a débil economía cubana padece crónicamente una carencia de combustibles para la electricidad, el transporte y la industria y de autosuficiencia alimentaria, ya que la revolución en 1959 elevó de golpe la capacidad de consumo de carne y eso redujo el hato cubano.
Los precios mayores que pagaba la Unión Soviética entre los 1960 y los 1980 por el azúcar cubano, así como la venta de abundante petróleo a precios menores a los del mercado mundial, ayudaban a dar una tranquilidad falsa a una economía deficitaria. Eso acostumbró a importar alimentos o a producirlos a costos o en condiciones insostenibles.
El error político mayor de la dirección revolucionaria cubana, sin embargo, fue creer que la Unión Soviética era socialista, al igual que los países del Pacto de Varsovia y, peor aún, que esos regímenes burocratizados, nacionalistas y conservadores, eran eternos. Como consecuencia de este error garrafal, cuando se derrumbaron y triunfó en ellos un capitalismo mafioso (con Yeltsin) o de choque, como en los otros países, Cuba tuvo que hacer frente al desastre propio y al ajeno.
Si el infame bloqueo y la agresión de Estados Unidos la obligaron a cambiar toda su tecnología industrial y sus mercados y le costaron, además, más de 120 mil millones de dólares (10 mil dólares por cabeza de habitante), la implosión del bloque burocrático la forzó nuevamente a adoptar la tecnología que aceptaron venderle a precio de oro los países capitalistas y a adaptarse a éstos para poder exportar o recibir turistas.
El costo fue enorme. El turismo –que es caprichoso y volátil y, por lo tanto, imprevisible– fomenta en la Cuba corrupción, prostitución y el consumismo y obliga también a importar para abastecerlo muchísimos insumos y alimentos de lujo que no se pueden producir en la isla y que imponen al gobierno el pago en divisas fuertes que serían mucho más útiles destinadas a crear un aparato productivo.
Lo peor de todo, empero, fue el sometimiento de los trabajadores al asfixiante y antidemocrático sistema ruso, con sus sindicatos alejados de los trabajadores y que sólo son correa de transmisión de las campañas del Estado-Partido, más las direcciones industriales o de ramos de empresa jerárquicas, burocratizadas, incluso corruptas por falta de control obrero, la carencia de democracia y de estímulo a la creatividad e ingeniosidad de los cubanos, incluso, la presentación como socialista
del trabajo a destajo, condenado y combatido desde siempre por los obreros que lo consideran una autoexplotación al servicio de las ganancias empresariales.
En los últimos casi 30 años nacieron generaciones de cubanos que no conocieron ni la situación anterior a la revolución ni la inmediatamente posterior y que no creen las escasas noticias sobre la crisis mundial capitalista que les da una prensa incapaz de estudiar el país y de plantear problemas y que es solamente un aburrido e ineficaz boletín de prensa del Partido-Estado y carece de toda credibilidad. Ante el desapego de buena parte de la juventud y el desperdicio de talentos que afectan tanto la productividad en Cuba, y ante un sistema productivo que educa en el cinismo y el individualismo pues obliga a todo el que quiera sobrevivir a violar la ley practicando la prostitución, el mercado negro, el robo de bienes del Estado para construir una economía paralela, el gobierno se vio obligado a apostar todo a una solución burocrática.
Nació así la idea de hacer en el Mariel un puerto libre de aguas profundas que sirviera de polo industrial y de cluster para las inmensas naves petroleras que pasarían por el Canal de Panamá ampliado y sobre todo por el canal transoceánico que un capitalista chino dijo querer construir en Nicaragua. Pero el proyecto del Mariel dependía de la empresa constructora brasileña, hundida en los escándalos de corrupción en Perú, Ecuador, Argentina y Brasil, la cual ahora está en crisis, y el capitalista, especializado en el juego de azar, no puso hasta ahora ni el primer ladrillo del canal. Mariel, por lo tanto, no absorbe mano de obra ni se desarrolla ni es un polo tecnológico. La generosa ayuda petrolera de Venezuela, por su parte, está permanentemente amenazada por la crisis y la inestabilidad en ese país.
Para colmo de males, por Cuba pasó el huracán Irma dejando una enorme secuela de daños materiales que afectaron los servicios de la isla y también acrecentaron la escasez de viviendas. Como en el caso de la lucha por sobrevivir durante el llamado periodo especial y los años siguientes, también los desastres causados por el huracán Irma pudieron ser superados por la acción del gobierno y del pueblo cubano. Pero la criminal política de Trump que agrava el bloqueo económico, aumenta las amenazas políticas, favorece la industria carbonera y petrolera, acrecentarán aún más las tensiones políticas y el recalentamiento de las aguas. Eso significa que habrá que dedicar más recursos a la defensa y menos a la reconstrucción y que en octubre próximo, como siempre, otros huracanes recorrerán las Antillas, siempre con mayor violencia porque el Atlántico y el Caribe se evaporan mucho más engendrando monstruos climatológicos.
Ahora el gobierno cubano acaba de resolver dar más iniciativa a las empresas, mayores poderes a los directores y favorecer la competencia entre las empresas estatales. Estas medidas figuraban en el proyecto ruso de reforma Liberman y marcaron negativamente la economía de Yugoslavia antes de su explosión. Lo que se necesita es poder popular, no más poder a los capitalistas y burócratas. Esa resolución conduce al capitalismo y refuerza un sector de la burocracia que piensa como capitalista y tiene relaciones con el capital internacional pero no tiene aún la propiedad de los medios de producción, los cuales son manejados por el capitalismo de Estado dirigido por el Partido Comunista. ¡Hay que invertir la ruta!