El fracaso de la industria petrolera
a industria de los hidrocarburos se convirtió en negocio fallido este sexenio, con pérdidas multimillonarias, caída de la inversión, baja productividad, corrupción sin precedente y récord en el robo de gasolina. Para colmo de males, José Antonio González Anaya, director de Petróleos Mexicanos (Pemex), abandona el barco para sustituir a José Antonio Meade.
Todo empezó durante la administración de Emilio Lozoya en Pemex, cuando autorizó la compra, a precios de oro, de Agronitrogenados y Fertinal, derroche de recursos para favorecer a un grupo de políticos y empresarios. En la misma administración de Lozoya se presentó el megafraude internacional de Odebrecht y, a diferencia de otros países, en México se reservó la información para no perjudicar a la casta divina del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
A principios de este año Peña Nieto cometió otro gran desacierto al incrementar el precio de los hidrocarburos, lo que desencadenó una inflación galopante, una fuerte devaluación y un gran descontento social.
Ahora, las inversiones de Pemex se han reducido cerca de 100 mil millones de pesos a lo largo del año para terminar el sexenio con niveles récord en la importación de gas y gasolinas. México ya es un país importador neto de hidrocarburos.
Desde el punto de vista financiero, González Anaya le dio una manita de gato a Pemex. Gracias a la ingeniería financiera, ahora resulta que esta firma es una empresa más eficiente y productiva. La realidad es que al bajar las inversiones, lo que sucederá a Pemex es lo mismo que al caballo del español del cuento: ya que comienza a aprender a no comer, es probable que se muera.
Además, este 30 de noviembre se libera el precio de los hidrocarburos, lo cual presionará al alza el costo de las gasolinas. Sin embargo, por las elecciones se ajustará a la baja el impuesto a los hidrocarburos, independientemente del déficit presupuestal, con lo que se utilizará políticamente para beneficiar al PRI.
Total, que la economía ficción se mantendrá como parte de nuestra realidad hasta finales de este sexenio y ya será al próximo presidente a quien tocará hacer los ajustes necesarios para que el país pueda mantener la confianza en los mercados financieros internacionales. El surrealismo mágico volvió y no tiene para cuando terminar.