no de los arquitectos y pintores más destacados en las primeras décadas del siglo XX fue Juan O’Gorman. Nació en la Ciudad de México el 6 de julio de 1905. Fue hijo del ingeniero y pintor irlandés Cecil Crawford O’Gorman, quien le impartió sus primeras lecciones de dibujo y pintura.
Estudio arquitectura en la Universidad Nacional y fue uno de los mejores representantes de la arquitectura funcionalista, movimiento que surgió en Europa después de la Primera Guerra Mundial. Sin ornamentos, esta corriente buscaba cumplir su función utilitaria aprovechando los nuevos materiales: hierro, cemento, vidrio y hormigón armado.
Extraordinaria muestra de ese estilo es la casa-estudio que realizó para Diego Rivera y Frida Khalo en San Ángel. Construyó escuelas y casas; más tarde experimentó con la arquitectura orgánica. En el arte su gran obra fue el proyecto que realizó para la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria (1949-1951). Dirigió personalmente el gigantesco mural de piedras multicolores que se enviaron de todo el país; representa el desarrollo histórico de la cultura nacional. La impresionante obra que cubre los cuatro muros ciegos de la biblioteca se ha vuelto un símbolo de Ciudad Universitaria e influyó para que se le designara Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En 1926, cuando O’Gorman contaba con escasos 21 años de edad, el secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, lo invitó a pintar un mural en la recién construida biblioteca Fray Bartolomé de las Casas en Azcapotzalco.
Era su primer mural y se inspiró en la población que iniciaba su camino del campo a la industrialización. Lo pintó al temple sobre yeso directo; está conformado por cuatro páneles ubicados en la parte superior de los muros, de 50 metros de ancho por 1.50 de alto cada uno.
Es una alegoría que refleja los ideales de la época: la reconstrucción cultural de la postrevolución, el surgimiento del proletariado, la industrialización y el nacionalismo que surgió del movimiento revolucionario. Aparecen refinerías, una fábrica, un hotel, edificios, cantinas y un moderno tranvía que muestran la incipiente urbanización conviviendo con escenas del Azcapotzalco agrícola.
Esta delicia de obra padeció un deterioro que llevó a O’Gorman a intervenirla en 1954. La carencia de mantenimiento volvió a afectarla, al grado de que una parte desapareció por completo. En 1970 se realizó una nueva restauración para recuperar la pigmentación de la obra.
En mayo de 2000, durante el primer mandato de Pablo Moctezuma como jefe delegacional en Azcapotzalco, se realizó una restauración que logró recuperar la parte faltante, la estabilización de estratos, fijación de color y ataque de microorganismos.
Nuevamente se descuidaron el mantenimiento del inmueble y del mural, que padeció severo deterioro. Por fortuna, Moctezuma fue elegido delegado nuevamente en 2015 y comenzó los trámites para que el Centro Nacional de Conservación y Registro de Patrimonio Artístico del Instituto Nacional de Bellas Artes restaurara la obra. El trabajo fue complicado y costoso. Primeramente se impermeabilizó la biblioteca para erradicar la humedad causada por la lluvia. Ahí iniciaron su compleja labor los especialistas para eliminar las sales solubles y consolidar las capas de soporte mediante inyección para reintegrar el material pictórico.
El resultado es magnífico como pudimos constatar hace unos días, cuando asistimos a un acto de presentación del mural en la biblioteca Fray Bartolomé de las Casas. Todo mundo puede pasar a visitarlo y de paso darse una vuelta por la preciosa Casa de Cultura, que se encuentra a un lado y a la parroquia de Felipe y Santiago, que data de 1565. La capilla del Rosario es una joya barroca.
Tras la visita puede ir al Mesón Taurino Azcapotzalco, en Miguel Lerdo de Tejada 14. Aquí nacieron las famosas gaoneras, esos suaves trozos de carne que se sirven apilados de seis en seis con un toque de jugo de carne y tapadas con tortillas recién hechas. Una ricura.