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Callejón sin salida
E

n 1992, cuando el torvo gobierno de Salinas negociaba el complicado Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y Estados Unidos, José Ángel Conchello, un panista de viejo cuño, de cuando el PAN era decente, como suele decir mi amigo Herminio Gómez, publicó un libro bajo el sello de Grijalbo, con un título que hoy podemos considerar como profético. Trump da la razón a Conchello, con su estilo amanerado y su impertinencia, confirma que México se encuentra en un callejón sin salida; nos metimos a él por errores imperdonables y hoy, este mandatario del país vecino, un día sí y otro también amenaza con anular el pacto, con cobrarnos el muro o en el peor de los casos con ambas cosas.

El libro de Conchello, hoy difícil de encontrar, se titula precisamente El TLC: un callejón sin salida y en sus 17 capítulos y poco menos de 300 páginas advirtió a quienes entonces negociaban en representación de México (es un decir) y en especial al pueblo y a los representantes en las cámaras del Congreso, de los graves riesgos que nuestro país correría de llegarse a firmar ese instrumento de derecho internacional, lo cual a final de cuentas sucedió. Ahora hay incertidumbre; pareciera que estamos en vísperas de que el tratado llegue a extinguirse, cancelarse, reformarse o lo que se les ocurra, no a nuestros erráticos y asustados negociadores de hoy, sino a los del caprichudo presidente estadunidense.

La advertencia era entonces oportuna: no se metan, no nos metan en un callejón del que difícilmente saldremos, fue su tesis principal. Entrar a esa sociedad con un poderoso y arbitrario gigante, con el que tenemos una vecindad cercana de más de 2 mil 500 kilómetros de extensión, era entonces equivalente a poner en riesgo nuestra soberanía y aceptar de hecho convertirnos en un protectorado disimulado de nuestro colindante.

José Ángel, quien murió siendo senador, años después, en un extraño accidente de carretera, argumentaba en su texto que una vez desaparecida la Unión Soviética, al término de la guerra fría y concluida la rivalidad entre el Este y el Oeste, podría el mundo convivir en una comunidad entre iguales. Sin embargo, la intención inmediata del gobierno estadunidense, que persiste, no fue reconocer y aceptar el fin de la bipolaridad y el surgimiento con ello de un sistema de multipolaridad; su intención fue impedir cualquier competencia, cualquier crecimiento, cualquier asociación sin ventaja para ellos. Se opusieron los estadunidenses a la igualdad en derechos y peso político entre las naciones del orbe y determinaron arrogarse el título de policía del mundo e imponer su hegemonía, en especial sobre nosotros, los latinoamericanos.

La voz de Conchello no fue la única que advirtió el riesgo del oscuro camino al que nos conducía Carlos Salinas; otras voces se escucharon en ese sentido. Un diputado, Pedro Gama, también del PAN, cuando se hizo pública la iniciación de las pláticas preliminares, desde la tribuna de la Cámara de la que formaba parte, renunció a su cargo, quizá apresuradamente y dio como razón su negativa a ser cómplice del paso que daba nuestro gobierno; advirtió que lo siguiente sería la unidad monetaria y a fin del camino, la absorción de nuestra patria por el coloso del que dependeríamos políticamente como ya está sucediendo.

Surgió una Red Mexicana de Acción Frente al Libre Comercio y juristas distinguidos advirtieron que la incorporación a la legislación mexicana de un instrumento internacional cuyo cumplimiento o modificación no dependería solamente de nuestros legisladores, era una injerencia que abarcaba todas las ramas de la actividad productiva y en la práctica equivalía a una renuncia a la soberanía nacional.

Tenían razón; pero ya se perfilaba el nacimiento del PRIAN y el poder de las trasnacionales se imponía inexorable aprovechando muy bien el camino que abría el gobierno neoliberal, entonces al frente del país. Fuimos la viva imagen del perro de las dos tortas; ni conservamos lo que teníamos, una industria menor pero nuestra y una economía rural que nos alimentaba y se perdió, y no ascendimos al primer mundo, como se nos prometía. Unos cuantos sí: los operadores del nuevo modelo ascendieron en riqueza y poder, pero el pueblo se empobreció más.

México, dijo entonces Conchello, se apresuró a la anexión al capitalismo sin entrañas que hoy nos humilla, menosprecia, regaña, babosea y amenaza, sin que nuestros atolondrados gobernantes atinen a encontrar la dignidad perdida. México debió decir no al tratado; quienes hoy asisten a las rondas de su revisión no atinan a decir ni sí ni no; caímos ante la conjunción que señaló Conchello y hoy se repite, entre un país que quiere dominar y un gobierno dispuesto a ser dominado.

Es la hora del pueblo. Él tiene la palabra y tendrá que decir no a las humillaciones, no al tratado y no a la dependencia económica. El momento es propicio y no habrá otro.