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Administrar la miseria: el voto duro del nuevo PRI
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eiteramos nuestra propuesta de periodización de la historia política del México contemporáneo: la era del PRI se inicia en 1946-47 sobre la deformación definitiva del proyecto de la Revolución, y termina en 1988 con la derrota electoral de ese partido, a la que siguió un golpe de Estado técnico al que llamamos fraude electoral (con los sexenios de Ávila Camacho y De la Madrid como bisagras).

Cada una de las claves políticas de la era priísta van a ser alteradas, deformadas, sustituidas o corrompidas (aún más) por el PRI-PAN del neoliberalismo. Así, si en la era priísta el voto duro del partido de Estado procedía de los sectores, es decir, de las corruptas y cooptadas organizaciones verticales y sometidas de obreros, campesinos y otros grupos sociales, y si millones de obreros y campesinos repudiaron al PRI en 1988, y si el abandono del campo y la reconversión industrial han hecho cada vez menos importantes numéricamente a esas clases en el seno de la sociedad, ¿de dónde sale ahora el voto duro que sumado al fraude y la compra de votos mantiene en el poder al nuevo partido de Estado bifronte (PRI-PAN)? Sencillo: de la administración de la miseria: es decir, el clientelismo neoliberal sustituyó al corporativismo priísta.

Como explica María del Carmen Pardo, el clientelismo, llamado eufemísticamente política social, se origina en los años setenta y sobre todo en los ochenta, cuando las agudas crisis económicas hacen sentir sus devastadores efectos en la población, aparecen los programas originalmente pensados como de emergencia, que a partir del gobierno de Salinas de Gortari se transforman en permanentes. Al replegarse el Estado y deteriorarse sus mecanismos de intermediación, con las reformas neoliberales, estas políticas sociales aparecen como un recurso personal de los presidentes para conseguir legitimidad a partir de programas que debieron servir para recortar el abismo entre pobres y ricos, como parte de una carrera hacia el progreso, en la que lo único que resultó progresivo fue el empobrecimiento de las mayorías.

De ese modo, los programas sociales, que en realidad eran meramente asistenciales, en muchos casos para evitar que la miseria se transformara en hambrunas, se convirtieron con el PRI y el PAN del neoliberalismo, en mecanismos que permitieron a los sucesivos gobiernos restructurar el gastado corporativismo, como mecanismo de bolsa de voto duro. Ninguno de esos programas combatió en verdad la pobreza: al contrario. La pobreza aumentó sexenio tras sexenio del neoliberalismo. En el sexenio de Salinas, según datos oficiales, los mexicanos que vivían en la miseria (en situación de pobreza extrema, reza el eufemismo políticamente correcto) pasaron de 17 a 25 millones.

El mascarón de proa de todos los programas asistencialistas para la administración de la miseria es el multipublicitado Solidaridad, de Carlos Salinas de Gortari. Cuantos han seguido (Prospera, Oportunidades, Procampo, Progresa, Vivir Mejor, etcétera) son prolongaciones o alteraciones de aquel modelo.

¿Por qué la enorme inyección de fondos internos y externos a Solidaridad no tuvo impacto efectivo en el combate real a la pobreza? Por dos razones centrales: la primera es que el asistencialismo no paliaba las políticas de fondo: Respecto al impacto que el programa debió tener en el medio rural, en realidad no mejoraron sus condiciones productivas, ni sus pobladores encontraron cauces para mejorar sus niveles de vida o aligerar las cargas de la miseria. Entre otros factores, la rápida liquidación de las paraestatales, el paso de una política de subsidios indiscriminados a otra de subsidios selectiva, y la eliminación de los precios de garantía, colocó contra la pared a innumerables núcleos de población.

Y en segundo lugar, el programa Solidaridad era, en realidad, un programa electoral que reformulaba el corporativismo: El personalismo con que el que se manejó, la discrecionalidad en el uso de los recursos y el haber sido publicitado de manera excesiva fueron, en buena parte, intentos por reconstruir las bases de legitimidad. En concordancia con la crítica del personalismo, Alain Touraine destacó que Solidaridad fue un ejemplo del repunte del presidencialismo y de la concentración de poderes, donde el sistema de redistribución no pasó a través de un proceso de negociación social, sino a través del Ejecutivo.

El ejercicio del programa no ocultó lo inocultable: los indicadores macroeconómicos arrojaron saldos negativos en la recuperación de los niveles de vida. Y tampoco el medio rural mejoró sus condiciones. Solidaridad no logró combatir la miseria. Lo que hizo, fue convertirla en clientela personal del presidente.

Y comerciando con la miseria, Salinas y sus sucesores se han mantenido en el poder.

María del Carmen Pardo, Política social, en Ilan Bizberg y Lorenzo Meyer, Una historia contemporánea de México, Océano, 2009, T. IV, pp. 133-181

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