Opinión
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Destructividad adherida a creatividad genial
E

l 18 de enero de 1982, el arquitecto, dibujante, pintor, profesor y muralista Juan O’Gorman (1905-1982) hizo una mezcla compuesta por amarillo de Nápoles (antimoniato de plomo), amarillo de cadmio (sulfuro de cadmio) y verde malaquita (carbonato básico de cobre). Todos ellos pigmentos muy venenosos.

O’Gorman se bebió esta pócima y, después, se ató al extremo de una soga al cuello en el jardín de su casa. Finalmente, tomó una escopeta y se dio un tiro en la sien derecha y, al caer, su cuerpo quedó colgado de la gruesa rama de ese viejo árbol.

Juan O’Gorman nos dejó al morir algunas de las creaciones arquitectónicas más importantes del siglo: casas en San Ángel, el museo estudio de Diego Rivera y gran cantidad de murales y obras de caballete, el mural de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México, producción ardiente surgida de las entrañas de la tierra. Cosmogonía moderna de hondas raíces prehispánicas. Piedra y color, diáfanos murmullos de sangre habitados por Copérnico y Ptolomeo, sobrevivientes de la historia; universo lleno de dolor.

Juan O’Gorman enlazó la destructividad que lo acompañó toda su vida matizada de perfeccionismo a la creatividad. En su autorretrato aparecen los cinco personajes que vivían en él, en el mural universitario los cinco escenarios de la vida mexicana; el mundo prehispánico, el mundo colonial, el mundo contemporáneo y el México contemporáneo, él, como quinto personaje en ambas obras, cinco son sus elementos en el suicidio; los tres venenos, el ahorcamiento y el disparo de la escopeta.

La semana pasada se llevó a cabo en el Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México, la mesa redonda promovida por Salvador Rocha, quien convocó a un grupo interdisciplinario para disertar acerca del Autorretrato múltiple de Juan O’Gorman.

Salvador Rocha habló como sicoanalista en reflexión acerca de lo humano y lo extraordinario en O’Gorman.

Convencido de que siempre existirá algo que no se pueda conocer, más allá de las luces y sombras de la vida; el suicidio y la creación artística. Polivalencia de sentidos, magia, bestialidad analítica del azar. Las hipotenusas de la percepción confundidas en la geometría de la evocación.

Espléndidamente, Salvador Rocha poetiza la obra del genial arquitecto:

“Alquimia de un trazo que se

pinta en otro trazo

Poética del existir en las

transmutaciones del dolor

Aquél que pintó con piedra y

habitó la cueva

Donde los árboles se mecen y

las estrellas crepitan

Pulió la roca y en sus reflejos

arquitectura

En las paredes del absurdo

hizo transparencias,

habitó la luz y las máquinas

de existir.

Lo divino es el querer/ La

muerte piensa que Dios no existe, ¿será

por eso que le teme?

Lo eterno es el hombre, lo

perecedero es lo bello,

el dolor inextinguible/

mientras el Creador,

adormilado,/ piensa nuevos

universos.

Piedra áspera, esta casa como monumento se reconstruye una y otra vez, una y otra vez…

La pauta para todo es la tarde cuando cae la luz poliédrica del domingo

Amarillo al amanecer, después de arder, vibración Órfica sostenida./ Negros de tu alejamiento.

Palabra plena de vacío agota lentamente su resplandor

El retrato; de divinas proporciones asoma el infinito

Cuenta la tristeza del ángel nuevo que no encuentra lugar en la historia.”