Hasta el quinto asalto, César Juárez perdía la pelea contra Isaac Dogboe, en Ghana. Lo sabía, pero no le inquietaba. El mexicano confiaba en su estilo de resurrección, en ascenso hasta cobrar el control de la pelea. No importaba que en el segundo episodio había caído a la lona por un gancho de zurda del africano que –lo reconoce– pegaba con una fuerza descomunal.

Juárez viajó 30 horas hasta Accra, en Ghana, para disputar el campeonato mundial interino supergallo de la OMB y estaba confiado de que lo conseguiría. Por eso no perdió el control cuando fue derribado y estaba seguro de que desde el cuarto episodio ya empezaba a recuperar la pelea. Pero en el quinto asalto otra vez la zurda de Dogboe lo sorprendió. Le pegó seca y lo mandó de espaldas.

Juárez se levantó aturdido. Trastabilló. El réferi Tony Weeks lo miró a los ojos y lo abrazó. Ni siquiera le dio la cuenta de protección. Sólo movió el brazo para indicar que había terminado todo para el mexicano.

Se equivocó, reclama Juárez desde Ámsterdam, donde hace una conexión para volver a México. La pelea la iba perdiendo, no lo niego, dice con aplomo; Dogboe pega muy fuerte, cuando lo sentí en el primero dije: ¡Ah, cabrón!

Juárez se sorprendió aún más cuando lo derribó en el segundo episodio, ahí sí –reconoce– lo puso mal. Recuerda que al levantarse sintió el mareo intenso provocado por el golpe.

Cuando me tiró en el quinto asalto, se vio espectacular, pero no lo sentí tanto como en el segundo, cuenta Juárez; como fue impresionante, Weeks se espantó y detuvo la pelea. Eso me dio coraje.

Cuando decretaron vencedor a Dogboe, el mexicano sólo movía la cabeza negando. Pero el réferi siguió un protocolo para evitar desgracias.

Se equivocó al no dejarme seguir, creo que a veces son un poco exageradas esas medidas, porque a mí me impidió recuperar la pelea; creo que ya empezaba a reponerme, asegura Juárez.