l cuadro electoral ya está definido en sus rasgos básicos. Tres coaliciones se disputarán todas y cada una de las más de 3 mil posiciones en juego. Y en cada una de esas tres organizaciones se han definido los nombres de aquellos que contenderán por la silla presidencial. El revoloteo que acompañó el juego de las suposiciones, los tapados y los dedazos, ha quedado atrás. Comienzan ahora las fintas iniciales, los ataques y el remarcar diferencias entre un candidato y los demás, así como las posiciones y fuerzas que desean explotar sus ventajas comparativas. Salen a la luz, en secuencia inevitable, las limitantes que acarrean los partidos al interior de cada coalición. Habrá que sumar, a esas cargas, las ventajas que conllevan los perfiles específicos de los adalides de dichas agrupaciones partidarias. Casi nada quedará fuera de la contienda. El escrutinio será por demás exhaustivo. La lucha se dará sin piedad, pero con muy distintas posibilidades de éxito o fracaso.
Lo que en esta gran ecuación electoral queda hasta ahora de lado apunta hacia ese aspecto de la realidad continental que actuará a manera de envolvente y que condicionará la búsqueda del poder. Por ello se entiende la composición que, en cada uno de los distintos países de la región, imprimirán los diversos intereses enfrentados. En especial aquellos que surgen de los centros mundiales de mando. Tales intereses son, en estos tiempos de hegemonía avasallante, los de las élites (de marcado derechismo) tanto locales como los de sus socios del exterior. Tal parece que, a diferencia de años pasados un tanto relajados, ahora nada ni nadie escapará a los acomodos que, en forma de presiones, impondrán los enclaves de masivos intereses. La defensa de posiciones antes ganadas se hará sin contemplaciones. Más aún, se dejarán sentir las tentativas de fortificarse a costa de cualquier circunstancia que pudiera presentar resistencia. La derecha, en cada una de las naciones que tendrán procesos electorales en este continente, alrededor de una docena de ellos, está decidida a emplearse a fondo para preservar y asegurar sus privilegios.
La venidera elección en México no será ajena a lo que sucede en otros países: Honduras o Brasil en un primer acercamiento. En el vecino centroamericano ya se ha recurrido al golpe de Estado tradicional y ahora han trampeado, con descaro evidente, la votación emitida. El rebumbio ya trascendió la esfera nacional y se prolonga a los intereses hegemónicos de la región. En el segundo (Brasil), la colisión de intereses conservadores a ultranza no deja de chocar, frontalmente, con las cruciales capas de brasileños que consiguieron mejorar su bienestar durante los años de la presidencia de Lula. Las tensiones han llegado a extremos no vistos con anterioridad y el desenlace todavía es incierto. El caso de Chile sigue en la línea de disputa y, muy en particular, el de Venezuela, donde las pasiones están ya en plena ebullición. Pocos gobiernos y movimientos como los del chavismo han visto sus alternativas de continuidad tan mermadas. Las propias cortedades de Maduro, pero sobre todo la embestida bestial de la derecha continental, capitaneada por Estados Unidos, introducen elementos de pronóstico reservado. Bolivia es ya otro caso tensionado, pues se adentra en un periodo de incertidumbre que, se espera, pronto quedará clarificado. La pretensión de Evo Morales por asegurar un mandato adicional, aun en contra de lo certificado por el referendo llevado a cabo hace pocos meses, pondrá en acción todo un despliegue de fuerzas contrarias a su continuidad. Poco importa que, en estos años recientes, Bolivia, bajo Evo, hubiera logrado crecimientos consecutivos para beneficio de los olvidados de siempre. Lo que ocurre en la actual Argentina de Mauricio Macri se define por la ferocidad de una derecha bien pertrechada y resentida que busca aplastar todo vestigio de aires independientes, muy en boga durante las administraciones de los Kirchner. Lo cierto, también, en este caso sureño, es la pugna que se viene dando entre esas dos grandes corrientes de visiones e intereses encontrados.
Aquí en México se destacan, en primer plano, los esfuerzos de la derecha, ya bien definida por dos de las coaliciones formadas alrededor del PRI y del PAN, enfocados contra la tercera en discordia: Morena-PT. El aparato de comunicación nacional refleja, con crudeza no exenta de cinismo, la estrategia elegida: detener el avance de AMLO y sus correligionarios. Se identifica a Morena como el riesgo de cortar los privilegios instalados y de trastocar el modelo vigente. En esta batalla habrán de emplearse hartos recursos que incluyen, sin cortapisa alguna desde el oficialismo imperante, cualquier palanca, por ilegal que sea su uso.