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La Montaña de Guerrero Fiestas patronales: identidad, unidad
Edith Herrera Martínez “Porque si ya no hacemos fiesta nuestro pueblo se ve triste, ya no hay respeto, ya no se reúne la gente, se acabó la alegría. Es como cuando mueren los abuelos, la gente pensará que ya no seguirá. Pero no, los que vivimos la seguiremos, la fiesta tiene que continuar. El día que se acabe, se acabó todo”. “Antes la patrona del pueblo era la Virgen del Carmen, pero la cambiaron porque anteriormente en el pueblo caían muchos rayos cuando llovía y mucha gente se murió y hubo accidentes. El pueblo se empezó a preocupar, decían ¿por qué caen rayos?, ¿porque mucha de nuestra gente se muere? Buscaron qué santo llevar, y supieron de la Virgen del Rayo que ahora es la patrona. Cuando se puso esa virgen, fue como algo que hizo que los rayos ya no siguieran cayendo, y la gente no se siguiera muriendo. Fue por eso que la pusieron como patrona a ella…”. Así nos cuenta Icodia Martínez sobre su comunidad ñuu savi del municipio de Cochoapa el Grande, en la Montaña de Guerrero. A sus 25 años, Icodia sabe qué es participar en la fiesta y apoyar a su familia, principalmente a su madre, en los trabajos que requiere la realización de la fiesta en la comunidad. Esta profunda creencia y respeto la encontramos en distintos pueblos de la región; se manifiesta en la relación con los santos y las vírgenes, a quienes se les pide salud, trabajo, por los migrantes, por los estudios, es decir: por el bienestar del pueblo. No podemos negar el aspecto colonial de las fiestas patronales instauradas por los evangelizadores, pero tampoco podemos olvidar que en tales celebraciones encontraremos una mezcla de prácticas y lenguajes, de aquello que trajeron los españoles y de elementos prehispánicos previos que lograron resistir. Lo importante es analizar cómo los pueblos se apropian de estas manifestaciones para readaptarlas y retomarlas como parte de su identidad. Como en el caso de la Virgen del Rayo, a la que el pueblo buscó y encontró para recuperar el equilibrio con los fenómenos naturales, en este caso el trueno o rayo, al cual los pueblos ñuu savi le tenemos un profundo respeto y temor. Las comunidades de esta región mantienen sus vínculos con la lluvia, el trueno, el rayo, el fuego y la tierra. Detrás de los santos y de las vírgenes se encuentran las deidades y prácticas religiosas de antes de la conquista: antes de San Marcos o de San Isidro Labrador está Saví Che, la Gran Lluvia; San Miguel se festeja a finales de septiembre y poco antes de las cosechas, a él se le pide abundancia y que no falte qué comer en el pueblo. Es decir, aunque en estas fiestas se festeja a los santos, al mismo tiempo se celebra que llegue la lluvia, las buenas cosechas, que no haya enfermedad, que haya unidad en el pueblo; elementos del equilibrio con la vida en el territorio y el bienestar del pueblo, donde las deidades y los antepasados se encargan de garantizarlo. Los rezos se realizan en la lengua materna tu’ún savi; los cantores se colocan cerca del altar y piden por el bienestar del pueblo. Se pide a los santos y las vírgenes y a dios, pero también se invoca a los difuntos, se pide por las buenas cosechas, la unidad, la salud, por los que estudian y trabajan fuera y para que el pueblo crezca. Entre los ñuu savi, hombres y mujeres aportan desde lo cotidiano. La fiesta hasta cierto punto representa las fuerzas del pueblo, la unidad de la comunidad y un compromiso para celebrar, convivir y compartir entre familiares, compadres y paisanos. La fiesta se tiene que realizar por respeto y porque es responsabilidad dar continuidad. Si no se hicieran las fiestas, podrían ocurrir problemas, enfermedades y caer maldiciones. Como relata Margarita Martínez, del ejido de Zitlaltepec, municipio de Metlatonoc: “Pa’ que la fiesta salga bien en mi comunidad, es porque ayudo, me gusta apoyar para que la fiesta salga bien. Aquí, pues el trabajo de las señoras es que tienen que lavar, martajar, nixtamal, hacer tortillas, calcular que no falte comida para toda la gente que llega. No es trabajo fácil. Sólo hasta que tienes el cargo te das cuenta de los apuros y lo cansado que es”. Las mujeres son responsables de que todo rinda, que se sirva bien a las autoridades, los cantores, las bandas de viento y los visitantes. La fiesta es motivo para reunirse, platicar entre los principales sobre cómo estarán las cosechas, contar historias. En el caso de las mujeres hay reencuentros entre hermanas, primas, tías, comadres, quienes aprovechan para platicar mientras trabajan en la cocina, sobre cómo han estado, darse ánimos y bromear.
Espacio de reencuentro Icodia Martínez comenta: “La fiesta me genera un sentimiento de alegría de ver feliz a la gente, de verla unida, nada más es cada año. Te encuentras a la gente, a veces yo lo que he visto mucho es que en las fiestas patronales se reencuentra mucha gente que tú no ves durante unos dos, tres años, que salen fuera. Te las vuelves a reencontrar. Van a la fiesta, van a visitar, van diferentes personas de otras ciudades. Ahí los reencuentras, gente de la familia que no está viviendo ahí, se viene y regresa porque es la fiesta…”. En las comunidades se dice que la fiesta es de los momentos alegres en medio de las carencias y dificultades de los pueblos en La Montaña. Hay un sentimiento de participar y engrandecer; la fiesta les da orgullo, identidad. Muchos migrantes regresan por la fiesta. Quizás sea sólo el pretexto, pero eligen esas fechas para retornar a sus comunidades. Las fiestas han ido cambiando. La migración tiene un lugar central en este hecho. Los mayores a menudo mencionan estas transformaciones. Doña Simona Ortega, de San Marcos en Metlatónoc, cuenta: “Anteriormente no había dinero. Antes era más sencillo, no había grupos como ahora, sólo el tocadiscos, tampoco cerveza, hacíamos aguardiente de maíz, ni grupos musicales, sólo una danza de chareos. Antes se apoyaban más para juntar el dinero para los gastos. Las gentes que les tocaba la fiesta trabajaban en grupo para juntar el dinero, iban haciendo chaponeo, limpia, pizca, trabajo del campo y se empleaban de peones, ahí juntaban un poco para la fiesta”. Las nuevas maneras de celebrar en la comunidad implican gastos por mayordomía de entre 80 y 120 mil pesos, dependiendo de cómo se celebre, pues varía en cada comunidad. Esos gastos se distribuyen principalmente entre la compra del castillo, cohetes, pago del grupo musical, la comida, la bebida. La fiesta es una inversión grande para las familias, que se ven obligadas a salir de la comunidad para buscar ese dinero, o “juntarlo”, como dicen en el pueblo. Por esa razón, una vez que reciben una mayordomía, la gente ya no espera: se sale con toda la familia a trabajar. En la zona ñuu savi se van para los campos jornaleros del norte del país, en Chihuahua, Culiacán, Sonora, Morelos, Jalisco. O quizá tienen algún familiar en Estados Unidos, que los apoye o les preste. Es decir, la migración es ahora una de las fuentes principales para obtener el dinero para la fiesta. El problema no es tanto la celebración de la fiesta. De hecho, las fiestas unen, generan la cohesión, son el alma del pueblo. Pero los gastos que implican tienen el efecto de empujar a la gente fuera. Los pueblos tendríamos que replantearnos este tema en las asambleas, quizás reorganizarnos para seguir construyendo la fiesta desde la autogestión comunitaria. La fiesta genera espacios de intercambio, unidad, es punto de reencuentro y da identidad incluso fuera del territorio, en el caso de los migrantes. Hay que resaltar el valor que tienen las fiestas para la gente, que asumen estos cargos que implican migrar, trabajar y juntar el dinero. Hay algo que los motiva, se llama la fuerza de la costumbre. Y como bien dice doña Margarita Martínez: “Porque si ya no hacemos fiesta nuestro pueblo se ve triste, ya no hay respeto, ya no se reúne la gente, se acabó la alegría. Es como cuando mueren los abuelos, la gente pensará que ya no seguirá. Pero no, los que vivimos la seguiremos, la fiesta tiene que continuar. El día que se acabe, se acabó todo”.
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