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Sierra Mazateca, Oaxaca S’uik’en, cuando se unen vivos y muertos
Litay Ortega En la celebración de Todos Santos se derriba excepcionalmente- durante un corto lapso al menos- la barrera que separa a los vivos de los muertos. Las animas viajan al mundo para re-encontrarse con sus seres queridos que los esperan año con año. Es una porción de tiempo en la cual se reúne lo que naturalmente está dividido, vivos y muertos, confinados cada uno en una condición, un mundo y un punto de vista. En la Sierra Mazateca de Oaxaca, S’uik’en es la fiesta más importante del año y se celebra durante 7 u 8 días, del 27 de octubre al 2 o 3 de noviembre (varía según las localidades). En octubre confluyen las cosechas más importantes de todo el año y el altar de Todos Santos es una alegoría de esa abundancia agrícola. El primer día de la fiesta se levantan los arcos de palmera y tepejilote que enmarcan los altares donde se ofrendan agua, café, frutas, tortillas, yuca, malanga, naranajas, calabazas, guasmole, chayotes, tamales, panes, guisados, dulces, aguardiente, ceras y flores que perdurarán en las casas hasta el término de la fiesta. Desde el 27 de octubre inicia el peregrinar de los Cha Xo’ó o los hombres que brotan del ombligo también llamados huehuentones que recorren las calles, veredas y casas de las comunidades mazatecas cantando y danzando. Son grupos predominantemente masculinos (desde hace muy poco las mujeres han empezado a participar en esta tradición en ciertas localidades) que se disfrazan con máscaras de jonote o de latex, sombrero tejidos, así como con otros atuendos tradicionales: canastas, guaraches, bastones de cedro, calzón de manta, etc. Los cha xo’ó representan a los difuntos y en sus cantos expresan toda la gama de sentimientos que experimentan al volver al mundo de los vivos: desde la alegría más pura cuando vuelven a ver a los suyos y se van cargados de regalos al más allá; hasta la tristeza más honda cuando descubren que sus familiares no les han puesto ofrenda. Tradicionalmente, un solo hombre del grupo se disfraza de mujer y él representa a Nasibé (o Isabel), la madre tierra. Ella funge como guardiana de los muertos peregrinos, una escolta que los acompaña en su difícil recorrido hacía el mundo de los vivos. Los Cha Xo’o visitan las casas de aquellas familias que los han invitado y ahí bailan durante horas frente a los prolíficos altares. Por su parte las familias les ofrecen todo tipo de alimentos y bebidas según sus posibilidades: aguardiente, café, frutas, chayotes, tamales, guisados, cervezas etc. Antiguamente se les compartía todas las ofrendas del altar.
Ya es oscura la noche y los huehuentones han ido a la milpa a colocarse sus máscaras y atuendos. Entre las espigas de maíz danzan haces de luces. El altar de la casa de Juana y Felipe luce exuberante, adornado con todos los frutos que cosecharon en el mes de octubre. Unos minutos después entran triunfalmente los huehuentones en la habitación alumbrada por ceras, al compás del tambor cuasi africano. Los ojos de los niños sembrados en distintos rincones de la casa brillan de tanta emoción. Felipe recibe a los Cha Xo’o con unas cálidas palabras de bienvenida. Los enmascarados contestan y emiten voces completamente distorsionadas, como si las profiriesen desde el más allá y sufriesen interferencias. Inicia la música y la danza. Los Cha Xo’o se mueven de una forma misteriosa, cada uno repitiendo con ínfimas variaciones los mismos pasos durante largo tiempo. Cada cual lleva su pasito que es completamente único, pero al mismo tiempo todos los pasos se asemejan entre sí por esa cualidad que los homogeniza, esa incomodidad o extrañeza, como si hubiesen perdido la soltura y naturalidad de habitar un cuerpo. Después llega el momento anhelado. Felipe les ofrece sonriente un café. El Cha Xo’o principal acerca la taza a su nariz y después de olfatearlo vigorosamente se cae de bruces. En el suelo se sacude violentamente como si lo atormentaran poderosos espasmos. La representación es tan magistral que nosotros los vivos, los espectadores, hemos prácticamente suspendido nuestro aliento. De inmediato acude el Cha Xo’o curandero-chupador que succiona vigorosamente al envenenado en distintas partes del cuerpo. El armadillo disecado, en manos de otro de los huehuentones, está encima del hombre tirado, presenciando de muy cerca el acontecimiento y tomando nota. El envenenado se sacude por ultima vez y se reincorpora de un golpe después de una poderosa succión. Después de la intercesión del curandero, el huehuenton puede ahora beber el café y se retoman los bailes y los cantos con naturalidad. Cada cierto tiempo se repite la entrega de la ofrenda y la prodigiosa escenificación del envenenamiento. ¿Por qué? Para reiterar que la comida de los vivos es veneno para los muertos. Se simboliza de esta forma el peligro que implica el cambio de régimen y las cualidades imperceptibles que siguen separando sutilmente a vivos y muertos incluso si en ese instante están reunidos en el mundo, celebrando, bailando, cantando y comiendo juntos.
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