ntre los innumerables problemas que este país requiere enfrentar y resolver, destacan los de carácter ecológico o ambiental. Ahí están los casi 500 conflictos territoriales provocados por los proyectos extractivos (minería, petróleo, fracking, hidroeléctricas, megaturismo, carreteras, etcétera), el abasto y distribución justa del agua, la contaminación del aire en las mayores ciudades, los desechos tóxicos, el maíz y soya transgénicos, la urgente transición hacia energías renovables (el petróleo se acaba en el próximo sexenio), los impactos de los agroquímicos (fertilizantes y pesticidas), la apropiada regulación de los desechos industriales y el colapso vial que provoca la imparable introducción de autos en las urbes. Además se deben revisar o actualizar las leyes forestal, del agua, de la biodiversidad y la de las semillas. Todo ello requiere de un ministerio del ambiente dirigido por un equipo altamente capacitado, con experiencia y honesto. Se trata de un asunto delicado y de alta prioridad.
Ante este panorama, ¡oh sorpresa!, Andrés Manuel López Obrador realizó un acto mayor de prestidigitación cuando nombró como encargada de la Semarnat a un personaje totalmente desconocido, sin el más mínimo conocimiento del campo y sin experiencia alguna en la administración, dotada además de un pedigrí priísta
de antología: es hija del ex gobernador de Chiapas Patrocinio González-Blanco, nieta de Antonio Ortiz-Mena y sobrina de Carlos Salinas de Gortari. ¿Se imagina el lector a una salinista dirigiendo la política ambiental de México en un gobierno de izquierda? En efecto, la señora elegida, que nadie conoce en el medio, es licenciada en derecho, egresada de la Universidad Anáhuac, defensora de animales, y creadora de un eco-parque en Palenque, Chiapas. Sus guacamayas revolotearon festivamente ese día por todo el Auditorio Nacional. ¿Alguien podría explicar la lógica que motivó este extraño nombramiento?
Esta desafortunada designación, que se agrega a la del agrónomo Víctor Manuel Villalobos para dirigir la Sagarpa, quien es un agente de Monsanto-Bayer de escala internacional (ver: http://www.jornada.unam.mx/2017/ 12/19/opinion/016a1pol y: www.jornada.unam.mx/2017/ 12/23/opinion/018a1pol) pone en duda si el exigente voto verde
será para Morena y su candidato a la Presidencia. En los círculos políticos del país, torpemente se ignora, soslaya o menosprecia el voto que viene de los movimientos sociales ambientalistas. En México la conciencia y acciones de corte socio-ambiental han crecido exponencialmente porque el ambientalismo, originalmente urbano y de clase media, se encuentra entretejido con las resistencias de las regiones indígenas frente a los proyectos depredadores, el movimiento campesino agro-ecológico, las organizaciones forestales comunitarias, las cooperativas cafetaleras, la teología de la liberación ecológica (con la encíclica Laudato Sí, del papa Francisco), las iniciativas de autogobierno urbano, las organizaciones de consumo responsable, los tianguis alternativos, amplios círculos académicos y científicos y las nuevas generaciones de jóvenes. Como sucede en el resto del mundo, en el país la nueva generación que votará por vez primera trae consigo una cierta conciencia resultado de los programas de educación ambiental aplicados y de la preocupante situación ecológica del orbe que les ha tocado vivir. No se puede ya soslayar el impacto político-electoral de ciudadanos y organizaciones que llevan como encomienda la defensa de la naturaleza y del ambiente. En México, una estimación gruesa alcanza varios millones de votos verdes
a partir de un recuento por sectores y territorios. Veamos. Si se suma el potencial de votos de Greenpeace México con más de 900 mil seguidores en Facebook y 400 mil en Twitter, con el de 126 organizaciones de la CNOC (Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras), que agrupa a 75 mil productores, más 120 mil miembros de la RED-MOCAF (comunidades y cooperativas forestales), más 60 mil socios de la ANEC y 35 mil de la Tosepan Titataniske (consorcio de cooperativas), y el total se multiplica por cuatro (un mínimo de familiares), se alcanzan 4.76 millones de votos verdes potenciales. A esa cifra todavía se deben sumar las cooperativas mayas de la península de Yucatán, los cientos de comunidades en defensa de la Madre Tierra de Oaxaca, Chiapas, Guerrero, San Luis Potosí, CDMX o Puebla (sólo en la Sierra Norte existen más de 300), las resistencias de la eco-teología (la Misión Jesuita trabaja con 500 comunidades tzeltales en Chiapas), los que participan en los 80 tianguis ecológicos del país, el de los consumidores responsables y los jóvenes que se agregan al proceso electoral. Estamos hablando de ¡5 a 6 millones de votos!
El mensaje que ha enviado AMLO con esos dos nombramientos, es el de un rotundo desdén hacia lo que hoy es una problemática fundamental. Más aún cuando un equipo de alta calidad académica formado por 40 investigadores y expertos había preparado con mucho entusiasmo y profesionalismo un documento para el Proyecto 18 de Morena. Con ello se da la espalda a un verdadero proyecto por la vida
, es decir, por los elementos esenciales que permiten la existencia humana y de todo el entramado vital: aire, agua, energía, alimentos y hábitat, como lo señalé en un artículo reciente (http://www.jornada.unam.mx/2017/ 11/07/opinion/018a2pol). Urge que Morena presente y ofrezca un paquete de soluciones viables a problemáticas tan graves como los efectos del cambio climático (huracanes, incendios forestales, sequías), la congestión y parálisis vial de las ciudades (los análisis científicos vislumbran que CDMX se colapsa en 2020 por el número de autos), la moratoria inmediata al maíz y soya transgénicos, la producción agroecológica de alimentos, los problemas del agua y la transición hacia energías renovables. Confiamos en que Morena tome nota de esta situación y la corrija, antes que los millones de votantes se decidan por otras opciones.