s cierto: los animales no son cosas y no hay razón para sojuzgarlos como hacemos en granjas, zoológicos y ruedos o depredando su hábitat. La lógica del domador del circo que justifica su crueldad para amaestrarlos es, dice el poeta, la del tirano benévolo, que los salva de la ley de la selva, del cazador furtivo a punta de fuetazos, pinchos, disparos y unas jaulas de hierro.
Los jóvenes, los famosos ninis, nos han mostrado desde su realidad digital lo que sólo algunos sabios conocían en sus laboratorios y centros de estudio: que los pulpos pueden ser más inteligentes que nosotros, que las orcas y delfines transmiten sus conocimientos entre sí con un lenguaje sofisticado y que la memoria de los elefantes nos supera y son capaces de velar a sus muertos.
La caza deportiva –dicen miles de jóvenes que transitan todos los días por el mundo virtual de la web y lo corrobora Tom Regan desde la filosofía y el derecho– es una aberración.
Quienes la justifican diciendo hacer ejercicio, entrar en comunión con la naturaleza como pregonan o apelando al gusto por la camaradería y la satisfacción de dar en el blanco de una presa son una endeble cortina de humo que pretende justificar lo injustificable. Lo practiquen oficinistas sin vida emocional o reyes y jefes de Estado.
Para hacer todo eso bastaría inscribirse con los boy scouts y en cuanto a la satisfacción
de llevar un trofeo a casa es francamente ridículo: se sabe que por la proverbial impericia de las hordas de valientes cazadores citadinos se han creado ranchos de animales salvajes para que, a la hora en que les den de comer, puedan dispararles sin mayor problema y después hacer el ritual de valentía de embadurnarse su sangre y sacarse fotografías.
Los animales, nos dice Regan en su estupendo libro En defensa de los derechos de los animales, no deben ser vistos como recursos naturales que están ahí para nosotros
. Tienen un valor aparte de los intereses humanos
, que por supuesto “no es reducible a su utilidad relativa a nuestros intereses.
Les debemos esto a los animales silvestres, no por bondad ni porque estemos en contra de la crueldad, sino por respeto a sus derechos
.
El estudio de Regan nos muestra que, pese a lo que muchos ignoran, existe la conciencia animal, el recuerdo y las expectativas de futuro como ocurre con nosotros. No sólo responden a estímulos como las plantas se orientan a la luz.
Percepción, memoria, deseo, creencia, autoconciencia, intención y un sentido de futuro: éstos, entre otros, son los atributos destacados de la vida mental de un animal mamífero normal de uno o más años de edad
. Y agreguemos a esto, apunta, “las categorías de emoción, que no carecen de importancia (por ejemplo, temor y odio), y sintiencia, entendida como la capacidad para experimentar placer y dolor, y comenzamos a aproximarnos a una asignación justa de vida mental a estos animales”.
Si compartimos con los animales una naturaleza análoga, podríamos quizá medir nuestra civilización a partir del trato que les damos.