l periodista Jonathan Ernst, publicitado por Reuters, escribió hace unos días: “dos de las revistas de corte liberal más influyentes de Estados Unidos y Gran Bretaña, calificaron al presidenciable Andrés Manuel López Obrador de ‘populista de izquierda’”. Esas influyentes, hablando desde su tonto pedestal imperial, son The Economist y The Atlantic que publicaron, respectivamente, los artículos El salvador populista de México puede ser demasiado bueno para ser cierto
y El candidato presidencial de México no entiende su modelo a seguir
. Una corrección para Ernst: esas nefastas publicaciones no son liberales ni en el corte, sino neoliberales. Liberales y neoliberales tienen muchas cosas en común, en la economía y en la política, pero también tienen una diferencia absolutamente decisiva: el liberalismo surgió en lucha contra la monarquía absoluta; los neoliberales surgieron en los años 30 del siglo pasado en lucha a muerte contra el Estado social, aunque en aquellos años estaban en minoría. Los liberales abrieron una puerta hacia el futuro, dejando atrás la servidumbre, o la esclavitud en el caso de Estados Unidos. Los neoliberales dieron muchos pasos hacia atrás, al cancelar derechos sociales múltiples, recortando salarios y pensiones, recortando impuestos en favor de los ricos y restringiendo severamente la democracia, no sólo con trampas de toda clase en el ámbito electoral sino, sobre todo, organizando una sociedad hecha para la rapiña, la corrupción y el consumismo depredador. Pero los gobernantes de aquí y de allá, neoliberales, creen que pueden hacernos creer que el mundo de hoy es el único posible. Oigan, si no, a Peña Nieto, a Videgaray, a Nuño, a Meade, a ¡Enrique Ochoa!, y todos los de su especie que, acaso, mandaron hacer los articulejos señalados; sus autores dicen las mismas sandeces que, como loros contumaces, repiten esos nuestros
gobernantes.
A partir de los años 70, exánime el modelo Bretton Woods, que vivió haciendo daño al modelo keynesiano con el que mal convivía, y habiendo dado muerte al keynesianismo, los neoliberales mandones y sus subalternos, en medio de los vituperios más encendidos, iniciaron la jibarización de los estados de las sociedades capitalistas occidentales, eliminando de un guadañazo la soberanía de las naciones, cuyos gobiernos, en consecuencia, habrían de guiarse, no por lo que deciden los ciudadanos cuando eligen a sus gobernantes, sino por lo que les dicta el discurso neoliberal emitido por el FMI, el Banco Mundial, ¡las calificadoras!, el Consenso de Washington y los poderes más efectivos y ominosos del orbe: los banqueros globalizados. O ¿conoce usted a los ciudadanos que votaron por desnacionalizar Pemex? Por esos motivos los pueblos del mundo, encabezados por sus dirigentes, a los que los ignorantes neoliberales llaman populistas, acabarán un día echando del poder a esos gobiernos funestos.
Los neoliberales se sirvieron de las universidades, de los medios (como The Economist y The Atlantic), la televisión, Hollywood, y mucho más, para propagar un discurso que no sólo es el credo de los gobernantes, sino que en él han creído, por demasiados lustros, las mayorías de las poblaciones del mundo: aún los votan; pero cada día menos.
Los gobiernos neoliberales, desarrollados y subdesarrollados, no sólo aplican ferozmente su credo, también creen que there is no alternative, como se los prescribió la señora Thatcher.
Jibarizar al Estado y entregar la batuta a los mercados
–que el neoliberalismo cree que se autorregulan– es un mismo movimiento, con el cual hicieron creer, con éxito, a políticos y economistas ortodoxos, que eran dueños de la verdad absoluta. Con esa verdad
crearon una globalización rapaz que ha sembrado la muerte masiva por hambre y por guerras, al tiempo que alcanzaron su mayor creación con el famoso 1%. Los desastres sociales y naturales provocados por la política neoliberal, no conmueven a los neoliberales; jamás se rinden a la evidencia, y continúan impávidos aplicando su política criminal. Un ejemplo entre miles: en México, los sabios neoliberales provocaron una catástrofe financiera en diciembre de 1994, en el tránsito del gobierno de Salinas al de Zedillo: se culparon mutuamente, pero fueron ambos. Zedillo inventó el Fobaproa para rescatar
a los bancos. Y el pueblo mexicano, el día de hoy, sigue pagando millones.
El liberalismo y el neoliberalismo no son teorías positivas que expliquen cómo es que funcionan las sociedades. El neoliberalismo, en particular, es una propuesta normativa de organización social: sus reglas configuran la antidemocracia excluyente por antonomasia. Por tanto, hay alternativas.
Una propuesta alternativa de organización social es una que elimine la corrupción, la degeneración, la depravación, la exclusión y todas las lacras referidas antes. Demandemos una democracia incluyente, que traiga consigo la divisa completa con la que advino el liberalismo: libertad, sí, acompañada de igualdad y fraternidad. Es la igualdad o la tendencia a la igualdad el ámbito donde puede nacer y prosperar la fraternidad; es la igualdad o la tendencia a la igualdad la que debe atemperar y regular a la libertad. La libertad puede crecer para todos conforme se aleje, para todos, la necesidad. Hablamos de una sociedad organizada conforme a derechos sociales y humanos; de una constitución política organizada por esos derechos sociales y humanos. De una constitución política que permite e impulsa el movimiento de la sociedad hacia cotas cada vez mayores de igualdad, fraternidad y libertad. Todo esto que resultaba odioso a Hayek, uno de los padres mayores del neoliberalismo.
Devolver el neoliberalismo al inframundo del que escapó: tarea de la democracia incluyente.