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Montaña Baja de Guerrero A pesar de la violencia, la fiesta vive
Rosalba Díaz Vásquez En la Montaña Baja del estado de Guerrero se localizan dos de los municipios con más alta densidad de población indígena, principalmente nahua: Chilapa y Zitlala, ambos conocidos por sus fiestas asociadas a los rituales agrícolas. Por ejemplo, las peleas de tigre en Zitlala y Acatlán destacan por la asistencia masiva de los pobladores locales y visitantes externos, así como por su importancia dentro del ciclo agrícola. Ataviados con máscaras que simulan un rostro de jaguar o tigre -como ellos los llaman-, los habitantes de la zona pelean para atraer la lluvia y las buenas cosechas. Estos rituales son una fase más de la rica vida ceremonial y festiva que caracteriza la región: las fiestas religiosas, cívicas y familiares nutren la existencia y refuerzan los lazos familiares, vecinales y de paisanaje. Las fiestas patronales significan la oportunidad para la visita recíproca entre comunidades y para mantener buenas relaciones intercomunitarias, además, las autoridades civiles y religiosas se organizan para mantener representaciones en las fiestas de las otras comunidades. Por lo general, incluyen la banda de música, danzas, flores, velas, cohetes, cerveza para donar a los mayordomos o al santo patrono. En lo que respecta a las fiestas cívicas, como los bautizos, bodas, confirmaciones, presentaciones, entre otras, también son ocasión para reunir a las familias, muchas veces dispersas; a vecinos y amigos; para compartir música, comida e intercambiar información de la comunidad y de los ausentes. Son días de integración comunitaria, de esfuerzo colectivo, para celebrar la alegría de la vida.
Sin embargo, en el contexto actual esta dinámica se ha visto severamente trastocada por la violencia. Nos referimos básicamente a las formas en que el crimen organizado se ha insertado en los municipios mencionados, provocando, además de pérdidas humanas, la alteración de las diversas actividades económicas, sociales, productivas y sin duda, la vida ceremonial y festiva de las comunidades, como las peregrinaciones y ofrendas a los “lugares sagrados” del territorio. Las ciénagas, las cuevas, los manantiales, los ríos y los linderos de los pueblos forman parte no sólo del paisaje, sino que son lugares donde se realizan actividades productivas, procesos rituales de curación y adivinatorios, donde se depositan ofrendas, se reza, se suplica. Muchas de estas actividades han dejado de realizarse o se realizan con temor; el miedo ha hecho que el tránsito por los caminos y veredas acostumbradas se vuelva un acto de valor, pues, la vida está en riesgo. En Zitlala y Atzacoaloya, durante las festividades de sus santos patronos, San Nicolás Tolentino y La Candelaria, respectivamente, se dio un tiroteo entre civiles armados, lo que provocó la supresión de las fiestas que reúnen a cientos de pobladores del municipio de Chilapa y los municipios vecinos. Las bandas de música dejaron de tocar cuando el tiroteo se inició en plena plaza, provocando un gran temor. El sonido de los disparos se confundía con el tronar de los cohetes, la gente corría o se refugiaba en donde podía. Estos hechos ocurridos en 2015, se han repetido en otras localidades del municipio y la región.
La siembra y trasiego de enervantes pone en riesgo, de manera permanente, los derechos territoriales de los pueblos. La asistencia a los santuarios ha disminuido, por el temor, pero también en estos espacios se ha manifestado la exigencia y resistencia ante la violencia; ejemplo de ello es la reciente celebración en honor al Señor del Nicho en Tlapa de Comonfort: en los tapetes de aserrín pintando para la procesión anual, se escribieron frases mezcladas con imágenes religiosas que pedían: “Señor del Nicho, Paz para Guerrero”, “Ruega por tus 43 hijos que hacen falta”. De esta manera, la religiosidad se ha convertido en un espacio de protesta, en un contexto donde las puertas para la resolución del conflicto parecen haberse cerrado. A pesar de que se ha debilitado el tejido social, la organización interna e incluso los vínculos familiares, los pueblos han demostrado que la mejor manera de defender su territorio es permanecer en él. La violencia se ha vuelto cotidiana, pero no por eso es aceptada; las fiestas son un testimonio de que en la Montaña a la violencia se le responde con cantos, con danzas, rezos, nutriendo la esperanza de la llegada de un tiempo mejor.
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