ecía en mi artículo anterior (5/11/2017) que basados en los resultados de las elecciones presidenciales en 2000, 2006 y 2012 el sentido común político dice que en 2018 habrá de inicio tres candidatos fuertes, uno de los cuales terminará hundiéndose como ocurrió en las elecciones anteriores. Además, se añade, que se trata de una elección organizada alrededor de dos polos, un polo anti-priísta y otro polo anti-populista (queriendo con esto decir anti-AMLO).
Mas allá del sentido común. Pero hay un sinnúmero de factores que modifican drásticamente ese pronóstico. La debilidad de las instituciones que se expresa en la total disfuncionalidad de los mecanismos de intermediación para articular demandas ciudadanas y trasmitirlas a los centros de poder. Las estructuras corporativas están desmanteladas y no hay ningún arreglo institucional que las sustituya. El sistema de partidos está atrapado en sus propias redes de transacciones políticas de corto plazo. La proliferación de iniciativas y organismos ciudadanos –extremadamente concentrada en las grandes metrópolis del país– articula causas específicas y tiene éxitos parciales en esos ámbitos, pero los canales de trasmisión a partidos, congresos y otros ámbitos del poder público están azolvados.
Las cosas duran hasta que se acaban. Como nunca las elecciones del año próximo dependen de varios factores externos, entre los cuales las relaciones con Estados Unidos es el elemento clave. El Tratado de Libre Comercio está en mi opinión muerto porque su propósito central que era atraer inversión extranjera ha sido torpedeado por Trump usando amenazas creíbles a las grandes corporaciones y otorgando el enorme incentivo de la reducción de impuestos a esos mismos actores. Los flujos comerciales con Estados Unidos pueden encontrar cauces alternativos –la diversificación comercial necesaria toma tiempo– pero la garantías a la inversión extranjera en ausencia de los mecanismos de arbitraje previstos en el Tratado son tan débiles como el propio Poder Judicial mexicano.
La secuela. Las candidaturas independientes presidenciales a pesar de su lento despegue pueden terminar en dos o tres candidatos. Sumados a los previsibles tres candidatos presidenciales mas competitivos, añaden mayor dispersiones al voto efectivo y también a su traducción en el Congreso, en las gubernaturas y en las legislaturas locales. Se necesitarán complejos acuerdos y coaliciones para que mínimamente actúen los poderes públicos en condiciones de enorme deterioro económico y social.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. Pero el determinismo es mala compañía en un contexto donde existen tantas incertidumbres y posibles desenlaces. Hay fragmentación social, política y electoral. Hay debilidad institucional. Hay factores externos que estarán pesando enormemente. Hay sobre todo una elite económica y política sorda y ciega ante lo que acontece en la sociedad.
Y sin embargo se mueve. Hay dos iniciativas que podrían mejorar el contexto con un propósito: generar un espacio proclive a las coaliciones que se necesitan para gobernar este país. Uno, la selección de candidatos presidenciales a partir de debates internos en sus partidos o coaliciones. Más importante que el candidato o cómo se eligen internamente es qué están proponiendo para resolver el tema central: la gobernabilidad del país. Dos, se requiere generar una amplia red de ONGs que impulse una batería de pro-puestas para la gobernabilidad democrática del país en torno a los tres ejes centrales que surgen en el debate público: la seguridad humana, el combate a la impunidad y corrupción, y la desigualdad.
La democracia diabética. El Informe 2017 del Latinobarómetro parte de un lúgubre resumen que evidentemente afecta al contexto político: Es una democracia diabética que no alarma, con un lento y paulatino declive de múltiples indicadores, distintos según el país
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