laza llena en la mexicanísima corrida guadalupana a beneficio de los damnificados por el temblor de septiembre en Ciudad de México.
Parten plaza ocho toreros y el mismo número de toros de diferentes ganaderías, encabezadas por José Tomás, quien demostró por qué es el número uno de la torería andante.
Llenó de luz torera el diestro nacido en Galapagar, después de lo cual se apagó la luz y nos quedamos en la oscuridad...
Entró el torero en delirio y perpetuó con avidez esos refilonazos angustiosos que se dan en el toreo en especial, en un quite por gaoneras, sin moverse, muy natural, pasándose los pitones desde aquí hasta allá y volviendo a demostrar por qué es quien es. Obsesionado por lo hondo, demostró su quehacer que le prestaba encarnadura trágica, ansiosa, palpitante que paralizó a los 40 mil asistentes. Estaba el torero sobrado, bellamente quieto, seguido, despacio y relajado.
José Tomás ejecutó un toreo creativo, sin teatralidades ni artificios y menos trucos con el que suelen llegar a las multitudes otros toreros. José Tomás ha cambiado las formas que se han apoderado de la torería andante: citar de nalgas con la pierna atravesada, enviando a los bureles lejos en el interminable derechazo con él y rematados con el eléctrico martinete. El torero madrileño regresó el toreo clásico; parar, templar y mandar, marcando el pase cruzado hacia el pitón contrario y rematados debajo de la pala del pitón sin mover los pies.
José Tomás plasmó el martes en la mexicana corrida todo el encanto y la belleza de lo natural con elegancia. Su figura se destacaba sobre el colorido de una fiesta que pierde tarde a tarde la verdad de transformar la barbarie en belleza. Quiero terminar mencionando que los toros fueron una calca de lo que han sido en las últimas temporadas: descastados, parados y con poca movilidad. José Tomás hizo ver mucho mejor el toro de Jaral de Peñas que le tocó en suerte.