uchas son las críticas que ha recibido AMLO de quienes se saben de izquierda. Interrumpo los artículos que escribiré sobre Ted Anaya para aportar mi propia idea respecto de las decisiones de Morena. Izquierda ha sido una bella palabra del lenguaje de la política desde hace siglos, pero tengo para mí que hoy no existe consenso sobre su significado.
Mi querido amigo Octavio Rodríguez Araujo piensa que en México ya no hay izquierdas, que sólo hay derechas, y más a la derecha que nunca. La derecha sólo puede definirse con referencia a la izquierda. No hay rico sin pobre ni amo sin esclavo.
Recordémoslo, los términos izquierda y derecha se originaron en la reunión de la Asamblea Nacional del 28 de agosto de 1789 en Francia cuando se debatían las funciones que se reservarían al rey en la monarquía del Nuevo Régimen: los partidarios de dotarlo de poderes decisorios mediante el veto se sentaron a la derecha, y los contrarios a la izquierda. Con el surgimiento del marxismo, las izquierdas eran, son, los comunistas y los socialistas. Las variadas derechas, con el predominio social y económico de los capitalistas, están (o estaban) en su contra. Las disputas entre las izquierdas refieren a un debate de ideas. Las derechas acuerdan fácilmente entre ellas: negocian sobre sus intereses.
Después de la Primera Guerra Mundial surgiría otra izquierda, la social democracia, descalificada como izquierda por un segmento de los socialistas y comunistas, pero reivindicada por los propios socialdemócratas.
A partir de los años setenta, surge políticamente el neoliberalismo (como ideología procede de los años treinta), e inicia su ruta de dominio del mundo. Con la muerte de la URSS y la caída del Muro de Berlín, expira el referente que había dado cada vez menos sentido al significante izquierda
, lo que sería torpemente definido en 1992 por Fukuyama como el fin de la historia
. Por supuesto, la historia humana no tiene fin, por la vía sociopolítica. Puede tener fin no la historia, sino la vida humana, si lo determinan los Trump y los Kim Jong-un.
El triunfo del neoliberalismo global logró hacer de la tesis no hay alternativa
, un sentido común aplastante: la sociedad no existe
; extrema profundización del individualismo en los países desarrollados y también en los espacios sociales desarrollados de los países subdesarrollados y más allá de esos espacios; mengua del carácter de ciudadano y preminencia de la de consumidor.
En una gran cantidad de países el gobierno se ejerce a través de un bi-nomio de partidos que rivalizan por el poder, aunque mantienen un consenso básico neoliberal, en lo fundamental, son lo mismo: el PAN y el PRI (y adláteres) en México; socialdemócratas y democristianos en diversos países europeos (España, Francia, Alemania); demócratas y republicanos en EU; esos binomios dominantes son neoliberales. Las opciones partidistas de izquierda, en el sentido marxista, han desaparecido o son insignificantes. El sujeto histórico del cambio anticapitalista, los obreros industriales, tiende a empequeñecer: numérica, ideológica y políticamente. La robotización hace gran parte en ello. Los sindicatos son presa fácil del neoliberalismo y la corrupción: aquí y allá están totalmente desnaturalizados. El término izquierda, en el sentido marxista, es más nostalgia que concepto vivo.
Hoy vivimos el declive del neoliberalismo. Una de sus expresiones es la crisis y ruptura de los binomios neoliberales en numerosos países. En el contexto internacional, algunos analistas de la política hablan de nuevas derechas y nuevas izquierdas. Se refieren a los partidos contrarios a la globalización neoliberal: los nacionalismos del capital (Trump, Macron, ¡Le Pen!, el Alternative Partei für Deutschland), y los movimientos nacional populares o populismos
, como el de Melenchon en Francia, Podemos en España, Cinque Stelle en Italia, y los que han tenido su primera experiencia en América Latina, aunque varios de éstos se denominan a sí mismos socialismo(s)
del siglo XXI.
Andrés Manuel López Obrador esta vez encabeza un incipiente movimiento nacional popular que ha puesto en jaque al binomio neoliberal del panpriísmo. Las anteojeras liberales y neoliberales ven a Morena, connaturalmente, como un partido entre otros de los que compiten en la liza presidencial de 2018. Es eso y más: es un incipiente movimiento nacional popular que ha puesto en jaque al binomio neoliberal del panpriísmo. La mayor parte de las críticas se ha cebado en las decisiones de Andrés Manuel, sin ver a Morena, menos aún al movimiento nacional popular en formación.
Un movimiento de esa naturaleza busca la ampliación de la democracia sustantiva: terminar con la exclusión, vastísima en México: más de la mitad de la población. Esa ampliación se consigue con la creación de derechos sociales garantizados en la Constitución Política; una garantía que significa el cumplimiento efectivo de esos derechos. Tales objetivos pueden alcanzarse si Morena gana las instituciones. Aunque, es claro, ello también depende de la composición del Congreso.
Andrés Manuel y el grupo dirigente de Morena en conjunto tienen la primerísima obligación de cuidar el crecimiento y organización del movimiento popular, a efecto de que éste mantenga de manera permantente sus demandas en alto, sin lo cual un gobierno morenista quedaría encallado. AMLO debe dar explicación de sus decisiones y cálculos políticos, pero tiene el derecho a hacerlo cuando lo juzgue políticamente oportuno. Y nadie debería olvidar que, en el mundo de los excluidos, viven evangelistas, sinarquistas, católicos furibundos y un largo etcétera religioso. Morena puede perder algunos votos de clase media por ganar más votos de excluidos.