n la recién concluida cumbre de APEC (Cooperación Económica Asia Pacífico) –cuya sede, Da Nang, fue en otra época la principal base aérea las fuerzas invasoras de Estados Unidos (EU) y es ahora un importante centro económico, portuario y turístico del litoral central de Vietnam– se produjeron dos discursos que polarizaron la atención, proferidos por los personajes que hoy comparten la mayor prominencia global: los presidentes chino y estadunidense. Repaso aquí ambas oraciones, contrastando contenidos, intenciones, significados.
Trump y Xi eligieron auditorios diferentes para el más importante de sus discursos durante la cumbre. El primero se dirigió a la reunión con el Business Advisory Council –ante la que Xi había hablado la víspera– y el segundo a la plenaria de los líderes políticos de APEC. Quizá cada quien prefirió dirigirse a los que considera sus pares: los dirigentes empresariales y los jefes de Estado o de gobierno. El discurso de Xi (mil 300 palabras) fue mucho menos ampuloso que el de Trump (3 mil 500). Hay varias otras diferencias.
Ambos tomaron como punto de partida la incipiente reactivación global, a casi un decenio del inicio de la gran recesión. Xi aludió a una recuperación gradual, que ha ido ganando fuerza
y abre la puerta a un nuevo ciclo de desarrollo y prosperidad globales
. Trump afirmó que todo el mundo ha sido ayudado por la renovación
de EU, manifiesta en un crecimiento económico que ha llegado a 3.2 por ciento y continúa aumentando
, un desempleo en su nivel más bajo en 17 años
y un mercado de valores que ha alcanzado su máximo histórico
. Trump cita una cifra que corresponde a una estimación temprana para el tercer trimestre, sujeta a revisión, pero estas minucias no lo detienen. Si a algún comportamiento nacional hubiera que atribuir el impulso al repunte de la economía mundial no sería, desde luego, al de Estados Unidos, sino a los de la zona del euro, Japón, China, los países emergentes de Europa y Rusia
, como indica la revisión de octubre último de la Perspectiva Económica Mundial del FMI.
Más adelante, Trump presentó la imagen Disneylandia
de la evolución reciente de cada una de las economías de la orilla asiática del Pacífico, aunada a una catarata de elogios para sus líderes. Su larga enumeración acrítica omitió a las de Australasia y, por supuesto, a las del hemisferio occidental. Es posible que líderes como la presidenta Bachelet y la primera ministra Jacinda Ardern se hayan sentido complacidas de no ser mencionadas por un misógino tan sobresaliente.
Incluyó, en cambio, a la India, cuyo primer ministro está trabajando muy, pero muy exitosamente, en verdad
. Introdujo una nueva noción geopolítica: el Indo-Pacífico
. Sin embargo, el elemento de sorpresa se había perdido: semanas antes, el secretario de Estado Tillerson lo había hecho explícito inequívocamente: una alianza estratégica indo-estadunidense frente actos provocadores de Pekín en el Mar del Sur de China y en otros teatros. Al dejar atrás la dimensión usual de Asia Pacífico, Tillerson propuso “el Indo-Pacífico –que incluye el océano Índico en su integridad, el Pacífico occidental y las naciones que los rodean– como la región de mayor influencia en el mundo del siglo XXI”. El cambio de noción hace desaparecer, por arte de birlibirloque, al litoral latinoamericano del Pacífico –y quizá a Canadá también.
Xi, por su parte, pasó revista a los factores que considera indispensables para que la actual reactivación coyuntural, incompleta e inestable, se transforme en una recuperación duradera del crecimiento y del empleo, en condiciones de creciente equidad. Destacan tres de ellos:
• “Primero, es necesario promover la innovación como principal impulsor del crecimiento… Es necesario perseguir tanto la innovación científico-técnica como la innovación institucional [y] desarrollar sinergias entre los mercados y las tecnologías… para aprovechar plenamente el potencial de desarrollo de ambas.”
• “Segundo, es necesario abrir las economías para ampliar el espacio para el desarrollo: avanzar en la liberalización y facilitación del comercio y la inversión –construir economías abiertas, mantener y fortalecer el régimen multilateral de comercio y reequilibrar la globalización económica.”
• “Tercero: Necesitamos perseguir un desarrollo incluyente que dé a nuestros pueblos sentido de participación […] necesitamos conseguir mejores equilibrios entre la equidad y la eficiencia, el capital y el trabajo, la tecnología y el empleo. Debe prestarse mayor atención a los efectos sobre la ocupación de la inteligencia artificial y otros avances de la tecnología.”
Trump, a su vez, denunció a la OMC como un organismo que no ha tratado con justicia
a Estados Unidos y fue mucho más allá. Volvió a presentar a su país, como lo ha hecho en forma reiterada desde su campaña política, como la víctima por excelencia de la globalización y del multilateralismo. Tras citar una serie de casos en que EU había cumplido las reglas sólo para ser engañado por otros que las violaron en forma sistemática, concluyó: “De ahora en adelante, competiremos en forma justa y equitativa. No permitiremos que se siga abusando de Estados Unidos […] Estableceré acuerdos bilaterales de comercio con cualquier país del Indo-Pacífico que desee asociarse con nosotros y convenga en regirse por los principios del comercio justo y recíproco. Lo que ya no haremos es participar en acuerdos amplios [multilaterales] que nos aten las manos, rindan nuestra soberanía y hagan imposible su cumplimiento significativo.” Ignoro si Trump deseaba que su requisitoria fuera leída como una sentencia de muerte del multilateralismo, pero aún no deseándolo lo consiguió.
Ambos, Trump y Xi, erraron el punto: la liberalización y la apertura no pueden proponerse como receta universal y única –como panacea–, ni desecharse de plano. El G-20 ha pedido que se examinen los márgenes reales de compatibilidad, en la economía global de nuestro tiempo, entre la liberalización del comercio y los imperativos nacionales de desarrollo y empleo. La respuesta es necesariamente mucho más compleja que lo señalado en Da Nang por Trump y por Xi.
La perla refulgente del discurso de Trump fue su referencia al President Abe
, cuando quiso referirse al primer ministro de Japón, un país que todavía tiene un emperador y, por lo pronto, no necesita un presidente. No encontré algo equivalente en el texto leído por Xi, quizá porque fue mucho más breve o porque fue revisado más concienzudamente.