La familia habitada
on un título prudente, sencillo, que no promete nada, mas cumple su propósito, Habitar los días, Ramiro Aguirre (Arandas, Jalisco, 1960) entrega un libro escrito en cinco años durante los cuales, según sus palabras, cuando el duende de la poesía
lo hacía componer versos retorcidos
los sustituía a consciencia “por versos llanos, limpios de arabescos…”
Su gusto por la narrativa es claro en estos textos, que tan retratan como cuentan. Sin perder la visión de conjunto, un poco al modo de la Spoon River Anthology, Aguirre aboceta individuos y pinta una familia –la suya– extensa, intensa, divertida, boba, cruel, crédula, trágica, ridícula, hermosa, etcétera –como, parece (no lo aseguraré), todas las familias; y como todas (menos, si le entendí a Tolstoi, las felices), única.
Frecuentemente aguda, hasta entrañable, en ocasiones acaso demasiado suelta –de una frescura que sin ser descuido llega a ese límite, riesgo connatural al proyecto–, su mirada de fotógrafo (¿de cineasta, de videoasta?) resulta a fin de cuentas bien librada. No me resisto, aun cuando quizá debiera posponer el gesto, a citar el poema de despedida, ¿Quién escribe?: Hubiera querido contar/ que los míos vivieron felices./ Pero sus días fueron desgraciados/ y eso queda escribir./ ¿En qué playa están Juanita/ y mis demás hermanos muertos?/ ¿Cuál de ellos escribe estas líneas?
Yo por mi parte escribo éstas e imagino que la escritura de Ramiro tiene que ver con el exteriorismo de más o menos los 70 en Nicaragua (ignoro si –aunque es de esperar que– lo conozca), tan fértil y, como todo movimiento, con tanta verdura de las eras
(cuyo trabajo de cualquier modo no –dicho mejor: en modo alguno– se pierde).
“Abuela Concha era bajita/ y usaba vestido de falda larga y ampona./ Cuando alguno de los tíos llegaba borracho,/ lo atizaba con una vara de perón/ al tiempo que le decía:/ ‘Te dije que no bebieras, ¡y mira cómo vienes!’”
De pronto anecdotario, descansada plática, Habitar los días no busca convencer, sino comunicar, y comunica.
(Falta decir que el libro fue publicado por La Zonámbula, es decir, Jorge Orendáin y su pequeño equipo, en impecable y no sólo por ello disfrutable edición, y que esta editorial, como el de otras tapatías, es de muchas maneras ejemplar)