Sábado 20 de enero de 2018, p. a16
Hay voces emblema.
Ondean, penden, flamean. Perduran.
La voz de Dolores Mary Eileen O’Riordan Burton es una de ellas.
Niña, cantaba historias en su aldea.
Cuando dejó de hacerlo, hace apenas unos días, el lunes 15 de enero a muy temprana hora cuando la encontraron inerme en un cuarto de hotel londinense, y por la noche la habían visto feliz porque estaba ahí para grabar una nueva versión de su emblemática Zombie, el mundo se conmovió, se miró al espejo y algunos sintieron miedo de morir tan jóvenes, mientras otros voltearon para ver nada y unos más nos metimos de clavado al océano de música que dejó, en busca, todos, de respuestas.
No hay respuestas. Sólo música. Y un secreto.
¿Cuál es el secreto a voces de la voz de Dolores O’Riordan?
Es descomunal, se llama, con nombre y apellidos: La Honda Tradición Cultural Irlandesa.
Desde el lunes he re-escuchado las Obras Completas de Dolores O’Riordan. Un océano.
Re-descubrimientos varios ocurrieron. Debo decir, por delante, que re-escuchar el disco inaugural: Everybody else is doing it, so why can’t we?, me puso la piel chinita: me hizo re-vivir.
Volví a vivir la alegría de aquel marzo de 1993 y en consecuencia todas las alegrías que desde entonces han ocurrido bajo esa lluvia de polen, esa cascada de acacias, esa caricia enternecida en una voz mecida en una hamaca de amapolas: la sección de cuerdas de una orquesta sinfónica tiende una melodía inocente, fresca, niña.
Y esa melodía nos acompasa en el misterio. Porque toda música es un misterio y solamente así podemos mencionar, sin entender, cómo una canción de desamor como Linger (si tú, si tú pudieras regresar, sin dejar que arda, sin que se desvanezca, porque sin rudeza te convoco, pero tu actitud me hace pedazos y arruina todo a diario, porque, ¿cómo fuiste capaz de tomar mi mano cuando en realidad mentías? Ataste mi confianza en uno de tus dedos. ¿Dejarás que sobreviva?
) se tornó himno, de la misma manera que en ese mismo disco el track segundo: Dreams, propone más misterio, pero esta vez estrictamente musical por su sentido tan diferente de lo atmosférico, el uso tan peculiar del tempo, el suspense, y el autorretrato, otra vez, pero ahora de cuerpo entero: The person falling here is me / a different way to be
.
Y su canción-emblema, hasta el final de sus días: Zombie (otra cabeza pende humilde y la violencia causa tal silencio que pregunto: ¿qué parte no hemos entendido? En tu mente en tu mente en tu mente siguen peleando con sus tanques y sus bombas y sus bombas y sus armas en tu mente en tu mente en tu mente siguen sollozando los inocentes
).
Desde su dura infancia aldeana en Irlanda, Dolores Mary Eileen O’Riordan Burton ejerció su condición de ser diferente, e hizo la diferencia.
En esa pieza, Dreams, ya está de cuerpo entero el secreto de su voz, cultivada desde niña: un canto en la planicie, arriba de montañas, en sobrevuelo de llanuras, cual berebere, cual tono alpino, a punto de falsete ranchero, en cantinelas hipnotizantes.
No en Dublín sino en el campo es donde mejor se puede heredar la rica tradición cultural celta.
Volteemos a escuchar lo que los técnicos denominan sean-nós: una práctica en mi opinión ritual y en la de los científicos tradicional
, y cuya rama más conocida es esa danza irlandesa tan promocionada y explotada comercialmente pero impoluta en su raíz y condición, insisto: ritual. El shán nós.
En música, necesito que el lector imagine a una persona, hombre o mujer, lo que usted prefiera, cantando frente a la inmensidad de lo que usted quiera: el mar, el viento, la llanura, un mar de gente.
Y esa persona se concentra a punto tal que necesita cerrar los ojos y meter las manos en los bolsillos o enlazarlas en su espalda baja y la materia acusmática es entonces magia pura: eso es el sean-nós.
Ahí tienen entonces a la niña Dolores Mary Eileen O’Riordan Burton: su secreto también se llama sean-nós.
Ah, very important, je: los cultivadores del sean-nós tejen fino, son artistas del detalle, la filigrana, el matiz apenas perceptible, pero que hace la diferencia.
El adorno es esencial en el canto sean-nós. No manierismo, adorno, filigrana, detalle, sutileza, pericia, lo que en el arte barroco recibe el nombre técnico de embellishment. El embellecimiento. El estremecimiento, mi alma.
Los primeros dos discos de Dolores Mary Eileen son fundamentales, definitivos. El resto, desde los de ella ya sin los Cranberries hasta el póstumo: Something else, de 2017, un repaso acústico a la materia de los dos primeros, se vertebra siempre con el sean-nós, de maneras siempre sorprendentes.
Tan sorprendentes como el pop. Si dije que me puso la piel chinita volver a escuchar, re-escuchar, re-vivir los primeros discos de Dolores O’Riordan, díganme, por favor, que soy bien fresa, porque no lo negaré: soy bien fresa, y qué. Jeje.
Pero fresa exquisito: nadie puede negar que la calidad musical de los dos primeros discos de Dolores O’Riordan (con toda intención no he dicho: los dos primeros discos de The Cranberries
, digo y sostengo: los discos de Dolores O’Riordan) se sostiene en el rigor del paso del tiempo y se ubican en el lugar donde le corresponde a los clásicos.
Y su valor agregado es bien bonito: entre otros territorios lindos, espejea la condición femenina, le limpia el camino y la hace florecer. Por eso las mujeres recuerdan estos días puros momentos lindos de su vida acompañada por la voz de Dolores O’Riordan, por igual como hacen las partes femeninas del alma de los hombres.
A veces mi intuición me asusta: el día anterior a la noticia nefasta del lunes, vi en la televisión del lugar donde comía un video reciente de Dolores O’Riordan: la misma voz, el cuerpo ganado en años, y tuve un presentimiento, ahora sé de qué, pero en ese momento vino a mi mente su imagen en movimiento: Festival de Woodstock 25 Años Después (1994): y re-viví dos momentos que definieron esos tres días con sus noches de lluvia y lodo y la mejor música del momento: Bob Dylan en su reino, enfundado todo en negro, desde el hermoso sombrero hasta las elegantes botas, y el otro momento lo viví, re-viví así: por instinto de reportero resulté estar en el sitio donde vi a Dolores Mary Eileen O’Riordan Burton entregar el alma frente al micrófono, bajar corriendo/volando con su diminuto vestido de hada sobre el lodo, aventarse de clavado a una camioneta donde la esperaban sus asistentes, y yacer doblada hacia abajo, en el asiento trasero, extenuada. Feliz. Muy feliz. Levantó la vista, me miró, me regaló una hermosísima sonrisa sudada y le respondí con un beso lanzado con la yema de mis dedos, a dos metros de distancia.
Hoy vuelvo a llevar mis dedos a mis labios, para depositarlos en los suyos, para siempre.
Ahora que no existe la distancia ni el tiempo. Tan sólo el aquí, el ahora.