Recuerdos Empresarios (LXVI)
ntes y después.
Y cuesta mucho escribirlo.
En la anterior entrega de mis recuerdos a La Jornada me referí a la tremenda cornada –penetrante de vientre– que sufrió Jesús Solórzano Pesado a los 34 años de edad. En cualquier parte facultativo se mencionan puntazos, heridas superficiales, cornadas y cogidas de gravedad, pero nunca la más severa de todas: la mental
Y que, quiérase que no, tarda un buen rato en sanar, y en ocasiones no del todo.
Chucho las pasó bien gordas
y, poco a poco fue superando aquello, y pasado un buen tiempo, volvió a vestir de luces, al llamado que le hicieran para reaparecer en Aguascalientes.
Y también alternó, al conjugar el toreo con otra de sus grandes aficiones: el polo.
En cosos de provincia hubo de todo, desde momentos chuscos
, muletazos para salir del paso y hasta grandes faenas, una buena parte de ellas en Aguascalientes.
Y no exagero.
Tan así fue que una placa conmemorativa se colocó en el coso hidrocálido rememorando aquellas sensacionales tardes, y confío que aún esté puesta.
Y así decía:
“En recuerdo de las memorables faenas del matador Jesús Solórzano a Piel de Plata, de Mariano Ramírez. Pinocho, de Mariano Ramírez. Poeta, de Torrecilla. Ermitaño, de La Punta. Artista, de Lucas González y Príncipe, de Jorge Barbachano”.
Cabe recordar que Chucho fue también empresario en Cancún, plaza que aún está en pie, que los actuales manejadores
la dedican a todo excepto a lo taurino.
Asimismo, organizó varias corridas en Pachuca y en una de esas contrató al personalísimo Curro Romero, que me maravilló y deleitó con cinco sensacionales verónicas –que nunca he olvidado–, y paremos de contar.
Inquieto como era, dedicó muchos de sus años a cuestiones religiosas, en las que solía acompañarlo Manuel Capetillo hijo, y a la construcción de una maravillosa cancha de polo con un impactante conjunto de residencias de lujo, en lo que trabajó día y noche, y que, desgraciadamente, no pudo ver concluido por su inesperada partida.
Lo extrañaremos.
* * *
Volvamos con su amigo.
¿Qué fue, en el ínter, de Carlos González Alba?
Se encontró con la Diosa Fortuna.
¿Y eso?
Uno de tantos día, me invitó a comer a uno de sus lugares preferidos, El 77, y al salir, mientras yo saludaba a quién sabe quién, él se entretuvo comprando un entero de la lotería, del cual me compartió un cachito
; al día siguiente me llamó por teléfono y me preguntó si todavía lo tenía.
Le dije que sí. “Vete a cobrarlo porque le pegamos al ‘gordo’”. Pensé si me estaría vacilando, pero Carlos no era ese tipo de persona, así que consulté la lista, y si 5 mil del águila
eran ya míos.
¿Y él?
Nada más y nada menos que 95 mil pesotes de aquellos años, y en reunión que sostuvimos unos días más tarde, me preguntó que debía hacer con esa lana
.
Mira, le dije, como bien dice mi padre, la gente de letras no sabe mucho de números, y me parece que lo más prudente será que consultes a don Luis Barroso Barona, que ese sí que sabe y te aconsejará.
Lo hizo y le dijo que cambiara todo a dólares, y a poco vino la devaluación y don Carlos González Alba González ingresó al mundo de los millonetas
.
Y siguió laborando, y nunca conocí sus motivos para renunciar a seguir chambeando
con el licenciado Bailleres. Lo que sí supe es que éste comentó que había perdido a un estupendo colaborador.
Y el más suertudo
...
De ahí se fue Carlos a colaborar en la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, donde, merced a su diplomacia y a su manera de ser, pronto se hizo de cartel, y los agremiados comentaban lo bien que se desempeñaba, sólo que…
De milloneta, pasó a ser todo un potentado.
¿Y eso?
Podrán o no creerlo mis contados lectores, pero el caso es que volvió a jugar a la lotería, en esa ocasión en un sorteo de Navidad; comprando la totalidad de una serie se enchalecó
nada más y nada menos que 50 millones de pesos, y cuando me lo contó lo único que le dije fue: Déjame sobarte a espalda
.
Dijo adiós a la Asociación de Ganaderos y volando
fue a ver a su consejero financiero; hubo nueva adquisición de verdecitos
, que en 6 meses se hicieron verdesotes
y por un tiempo no supe de él.
(Continuará)
(AAB)