a semana pasada me di el gusto de perderme, lo que se dice perderse, en la ciudad. Años que no me sucedía. No que no me extravíe con frecuencia, sobre todo en carro (el GPS y yo no somos amigos), pero nunca por un margen mayor a 10 cuadras. Cierto, el caos y la modernización salvaje desfiguraron la urbe horriblemente, por avanzada y skyline que parezca. El Metro, sus concomitantes buses y trenes, tienen ruta fija, no hay pierde. Pero en nave nunca se sabe. Recordé el primer apotegma de Walter Benjamin que estuvo de moda (hoy son tantas las citas citables de Benjamin que hasta podríamos inventar algunas), allá por los años ochenta: la mejor manera de conocer una ciudad es perdiéndose en ella.
Se refería a París, ¿o Berlín? en plan de flâneur. Aquí voy por Xochimilco y me parece que Tláhuac, en hora pico, calorón, entre semana y entre cicatrices del sismo del 19/S, o peores heridas abiertas por obras crónicas (como se dice de ciertas enfermedades). Y yo en plan de chofer.
Qué tramposa es la memoria. Empecé diciendo que me di un gusto, cuando en realidad me sumergí una temporada en el infierno. No sólo porque se hacía irremisiblemente tarde para el compromiso que me puso en tales pistas, carriles, canales, anillos, ejes, agujeros, tréboles, cruceros, barrios viejos, aparcaderos y embarcaderos, viveros, basureros, universidades, grandísimas unidades habitacionales. Como la pesadilla de Henry Miller, pero sin aire acondicionado. Donde las calles tienen nombres antiguos o acuáticos, óseos o vegetales que eternizan parajes y pasajes. Mucho ha desaparecido. Los que vivimos fuera del GPS, además de sospechosos parecemos tontos y vamos preguntando. Pero aquí nadie se extraña y cualquiera te responde. Ya ven que dicen que un mexicano nunca admite que no sabe cuando le preguntan cómo llegar a alguna parte.
Recordé la película australiana que vi la noche anterior, Other Life (Ben C. Lucas, 2017). Un poco rara, sobre una chava genio que perfecciona una droga que expande el pensamiento y lo hace mucho más entretenido. Uno de los protagonistas suelta de pronto una frase que no sólo explica la película, sino que cayó como aguacero sobre mi conciencia cósmica: Por lo que toca al cerebro, la realidad y la fantasía son químicamente idénticas
.
Cuando pierdes horas y horas al volante acabas pensando (esa actividad en creciente desuso). Recapitulas lo grave y lo ligero, discutes con la radio o la apagas. Te debates en el incesante abismo entre lo que hiciste y lo que deberías haber hecho, o dicho. Encuentras la paradoja de que, entre más somos, somos menos, y cada vez menos conforme los demás caen. Quienes al otro brindis volvemos a saludarnos con alivio y nervio sabemos que nunca se sabe cuando alguien está siendo visto por última vez. Vil sabiduría Blade Runner. Por mucha que tengas, la suerte siempre se acaba.
En las avenidas la basura visual es aplastante, aunque alguien intente seducirte la pupila con inmensas personas atractivas, mujeres más que hombres, en espectaculares de ropa interior o toallas íntimas. ¿Existen o te lo imaginas? ¿Qué dice tu química cerebral de la modelo de Victoria Secret que te distrae, y de la vuelta en U que acabas de pasar y ya te chingaste? El tráfico se adensa. Podrías bajarte a caminar, interactuar de pie con los vendedores ambulantes y los asaltantes, hacer vida social como en La autopista del sur
, de Cortázar.
En hoyos negros así uno piensa mal de todos, empezando por el pinche gobierno que tiene la culpa de todo. Luego el capital especulador, extractivista, constructivista, destructivista y financiero. El agente en la esquina que la está cagando con el pito y el semáforo. El pesero que se te cierra como cafre. Repasas la lista de los padecimientos que podrías tener sin tú saberlo. Tus dudas existenciales. Tus deudas materiales. Recibes mensajillos ocasionales; aunque se nos prohíbe manipular celulares al volante, todos lo hacen.
Lucimos apacibles y resignados, reses al matadero. De pronto un muro gris y desnudo me grita en los ojos hasta despertármelos con negra caligrafía descuidada: Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez
. Y es que sí, mano, qué tanto más aguataremos antes de exclamar ¡basta!, ya estuvo bueno. En momentos así, diría Jim Morrison, podemos cometer un crimen, fundar una religión o comenzar la revolución. En tanto, ya salí de nuevo al Periférico. Si seré tarado.