omo en la fábula de Esopo, después de una larga discusión y sesudos discursos en los cuales diversas organizaciones y actores políticos plantearon la urgencia de un incremento a los salarios mínimos que los acercara al nunca alcanzado sueño constitucional de un salario suficiente y remunerador, todo quedó finalmente en un “incremento“ ratonil de 10 por ciento equivalente a 8 pesos con 32 centavos que sitúa los nuevos salarios mínimos en 88.36 pesos –2 mil 650 pesos mensuales–, que evidentemente no resarce la pérdida histórica de 80 por ciento a lo largo de más de 35 años de neoliberalismo en México.
Los que medran políticamente con las necesidades del pueblo y de los trabajadores se apresuraron a declarar, como lo han hecho por decenas de años, que es insuficiente. Peña Nieto en el colmo del cinismo, pues sus ingresos presidenciales, sin considerar sus fortunas millonarias, equivalen a 93 salarios mínimos diarios, señaló que durante su gobierno los salarios se han recuperado 20 por ciento. Navarrete Prida buscando suavizar los exabruptos de su jefe se apresuró a matizar que, sin embargo, no había que “sacar las matracas“. En tanto Miguel Ángel Mancera declaró: que se logró romper la inercia de 2 a 3 por ciento de incremento. Por su parte el flamante y repentinamente virtuoso José Antonio Meade candidato del PRI lo juzgó “positivo“ argumentando que el incremento se inscribe en un proceso de recuperación del salario, sin precisar si será para 2040 o 2050.
Por supuesto ninguno de ellos valoró el impacto y la tragedia en la que viven más de 38 millones de trabajadores mexicanos y con ellos decenas de millones de hogares que desde la óptica de la medición de la pobreza tienen décadas sobreviviendo con salarios de hambre. Los llamados golden boys, sus herederos y delfines carecen de la sensibilidad social de quienes nunca han vivido como asalariados. Su visión de la realidad social se reduce a cifras e indicadores macroeconómicos. Pero las cifras oficiales son desgarradoras, de un total de 51 millones de trabajadores ocupados en México en 2016 más de 8 millones (15.6 por ciento) percibían hasta un salario mínimo, 13.7 millones (26.8 por ciento) ganaban entre uno y dos salarios mínimos, 10.6 millones (20.7 por ciento) ingresaban entre 2 y 3 salarios mínimos, 6.4 millones (12.5 por ciento) obtenían entre 3 y 5 salarios mínimos y sólo 2.9 millones (5.6 por ciento) alcanzaban más de cinco salarios mínimos. Para el mismo año el costo de una canasta básica alimentaria ascendió a 2 mil 855 pesos mensuales; ello sin considerar el precio de una canasta básica total que incluye ropa, calzado, vivienda, transporte, educación, salud y esparcimiento.
Los cachorros del neoliberalismo tienen ya más de 30 años hablando de la recuperación de los salarios en México y de la reducción de la pobreza. Pero la realidad y los datos que las miden nos hablan de un país de hambrientos y necesitados. Pese a los maquillajes y los cambios en la metodología para la captación y construcción de los indicadores de las carencias en los hogares mexicanos, diferentes enfoques en los estudios de la pobreza nos muestran que más de 79 por ciento de la población mexicana vive en condiciones de pobreza, bien sea por su nivel de ingresos, rezago educativo, acceso a los servicios de salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos en la vivienda y alimentación. Carencias que están asociadas a los salarios mínimos.
Para los juniors neoliberales, educados en prestigiosas universidades extranjeras y seguidores confesos de Milton Friedman, los salarios mínimos deberían desaparecer y dejar el monto y fijación de los salarios a las libres fuerzas del mercado. Para esta cauda de viejos y jóvenes tecnócratas el concepto de salario suficiente y remunerador, como aparece todavía en el artículo 123, es un mal sueño que habría que eliminar. Por ello, a riesgo de ser calificado de anacrónico y/o populista me atrevo a reproducir lo que todavía la Constitución que nos rige establece al respecto: “Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos“
Por fortuna, no todo se coce en la doctrina de los dogmas neoliberales. Existen otras corrientes y no precisamente socialistas que consideran, basadas en la experiencia y evidencia histórica, a los salarios como una herramienta primordial para el desarrollo socioeconómico y la consolidación de mercados internos. Es decir, que visualizan a los salarios mínimos no como un gasto sino como una inversión productiva, sin que ello implique romper con una lógica de acumulación capitalista; pero si para generar condiciones para un crecimiento menos inequitativo, superando los círculos viciosos de la reproducción de la pobreza. No en balde el recientemente publicado Proyecto de Nación 2018-2024 de Morena pone su mayor acento en el combate a la pobreza y en una real recuperación de los salarios en México.