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Se abre al público de vez en vez; no es museo ni recibe recursos del Estado, dice sor Carmen a La Jornada

Capilla en Tlalpan, joya de Luis Barragán

Religiosas custodian el recinto y deben lidiar con personas que exigen trato de galería

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Vista parcial de la obra maestra creada por Luis Barragán (1902-1988), donde se observa el vitral diseñado por Mathias Goeritz para iluminar el altar. En cierto instante los rayos del sol provocan un resplandor que enceguece. La capilla del convento de Tlalpan, Ciudad de México (1954-1960), concebida por el artista como acto sublime de imaginación poética, puede visitarse de martes a domingo de 10 a 12 y de 16 a 18 horas, previa cita y mediante un donativo de 200 pesos por persona; descuento de 50 por ciento a estudiantesFoto cortesía de la Fundación Barragán
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El mejor momento para deleitarse con los efectos de la luz de la capilla pertenece sólo a las clarisasFoto cortesía de la Fundación Barragán
 
Periódico La Jornada
Miércoles 27 de diciembre de 2017, p. 2

El gran legado del arquitecto Luis Barragán Morfín (1902-1988) está en México, y para fortuna de los que admiran su arte, el recinto que él consideró su obra maestra, el convento que obsequió a las monjas de la Orden de Clarisas Capuchinas Sacramentarias, abre de vez en vez sus puertas al público.

Se ubica en el centro de Tlalpan, en la Ciudad de México. Es propiedad privada, como la mayoría de las casas que el jalisciense construyó en el país. No es un museo ni recibe recursos públicos para su mantenimiento. Es un sitio de culto, una capilla que mediante citas y horarios específicos permite a los visitantes contemplar el espacio concebido como acto sublime de la imaginación poética.

Tomar fotografías está prohibido por decisión de las religiosas, no porque nos lo ordene la Fundación Barragán de Suiza, titular de los derechos de autor del arquitecto, sino porque esta es la casa del Señor y pedimos respeto, explica sor Carmen en entrevista con La Jornada.

Don Luis, continúa, “fue una persona muy religiosa, muy dado a lo contemplativo. Es lamentable que algunas personas hoy en día no valoren sus creencias. Él quería un lugar para el Señor, por eso cuidó cada detalle en esta capilla. Por ejemplo, los manteles del altar los trajo de Asis, Italia, y también se fue a visitar la Alhambra, en España, para estudiar los detalles de luces y sombras.

Nos apena que lleguen aquí personas exigiendo lo que no deben, que no cuiden lo que él valoraba mucho: el silencio, el decoro, pues en la capilla se puede escuchar el ruido del silencio mientras se contempla su propuesta arquitectónica de la tercera dimensión, algo que sólo entrando con respeto y recogimiento se puede descubrir. No es una visita cualquiera a un museo, insiste sor Carmen.

En 1959, luego de casi una década de trabajos no exentos de contratiempos, se terminó de construir el inmueble. Las abadesas de aquel entonces, narra la religiosa, se quejaron de que la edificación de Barragán era algo muy moderno, cuando ellas estaban acostumbradas a algo más tradicional y sencillo.

Sin embargo, cuando el arquitecto terminó y entregó a las monjas su nuevo hogar, se maravillaron. La luz natural que entra por el largo vitral (diseñado por Mathias Goeritz) para iluminar el altar nunca es la misma, produce efectos de sombras que pocas veces se repiten.

Ese espectáculo roza lo sublime a ciertas horas del día, cuando en el fondo, donde se encuentra el sagrario, los rayos del sol provocan un resplandor que enceguece al observador.

El propio Barragán fue muy respetuoso de la privacidad de las clarisas, reiteran. Cuando quería dar un recorrido con invitados, les llamaba días antes para concertar cita. Ahora las custodias de la capilla deben lidiar con personas que exigen trato de galería pública, y que se les deje tomar fotografías de cada rincón.

Hemos pensado cerrar, pues qué necesidad tenemos de que nos molesten, nos insulten o nos vean mal, pero nos dolería hacerlo porque es una obra que hay que contemplar, para eso fue hecha, pero con respeto. Hemos sorprendido a personas incluso cortando pedacitos de madera para llevárselos de recuerdo. Eso no puede ser. Les pedimos que no olviden que somos una comunidad religiosa de clausura, y que esta es la casa del Señor, a quien siempre le está rezando en la capilla una de nosotras. Son muy molestas las distracciones, añade.

Durante algún tiempo no cobraban la entrada, porque había muchas hermanas que se mantenían vendiendo galletas, dulces y bordados. Ahora apenas son poco más de 10 quienes tienen la responsabilidad, además, de pagar el mantenimiento del enorme inmueble que se encuentra en el corazón de la delegación Tlalpan, donde el costo anual del predial asciende a varios miles de pesos, sin contar los otros servicios.

Por eso, para ingresar a la capilla, donde son atendidos por una clarisa que les ofrece una sencilla explicación arquitectónica, piden la donación de 200 pesos por persona, excepto a estudiantes, a quienes se les hace un descuento de 50 por ciento. Las visitas son previa cita, de martes a domingo, de 10 a 12 y de 16 a 18 horas.

No nos mueve el lucro, pensamos que el precio es justo, apenas para sacar los gastos. Don Luis, en vida, acostumbraba traernos algo para la comida de las palomas, porque le gustaba que hubiera, y para nuestros alimentos. Siempre estuvo al pendiente de nosotras y de su obra. Aún recordamos el último día que vino a visitarnos, en 1982, con su personalidad enigmática, su mirada muy especial, cálida pero fuerte, siempre muy cariñoso, rememora la religiosa.

Durante 20 años la capilla del convento de las Capuchinas Sacramentarias del Purísimo Corazón de María ha recibido un flujo moderado de interesados en la obra de Barragán, pero hace unos meses, luego de la polémica desatada en torno a la exposición de la estadunidense Jill Magid en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (Muac) de la Universidad Nacional Autónoma de México, llegaron multitudes, la mayoría con mala actitud, reclamando entrar, por lo que tuvimos que cerrar un par de semanas, en lo que se les pasaba el furor.

No obstante, el mejor momento para deleitarse con los efectos de la luz de la capilla pertenece sólo a las clarisas. Es entre finales de enero y principios de marzo, a eso de las 7:44 de la mañana, en punto, cuando el retablo resplandece con una belleza tal, que nos deja ciegas.

Entre los visitantes distinguidos que han recibido, las capuchinas recuerdan de manera especial al arquitecto japonés Tadao Ando, quien se sentó durante horas, en silencio, en el recinto. Nos impresionó su sencillez y que casi no hizo preguntas. Se fue y a los pocos días regresó e hizo lo mismo.

En el patio hay un espejo de agua que, desde que las hermanas tienen memoria, siempre se adorna con gardenias. La fragancia es lo primero que encanta a los visitantes. Es la prueba de que la majestuosa obra de Barragán está viva, para eso fue creada, ¡es un privilegio vivir aquí!, concluyen.

Al lado de las galletas y rompope que elaboran las monjas, se venden libros de arte que les donó la Fundación Barragán, entre ellos el catálogo de la exposición La revolución callada, que se presentó en el Palacio de Bellas Artes en el centenario del natalicio del arquitecto, en 2002.

Las citas para visitar la capilla construida por el Pritzker mexicano, que se ubica en Hidalgo 43, centro de Tlalpan, se pueden hacer al teléfono 5573-2395.