Cultura
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A la Ibero, el archivo fotográfico de Mariana Yampolsky
I

mposible no rendir homenaje a todo lo que la Universidad Iberoamericana (Uia) ha hecho por la educación y la cultura en México. La sola revista Ibero demuestra hasta qué grado los estudiantes y las autoridades de esta universidad participan en la vida pública y política de nuestro país. ¿No fueron los estudiantes de la Ibero –acusados de facinerosos y provocadores en mayo de 2011 por su rechazo a Peña Nieto– quienes aparecieron en televisión con sus credenciales? ¿No fueron ellos quienes obligaron al candidato del PRI a esconderse en el baño? ¿No han sido ellos quienes han participado como brigadistas en los desastres naturales de 1985 y 2017?

Tengo en mis manos la revista Ibero que, número tras número, se ocupa de la cultura y de los problemas sociales y políticos de nuestro país. Su director, Carlos A. Valle Cabello, y su director editorialista, el poeta Juan Domingo Argüelles, la han engrandecido. Alguna vez asistí a una magnífica exposición dirigida y montada por Tere Matabuena y me asombró que reuniera un acervo excepcional que no había visto en ninguna otra galería.

En el número más reciente de Ibero participa un hombre al que admiro, Pedro Moctezuma Barragán, quien habla de su lucha contra la privatización del agua, así como lo hace Beatriz Palacios. Por estas razones, el futuro del archivo de Mariana Yampolsky en la Ibero –uno de los grandes centros educativos privados de nuestro país– está asegurado.

El ingeniero agrónomo holandés nacido en La Haya, Arjen van der Sluis, quien fuera esposo de Mariana Yampolsky, escogió a la Ibero gracias a la intervención providencial e invaluable ayuda de su actual esposa, Laura Pérez Rosales, doctora en historia de la universidad de Leiden, piedra angular en la fundación y el buen funcionamiento de la institución.

Dice Arjen van der Sluis: “Elegí la Universidad Iberoamericana porque es una institución seria que no depende del gobierno, tiene estabilidad financiera y ha demostrado, con otros acervos, que cuenta con buenos archivistas. Resguarda la colección Porfirio Díaz, el archivo Manuel González, el Alberto Salinas Carranza, los tres, con el registro de Memoria del Mundo-Sección México, otorgado por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Asimismo, la universidad atesora el archivo de Comerciantes Novohispanos, dos archivos de haciendas de Tlaxcala y el Toribio Esquivel Obregón, entre otros. La Uia cuenta con una sección de libros antiguos y raros que incluyen la segunda y tercera carta de Relación de Hernán Cortés (1524), las obras póstumas de Sor Juana Inés de la Cruz (edición 1701), el Atlas de La Pérouse (siglo XVIII), tres tomos de la Enciclopedia francesa editados en el siglo XVIII, una Matrícula de Tributos del Pueblo de Cutzio (siglo XVI), un plano del oriente y sur de Culhuacán y Xochimilco de 1551 y el Canto General de Pablo Neruda, edición original de 1950, firmado por Neruda, cuya primera guarda fue pintada por Diego Rivera y la segunda por David Alfaro Siqueiros, el cual cuenta también con registro como Memoria del Mundo Sección Latinoamérica.

“En la actualidad, las fotografías de Yampolsky se encuentran en la casa que ambos construimos en la calle de San Marcos 65, en Tlalpan, y me encantaría que también la Ibero se interesara en ella como instituto de la propia Ibero en el sur de la ciudad. Se trata de una casona de finales del siglo XIX, que en el siglo XX perteneció a un militar. El casco de la hacienda lo recuperamos para que ahí viviera Hedwig, la mamá de Mariana. La casa en la que vivimos fue diseñada por Mariana, ideal para albergar fotos, libros, un cuarto oscuro para revelado de fotografías, los gatos, la perrita Achaque y un bellísimo jardín que yo cuidaba.

“El archivo consta de 90 mil negativos que representan 58 años de su vida. Maestra en la escuela Garside hasta 1959 y miembro muy querido del Taller de Gráfica Popular al lado de Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Alberto Beltrán, Mariana comenzó a hacer fotografías impulsada por Alberto Beltrán, quien además de grabador fue también excelente fotógrafo. Gran viajera, como maestra del Garside, Mariana organizó cinco o seis viajes con sus alumnas de entre 13 y 15 años a Europa. En los museos, ninguna maestra mejor informada y más inspiradora que Mariana. (A muchos jóvenes no suelen gustarles los museos, pero las alumnas de Mariana regresaron convertidas en críticas de arte.) Mariana las hacía escribir sobre lo que descubrían en Inglaterra, Alemania, España, Francia y Yugoslavia, y en su viaje al oriente disertaron sobre Israel, Jordania y Egipto. En Egipto, Mariana tomó 58 o 60 fotos de hombres y mujeres que trabajan en el campo. Vio la lucha cotidiana de hombres y mujeres y montó en la ciudad de México su primera exposición en 1960, en la galería José María Velasco: Imágenes en el Medio Oriente. A partir de ese momento, a lo largo de los años, Mariana expuso en Alemania, Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Portugal, Canadá y en distintos museos de México, la última, en el Museo de Arte Popular. Produjo 15 libros, además de 50 exposiciones individuales y 150 colectivas, y publicó más de 15 libros, entre otros La casa en la tierra, La raíz y el camino, Estancias de olvido, Tlacotalpan, Haciendas poblanas y Mazahua. Los arquitectos mexicanos tienen una enorme deuda con Mariana por su espléndido libro La casa que canta, así como el de Chloe Sayer Traditional Architecture of Mexico, publicado por la editorial Thames and Hudson. El jardín de Edward James, The Edge of time y Formas de vida son otras obras y –antes de morir– ya había viajado a Tijuana, a Mexicali y a otras ciudades fronterizas para tomar fotografías para un libro sobre migrantes.

Yo la conocí en 1962 y me casé con ella cinco años más tarde, el 31 de julio de 1967. A partir de ese momento viajamos juntos a Oaxaca y Yucatán, Quintana Roo, Cozumel, Tlaxcala y fuimos con mucha frecuencia al estado de México, a Morelos y a Guerrero. Recuerdo que ella conducía su Volkswagen y apenas veía un sendero prometedor lo tomaba aunque fuera de terracería. Muchas veces nos quedamos sin comer porque se entusiasmaba tanto que olvidaba por completo su hambre y la mía.

–También yo recuerdo, Arjen, que fuimos cuatro o cinco veces al estado de Hidalgo, para que yo pudiera hablar con las mazahuas. Visitamos Tequisquiapan y San Juan del Río, en Querétaro; Talcotalpan y Veracruz. En Tequisquiapan fotografió a cinco ancianitas con su rebozo en la cabeza que esperaban que el señor cura las confesara, sentadas en una banca de piedra. A raíz de esos viajes se publicaron tres libros: La casa en la tierra, Mazahua y Tlacotalpan.

–Sí –continúa Arjen. Me gustó mucho acompañar a Mariana, aunque yo tenía un puesto en las Naciones Unidas y compromisos con el gobierno de Holanda, pero me daban cierta libertad. En los años 60 se fundó el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana en la calle de Malintzin del que se responsabilizaron Leopoldo Méndez, Rafael Carrillo, Manuel Álvarez Bravo y Mariana, quien tomó miles de fotografías para el Fondo que aparecieron en un precioso libro, Lo efímero y lo eterno del arte popular mexicano. Así como Mariana había sido uno de los miembros esenciales del Taller de Gráfica Popular, al lado de Alberto Beltrán, fue parte esencial del consejo de esta gran editorial que también publicó una obra de gran tamaño sobre los muralistas y otra muy notable sobre José Guadalupe Posada. A partir de los años 50 el nombre de Mariana se mencionó al lado del de Diego Rivera, Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y otros forjadores de la identidad mexicana.

Arjen van der Sluis se sume en sus recuerdos y yo le cuento que aprendí mucho de Mariana. Era un regalo escucharla, verla sonreír y platicar con quienes fotografiaba. El primer viaje lo hicimos a Xochimilco, el segundo a Tlaxcala, a retratar los tapices de flores de Huamantla. Gracias a ella también conocí a las mazahuas y a sus vueludas, unas faldas amponas que las mujeres amarran a su cintura. Recuerdo la desesperación de Mariana al regresar a su vochito y descubrir entre lágrimas que su instrumento de trabajo, su indispensable cámara Hasselblad había desaparecido.

Mariana Yampolsky murió de cáncer el 3 de mayo de 2002 en su casa en San Marcos 65 en Tlalpan, que hoy visitan los estudiosos. Gran lectora, dejó 10 mil libros, grabados del Taller de Gráfica Popular, calendarios, carteles, etcétera En un folleto, de 1952, el nombre de Yampolsky figura en la elite de la cultura mexicana al lado de Diego Rivera y Frida Kahlo. Llegó a México en 1944 y ocho años después ya era parte de nuestra cultura.

Siempre fue visionaria. Cuando encontramos nuestra casa en Tlalpan, la vi totalmente en ruinas. Sí, pero tiene posibilidades –me dijo. Jorge Stepanenko la reconstruyó y Jorge Angulo la terminó. Mariana sabía detectar tanto en las obras como en los hombres y mujeres capacidades creadoras. Por eso fue la curadora de la magna exposición de fotografía en el Museo de Arte Moderno en 1989 en la que reunió a todos los fotógrafos de México, 150 años de fotografía en nuestro país, exposición tan notable que viajó a 30 países del mundo.