La lluvia, la playa y otras rolas
l homenaje a Fernando Toussaint culminó con la aparición de Palmera, uno de los más famosos grupos a los que diera vida el baterista, desde su creación en complicidad con Gerardo Bátiz, Arturo Cipriano y un Diego Herrera pre Caifán, hasta los populares años 80 y 90 con Leonardo Sandoval en los teclados, Hiram Gómez al bajo, Alejandro Campos en saxofones y Paco Rosas en la guitarra.
Y fue precisamente esta última versión de Palmera, que no se había reunido desde hacía 13 años, la que hizo los honores y lució y mostró su impecable solvencia instrumental, incluida la nueva batería, pulsada por Rodrigo Zurdo Ortega. Se escuchan algunos clásicos de Fernando (El burro de Berlín, El Tijuanodonte, ¿Dónde Estambul?), un tema de Leo Sandoval (Michelle) y al final Cecilia se incorpora a la banda con buen filin y con buena respuesta de la playa entera.
Estaba anunciado el turno del dúo de Illya Kuryaki and the Valderramas (nunca supe qué tenían que hacer en un festival de jazz), pero los argentinos tardaban demasiado en salir y Rocío, Germán y yo preferimos irnos a cenar.
Lo mejor del Festival de la Riviera Maya estaba por llegar en el segundo día, pero antes tendríamos que cruzar por el set de Steffie Beltt, cantautora mexicana de blues con buenas posibilidades vocales, pero con la urgente (urgentísima) necesidad de un buen maestro de canto, alguien que le enseñe a administrar la voz, a saber cuándo y hasta dónde puede atacar, a elegir el mejor tono en cada canción para no desafinar; alguien que le dijera también dónde conseguir buenos músicos.
Igual sería bueno que un productor (o un amigo) le ayude a distinguir entre un festival de jazz y una fiesta de 15 años, pues la chava se excedió brutalmente tirando rollo, pidiendo aplausos, ofertando discos, sólo le faltó hacer concursos entre hombres y mujeres para regalarles un globo. Y el público aplaudiendo. Y ella convencida de que estaba dando el mejor show de su vida. Tiene buenas rolas (Café de víboras, Luna de octubre), ojalá que se ponga a trabajar.
Pero inmediatamente llegó Jimmy Herring con su nuevo grupo (The Invisible Whip) y con uno de los mejores conciertos que he podido presenciar en la vida (así, tal cual). La diferencia era abismal con los sonidos que le habían precedido. Teníamos la idea de que John McLaughlin y Jimmy Herring subirían enseguida como un dúo de guitarras, pero he aquí que decidieron presentar cada uno su propio proyecto para después salir juntos con un retorno restaurado de la Mahavishnu Orchestra.
Aunque a Herring lo retenía la memoria improvisando en el rock-jazz de los Allman Brothers o en las secuelas del Grateful Dead (The Dead), hoy el maestro nos atrapó y nos balanceó y nos estremeció con un alegato musical del más alto nivel, que iba renovando su propio rostro en cada una de sus piezas. Ningún tema tenía que ver con su anterior, cada cual sonaba y argumentaba de manera totalmente distinta. Y permítanme, denme chance de decir que el único rasgo en común entre una y otra era la exquisitez. Sí, por supuesto, me emocioné (y me vuelvo a emocionar al escribirlo).
La música inunda el aire y se abre paso entre el jazz-fusión, el post bop, el funk, la balada, los tintes del medio oriente. Sin desbocarse en el diapasón, Herring impone un beat determinante en sus escalas; el bajo de Kevin Scott y la batería de Jeff Sipe sostienen el quinteto ya como locomotora nuclear, ya en el delicado aroma de una tonada. Jason Crosby y Matt Slocum levantaban atmósferas y matizaban desde sus pianos, sus órganos, sus sintes y hasta un clavinet (clavicordio eléctrico). Era una orquesta espiral, mágica.
Las nubes de la lluvia vespertinas se habían hecho a un lado, para que allá arriba pudieran escuchar bien a bien lo que todavía suele suceder en la Tierra.
En su turno, John McLaughlin llegó con su leyenda encima, con sus guirnaldas de oliva, con su virtuosismo instrumental, con su vertiginoso correr y recorrer en las cuerdas, con el anuncio de que ésta era su última gira, pero las emanaciones y los aromas de Jimmy Herring no se habían disipado.
La noche cerró con los dos grupos formando una sola banda, en un jam de 10 maestros que se liquidaban y entorpecían involuntariamente, armando por momentos un deplorable e incomprensible mazacote. Muy probablemente, todo era culpa
de Jimmy Herring. (Continuará).