La cordillera
a banalidad del mal o el mal en toda su banalidad? Después de asistir a La cordillera, tercer largometraje del realizador argentino Santiago Mitre (El estudiante; La patota), y guionista también de Pablo Trapero (Elefante blanco, Carancho), cabe preguntarse hacia qué dirección final apunta su laberíntica y muy rebuscada trama. El punto de partida es ambicioso: en una cumbre de mandatarios latinoamericanos, en un hotel chileno situado en la cordillera andina, se discute la posible creación de una Alianza Petrolera del Sur. A la cita acuden los perfiles presidenciales más contrastados: sobriedad acartonada del argentino Hernán Blanco (Ricardo Darín); fanfarronería procaz y pintoresca del mexicano (Daniel Giménez Cacho), abrumadora pesadez del brasileño y diplomática obsequiosidad de la presidenta chilena, con el resto de los dignatarios como comparsas bastante desdibujados. Lo que se discute apenas importa al espectador por lo deshilvanado y caótico de la premisa. Lo interesante es cómo el realizador convierte los encuentros en privado de dos presidentes en lo que posiblemente se ajuste mejor a la realidad: charlas de políticos mafiosos donde se afinan los arreglos y complicidades mutuas para perpetuar las redes de corrupción y de impunidad en el hemisferio.
Desde esta apuesta por un realismo duro, de la que podría desprenderse un inquietante thriller político en la mejor tradición del cine italiano de los años setenta, el realizador transita hacia una vertiente narrativa mucho más azarosa, y a la postre confusa que es el acercamiento onírico a la experiencia límite de la hija de Hernán Blanco. Después de un accidente, ella se ha refugiado en un mutismo misterioso del que habrá de sustraerla un hipnotizador chileno (Alfredo Castro). Las remembranzas y la palabra recobrada de la joven servirán para revelar zonas de turbiedad en la vida privada y pública del presidente argentino. Al arribar a esos niveles de truculencia sicológica, ya importan todavía menos los cálculos financieros y las bajezas morales del encumbrado clan neoliberal. Sucede entonces lo inevitable: lejos de complementarse, las dos vertientes narrativas ahora chocan y se colapsan. El mal amenazante y difuso, que nunca tuvo en realidad nombre propio, ya sólo es materia escabrosa y termina diluyéndose, lamentablemente, en la banalidad, algo que no sucedía con el control narrativo más sólido en las anteriores cintas de este notable realizador.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 17:45 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1