El músico estadunidense habla de su experiencia con los wixáricas
La tradición musical indígena me ayudó a crecer en mi propio quehacer artístico, pues tiene otras estructuras emocionales
, asegura
Miércoles 29 de noviembre de 2017, p. 3
Philip Glass asegura en entrevista exclusiva para La Jornada: Mi trabajo con músicos indígenas wixáricas no tiene fundamentos académicos; se trata de un acto de imaginación: trasladar al papel pautado estados de conciencia y con ellos la intensidad del lenguaje que desarrollamos personas que no hablamos la misma lengua, pero compartimos el asombro, el milagro de la música
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Glass cavila: “Las músicas indígenas suelen ser consideradas exóticas y no tener cabida en las salas de conciertos. Mi intenso entrenamiento en la música europea contrasta con las maneras cósmicas en que desarrollan los indígenas los fenómenos musicales.
Llevo 16 años viajando constantemente a México; investigo mucho, me interesa el contexto de sus tradiciones musicales y místicas. Yo entro de manera natural en esas tradiciones, sin saber mucho de ellas, sin entrenamiento ni instrucción alguna: solamente dejándome guiar por la sabiduría de los músicos wixáricas.
Philip Glass presentará mañana a las 19 horas, en el Museo Nacional de Antropología, su libro autobiográfico Palabras sin música, publicado por Malpaso ediciones.
El sábado 2 de diciembre a las 17 horas y el martes 5 a las 20 presentará sesiones musicales compartidas, él al piano, con los músicos wixáricas Daniel Medina de la Rosa (voz y violín wixárica) y Erasmo Medina Medina (guitarra wixárica).
Explica a La Jornada: Comencé a trabajar con músicos indígenas desde que tenía 30 años de edad, en mis viajes por India, África, Austrialia, el Tíbet, siempre con la idea de combinar mi música, es decir, la gran tradición europea de Bach y Mozart, con el conocimiento ancestral de esos lugares, en busca de caminos que me ayuden a crecer en mi propia música. Es por eso que me he abierto a esas tradiciones, para que afecten mi pensamiento musical
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Advierte: “Nunca he sido un turista, en ninguna parte. Con los indígenas huicholes he ascendido montañas en México y he hecho meditación caminando en el desierto, y la idea de hacer música juntos significaría para muchos algo muy extraño, mientras para mí se trata de algo sencillamente fascinante.
“Me llevó mucho tiempo entender cómo opera la música wixárica, comprender su arquitectura interior, su entraña. Me limité a escucharlos como músico hasta que sucedió el milagro y me vi a mí mismo escribiendo en partituras esa música para poder volverla a tocar, aún sin tener la capacidad de resolver todas sus imbricaciones, pues sin contar con un maestro, un guía, es muy difícil comprender cómo se entrelazan esos ciclos.
“Hasta que me di cuenta de que el asombro era recíproco, pues a su vez ellos nunca habían visto un piano y me puse a enseñarles cómo funciona la música de ese instrumento y les pedí que se asomaran al interior del mueble, que observaran el arpa interior. Les dije que mi música era como para un piano de juguete (ríe), y de esa manera obtuvimos, mediante el asombro recíproco, una música experimental sumamente interesante.
“Mi interés en la música wixárica se asienta también en el gozo, aunque me tomara horas y horas entender lo que ellos estaban tocando: una música que no tiene notación y que requiere la absoluta concentración de oído. Y yo me sentía solo, porque no había libros ni profesionales de la música que me auxiliaran a comprender los mecanismos de esos misterios.
“Lo mismo me ha sucedido en India, en África, en Australia, en el Tíbet y en Brasil; llevo 40 años haciendo eso, practicando el yoga, el budismo tibetano, el taichí y la tradición tolteca. Lo que he aprendido, entre otras cosas, es que existen otras estructuras emocionales que entrañan esas músicas, y uno debe entrar en esos mundos con autenticidad y sin saber lo que sucederá.
“No conozco a otro músico que haya pasado por estas experiencias. Lo que suelen hacer es, por ejemplo, ir a África y cifrar en partitura la música que encuentran y la ponen en solfas. A mí no me interesa tanto estudiar esa música, sino hacerla, porque no se trata de un estudio académico, sino un acto de la imaginación.
“Por ejemplo, quiero contarte el origen de mi Sinfonía tolteca: un amigo había estado grabando música indígena y me dio una cinta donde un hombre cantaba: era un chamán. Me percaté de que no cantaba en ninguna tonalidad determinada y asumí el reto y me dije: ‘si él puede cantar así, yo debo poner en notación musical ese misterio, trasladar al papel pautado estados de conciencia’. Por eso amo viajar continuamente a México y subir montañas y caminar meditando en el desierto. Es una de las maneras en que puedo crecer, evolucionar como persona y como músico.”