os jerarcas de la SEP le apostaron todo con su propuesta de reforma educativa al caballo equivocado; éste ha sido pretender evaluar todos los componentes del sistema. La medida no ha sido viable para el desarrollo del país por dos motivos claves.
Primero. No responde a las necesidades educativas del país; éstas no están vinculadas con la evaluación, con la necesidad de emprender acciones para superar rezagos, resolver las inequidades; en fin, elevar la calidad en términos reales y sustantivos.
Segundo. La medida ha descuidado al actor clave, que es el magisterio; termina por culpabilizarlo y perseguirlo por los malos resultados educativos y olvida que es la única pieza que ha estado presente en todas las reformas y en todas las iniciativas educativas en este país. Desde principios del siglo XX los maestros y maestras de México han sido los únicos actores que han cumplido con su tarea.
Las ideas de la reforma educativa fueron tomadas a partir de las sugerencias o condiciones procedentes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y no de la elaboración de un diagnóstico propio que arrojara como resultados la elaboración de una medida como la de este tipo. Además, y acompañado todo lo anterior, se ha creado una estructura burocrática que no sirve para mejorar el desempeño profesional de los docentes. Por otro lado, la reforma se tornó un verdadero engaño, ya que en el fondo no pretendía mejorar la calidad educativa, ni siquiera mejorar los indicadores educativos; más bien, se ha tratado de emprender una compleja reforma laboral con la intención de restar derechos de este tipo en el sector educativo y de restringir todo lo que tiene que ver con las conquistas históricas a trabajadores y profesionales del sector al servicio del Estado.
El instrumento de control en contra del magisterio se ha desplegado por dos grandes vías: por un lado el Instituto Nacional de la Evaluación de la Educación es el organismo supuestamente autónomo encargado de dar soporte técnico a la evaluación y, por el otro, el Servicio Profesional Docente (SPD) es la pieza burocrática encargada de tramitar y exigir la evaluación como recurso para cumplir con la nueva reglamentación producto de la reforma. En todo este galimatías, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación ha cedido incondicionalmente a todo lo que el Estado ha querido imponer; en ningún momento se ha tejido una contrapropuesta o algún reclamo por los excesos de la reforma.
El SPD en los estados, lejos de convertirse en una pieza pensada para facilitar la profesionalización de los nuevos docentes a partir de acercarse a conocer los estilos de enseñanza y la forma como se pudiera apoyar, ha sido en la mayoría de los casos (Jalisco no es la excepción), el instrumento que exige, sanciona, persigue y castiga a todos aquellos docentes que no están de acuerdo con ser evaluados o que al hacerlo no reconocen los resultados que obtuvieron.
De esta manera, el gobierno mexicano ha apostado al caballo equivocado porque ha preferido enfrentarse con los miles de profesores encargados de educar a los hijos de la patria, que pensar en nuevas rutas o en una mejor estrategia para instrumentalizar la propuesta reforma.
La reforma educativa entra en sus últimos días de vida, por inviable y porque no es lo que el país necesita, pero también porque sus diseñadores ya se han ido y han dejado el paquete a los suplentes, y ellos sólo están ahí para cuidar el changarro mientras termina el sexenio. El caballo equivocado ha perdido la carrera; al final sabemos muy bien quién ha salido derrotado, pero aún no sabemos quiénes son los triunfadores.
*Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, campus Guadalajara