecismo neoliberal operaron en acto inmediato su gran transustanciación: el poder económico devendría poder político sin perder su sustancia económica capitalista: los dos poderes se fundieron en el abrazo que los hizo uno. Como no podía ser de otra manera, los políticos se convirtieron en mercaderes del Poder (con mayúscula) vuelto único, que se pensó invencible.
Los operadores del gobierno se dedicarían en adelante a cuidar con ahínco, fervorosamente, por sobre todas las cosas, a los mercados
. ¡Cuidado!, no movamos nada que pueda inquietarlos; no los rocen siquiera: son tan frágiles…
Los mercados
es el obtuso eufemismo con que los políticos y sus voceros designan a los grandes mercaderes, a los banqueros, a los grandes industriales, a los especuladores; a éstos son a quienes hay que cuidar como si se tratara de la crisálida de una mariposa monarca. Así son los mercados
, créanlo, tan suspicaces y susceptibles…; todo se derrumbará si los rozamos levemente.
Esa política frente a esos frágiles, tiene como contrapartida el individualismo feroz, que tiene muchas aristas, pero sin duda, destaca el trato a los otros, los excluidos (que por supuesto, para los neoliberales no son tales, ni nadie los ha excluido): nada de asistencialismos, cada uno de los adultos que se rasque con sus uñas; los pobres son pobres porque no han invertido en sí mismos, no están capacitados, y no va a ser papá gobierno quien resuelva sus problemas. Basta de andar tratando como infantes a individuos que deben ser responsables de sí mismos y de sus familias. Si a los adultos se les trata como infantes, infantes se quedarán toda la vida. Los neoliberales, a la historia, ni la oyen, ni la ven, ni la entienden.
Como en tantas partes, en México se fue configurando un binomio partidista neoliberal turnista que ha mantenido esa filosofía
, la del ¿y yo por qué?
La persistencia en el tiempo de esa mirada desde el olimpo, tenía necesariamente que resolverse en la pérdida de la legitimidad de los gobiernos neoliberales, y en el quebranto profundo del consenso sin el cual no hay gobierno posible. El espacio de lo social se tornó salvaje: los políticos, en grandes números, se dedicaron a robar como en despoblado; la delincuencia brotó caudalosa y los gobiernos, ocupados en robar, la dejaron crecer y reproducirse sin control: a la narcopolítica quizá nunca lleguemos a desentrañarle su magnitud y su penetración; la corrupción dejó putrefactas grandes áreas de la política y de los gobiernos; la impunidad se volvió el abrigo de hierro de uso cotidiano de la corrupción rampante; las matazones (feminicidios; periodistas; defensores de derechos humanos; desaparecidos
; criminales, que también mueren) han aterrado al mundo.
Estos horrores están desembocando en una más que visible crisis de las élites gobernantes. El panpriísmo opina que AMLO quiere volvernos al pasado; pero es que el binomio neoliberal nos ha llevado al antepasado: la economía dual; un modelo de crecimiento, sin crecimiento, apoyado en las exportaciones de un enclave extranjero; vida paupérrima para los excluidos: nutrición, agua potable, salud, seguridad social, ingresos, educación: todo. Aunque, el antepasado al menos cuidaba para México sus recursos, si bien estuvieron muy mal utilizados. Los neoliberales mercadearon hasta Pemex.
La crisis de las élites es visible: el PRI no pudo encontrar un candidato propio, y el del PAN dinamitó su
partido, del que se había apropiado previamente. La lucha a muerte del PAN contra el PRI, rompe el binomio y muestra otra cara de la crisis de las élites.
Cuando Zedillo vio que Labastida había ganado la contienda interna del PRI, creyó que un dinosaurio reinstauraría el nacionalismo revolucionario, o algo similar. Hizo entonces todo que lo estuvo en su mano, que fue mucho, para hacer a un lado a su
partido, y contribuyó como nadie a operar la alternancia
; por vez primera, vimos que el cambio de partido no significó ninguna alternancia en la conducción neoliberal del país: es lo que se buscaba. No es desechable la hipótesis de que la apuesta de EPN (y de toda la mafia) fue dar dedazo a un candidato que no levantara, para tratar de darle paso a Anaya, buscando asegurar la continuidad neoliberal, Ley de Seguridad Interior en mano.
El miedo va volviéndose coraje entre los mexicanos. La crisis de las élites, y la confusa lobreguez de la vida social mexicana, va poniendo a punto la posibilidad de un cambio de régimen. Y justo porque cualquiera puede verlo, el riesgo de que no ocurra también crece, porque la mayor parte del Poder está entrando en pánico y es capaz de la peor atrocidad para tratar de evitar verse disuelto. La que ha sido la actitud más visible de AMLO, la del sosiego, es producto de unas cifras de posibles electores que lo sitúan lejos en la delantera; esa actitud parece estar transitando a la cautela: por el lenguaje gestual y el hablado: ha dicho algunas cosas por las que lo han apaleado, especialmente en los temas de violencia y seguridad. Pero tiene razón en la cautela.
Morena y Andrés Manuel: frente al nacionalismo del gran capital, de Trump, es indispensable un discurso nacionalista, robusto, para las masas mexicanas, y organizarlas 24x7 con ese discurso (sin descartar la globalización).