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Ciencia sobre quelites: ¿qué sigue? Jorge A. González Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM [email protected]
La ciencia no es la pura verdad ni se dedica a medir objetos. La ciencia se ha desarrollado durante siglos para ayudarnos a ver el mundo (y a nosotros mismos) como un proceso de cambios, adaptaciones, reorganizaciones, crisis. No es fácil darnos cuenta de que no “somos”, sino que vamos siendo. La historia de la ciencia, así como la enseñanza y preparación de los “científicos” se realiza al interior de disciplinas y subdisciplinas que tienen cada una sus preguntas, sus métodos y objetos, como la química, la biología molecular y la biomedicina, la economía y la sociología, filosofía e historia, antropología y etnobotánica, entre muchas. La ciencia se consolida cuando es capaz de representar procesos, o sea, de interpretar las transformaciones de lo que estudia a través del tiempo. Conocer es siempre una forma de actuar sobre el mundo, y eso también es un proceso. Sin embargo, cuando estudiamos un objeto que no se deja atrapar por una sola disciplina –es decir, cuando las preguntas y herramientas específicas no nos alcanzan para entender sus transformaciones–, tenemos entonces un problema compuesto por la interdependencia entre elementos diferentes que lo componen (y cada uno de ellos requiere una mirada especializada), pero por la manera en que están trenzados no se pueden estudiar de modo separado: lo que define la particularidad de cada uno de ellos (o sea, lo que cada ciencia estudia) depende de su relación con los otros elementos para generar el comportamiento que consideramos como “problema”: por ejemplo, hambrunas, malnutrición, pobreza, explotación, violencia, etc. Ninguna disciplina solita basta para explicar el comportamiento común que emerge de ese tejido de vínculos entre sus diferentes componentes. Las “propiedades” que alcanzamos a registrar dependen de series de transformaciones en el tiempo que, para su cabal explicación, aunque no las veamos, involucran diversos elementos que no son el foco de estudio dentro del dominio de cada disciplina.
Pongamos un ejemplo: desde el maíz primitivo (teocintle) hasta los maíces que hoy conocemos, sus características morfológicas, bioquímicas, bromatológicas, bioactivas y registrables no se pueden aislar de su proceso de domesticación por los humanos. Son inseparables, uno se define por la relación con el otro. ¿O sea que la sociedad y la cultura están detrás de que las mazorcas tengan más hileras? ¿Las relaciones sociales y simbólicas tienen que ver con las características físicas, químicas, biológicas, bromatológicas que hoy vemos? Sí. Es resultado de un proceso social y cultural que condiciona las características que registra cada disciplina. La química molecular será capaz de determinar una serie de características de cada quelite y armar su código de barras, que permitirá saber no sólo sus elementos, sino la relación y proporciones que le dan su sabor, olor u otras características. Las ciencias biomédicas se encargarán de entender la forma en que las características de cada planta activan o desactivan parásitos dentro del cuerpo humano (como la propiedad de cierto componente de un quelite que desactive la acción de las amibas o, bien, ataque las bacterias que generan la gastritis). La economía puede establecer las cadenas de valor en donde está o no inmersa la producción y el consumo de quelites; el derecho seleccionará los lineamientos de protección al conocimiento ancestral detrás de la domesticación, uso y preservación de un quelite por sus efectos conocidos. La investigación científica no se hace nada más para saber y ya. Depende de distintas variables para que se lleve a cabo. Algunas tienen que ver con la importancia de esos estudios, el valor que generan, el espectro de posibilidades de dichas especies para mantener la biodiversidad, para mejorar la economía de las comunidades, para curar un espectro de enfermedades como la amebiasis y la gastritis, o estados como la desnutrición o malnutrición que las propias condiciones sociales y culturales tienden a perpetuar. Otras apuntan a conocer, exigir y ejercer los derechos de protección del conocimiento de dichas plantas, las delicias de los sabores compuestos que los quelites agregan (además de valores nutricionales o curativos) a los platillos que la gente suele comer. Al enfrentar este tipo de problemas, la ciencia necesita un marco que ayude a rebasar las preguntas de cada disciplina para a crear la forma de abordarlos y explorarlos. Imaginemos qué debería saber un químico de etnobotánica para hacerle preguntas de etnobotánica al biólogo, que éste jamás se planteó (porque no es químico), pero que ha de responder como etnobotánico. O bien, qué debe saber de historia una bromatóloga para plantear cuestiones de historia o de antropología que el historiador o antropólogo jamás se planteó (porque no piensa como bromatólogo), pero que necesita responder como historiador.
La investigación del tipo de problemas que se atisban en los límites de las disciplinas fuerza a los científicos especializados que estudian un mismo problema a activar procesos de aprendizaje y escucha entre colegas, a fin de construir un conocimiento diferente. En esta investigación sobre los quelites, cada equipo de trabajo disciplinario ha cumplido cabalmente su misión. Ahora contamos con descripciones y hallazgos que antes no teníamos. El proyecto descubrió propiedades de tres especies de plantas tiernas comestibles que antes no se conocían. Ahora tenemos un reto importante: generar una investigación que reporte no sólo los hallazgos de cada disciplina por separado, sino que active un proceso de conversación y búsqueda que no se agote en los hallazgos particulares. Podemos convertirnos en un equipo multidisciplinario que se ocupa de generar conocimiento transversal. Si éste se queda dentro de los confines del mundillo académico que publica en revistas “indexadas”, sólo se habrá cumplido parte de la tarea. Podemos pasar a otra etapa en la que, a partir del conocimiento de los procesos que han conformado las características que aportó cada disciplina, podamos acceder a otro nivel de preguntas, conceptualizaciones y metodología compartidas para generar un conocimiento inter (y ojalá, trans) disciplinario. Con este último, seríamos capaces de incorporar a los campesinos no sólo como objetos de estudio, sino como sujetos de conocimiento. Desde esta perspectiva, conocer se convierte en una acción que puede transformar su propia condición. Todo este nuevo saber generado sobre tres tipos de quelites permitirá hacernos mejores preguntas y diseñar estrategias para empoderar a quienes, con su conocimiento y práctica social y cultural, han domesticado y documentado, a su manera, el beneficio concreto de los quelites para bien de la sociedad. La voluntad de tejernos como colectivo y las ventajas de enredarnos en una tarea que no es estimulada por los mecanismos de evaluación académica, ni recomendada dentro de las fronteras unidisciplinarias, está al frente. Ya ha logrado mucho cada disciplina. Ahora puede ser el tiempo de fijarnos objetivos más profundos y transformadores. Pero eso no ocurrirá si como grupo nos involucramos sólo con las plantas, pero no con las personas y, desde luego, con esta forma de estudiar los problemas un pasito más allá de nuestras propias disciplinas.
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