El Museo Thyssen-Bornemisza, que celebra 25 años, monta exposición de ambos genios
Por primera vez sus obras se miran de frente en un proyecto arriesgado que explora sus paralelismos estéticos y morales
Rastrear la huella del pintor francés en el malagueño, sugiere curador
Martes 24 de octubre de 2017, p. 4
Madrid.
En la penumbra del burdel, en los arrabales decadentes del París del hambre y el frío, en el extravío bohemio del erotismo prohibido se encontraron dos artistas que aunque jamás se conocieron, sí tuvieron y tienen mucho en común: el malagueño Pablo Ruiz Picasso y el francés Henri de Toulouse-Lautrec.
Por primera vez sus obras se miran de frente, sorben mutuamente su lujuria y su genialidad, en una exposición con los dos de protagonistas y con la que el Museo Thyssen-Bornemisza celebra su 25 aniversario.
Picasso/Lautrec, título de la muestra, es un proyecto arriesgado en el que se exploran los paralelismos estéticos y morales de dos genios del arte, que sólo coincidieron físicamente algo menos de un año en París, en 1900, cuando el pintor malagueño acudió al llamado de las vanguardias a la entonces capital del arte, mientras Toulouse-Lautrec –quien ya era un referente para Picasso– estaba gravemente enfermo, a punto de morir con tan sólo 37 años.
A pesar de que nunca hablaron ni se miraron a los ojos, Picasso y Lautrec tuvieron motivos y expresiones comunes; su fascinación por la búsqueda sin tapujos morales de la sexualidad humana, sus incursiones constantes en los burdeles de baja y alta estofa, su inclinación por los brebajes místicos con los que saciar su sed de figuras voluptuosas, incluso su contemplación cruda y veraz de los personajes del circo, de los arlequines, de los saltimbanquis, de los payasos, de las prostitutas, de los vaivenes de esos seres que viven en la periferia de la sociedad.
Novedosos puntos de vista
Para trazar esos paralelismos, pero sobre todo para identificar esos rasgos comunes de Picasso y Toulouse-Lautrec, el museo madrileño recopiló más de un centenar de obras procedentes de 60 colecciones públicas y privadas, entre ellas las de grandes museos con creaciones de ambos genios, como los museos Metropolitano de Arte, de Nueva York; el D’Orsay, de París; el Picasso, de Barcelona, y un largo etcétera.
La exposición plantea además nuevos puntos de vista de esa relación, pues no se limita al tema del joven Picasso, admirador de Toulouse-Lautrec en Barcelona y sus primeros años en París, sino que se ha rastreado la pervivencia de esa huella a lo largo de la dilatada trayectoria del artista español, incluido su periodo final.
Los curadores de la exposición son Francisco Calvo Serraller, uno de los máximos expertos españoles en arte contemporáneo, y Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna del Museo Thyssen-Bornemisza.
Los dos especialistas lograron reunir algunas de las piezas más relevantes de esos artistas de temas comunes, como retratos cari-caturescos, el mundo nocturno de cafés y teatros, los seres marginales, el espectáculo del circo y el universo erótico de los burdeles.
La exposición se divide en cinco apartados: Bohemios, Ba-jos fondos, Vagabundos, Ellas y Eros recóndito.
El primero une las caricaturas que ambos utilizaron para explorar la personalidad de sus modelos y para sus autorretratos. En Bajos fondos se ve cómo Toulouse-Lautrec marcó el camino hacia un nuevo lenguaje con su repertorio de imágenes del ambiente marginal y bohemio, como Mujer en un café o Busto de mujer sonriente, mientras de Picasso se muestra El Moulin Rouge y La espera (Margot).
Vagabundos recoge la obra de Picasso y Toulouse-Lautrec dedicada al circo: En el circo: amazona de doma clásica, La reverencia o En el circo: entrada a la pista son algunas obras del francés, mientras Picasso evoluciona hacia una visión más dramática en La comida frugal o Arlequín sentado.
Entre las piezas de mayor carga erótica destacan, del francés, La Grosse Maria, Venus de Montmartre y Desnudo de pelirroja agachada, y del malagueño se exhiben desde sus primeros desnudos, como Jeanne (Mujer tumbada) o Pipo, ambos de 1901.
El diálogo entre ambos es artístico, no físico. Llegado a París, Picasso frecuentó los mismos locales como hizo Toulouse-Lautrec antes que él; conoció a muchas personas que lo habían frecuentado, vio su arte en directo y respondió a su modo, porque el español era un pintor con una mirada tremendamente penetrante que absorbe determinadas estrategias artísticas de otros artistas y las transforma en su propia sintaxis
, explicó Paloma Alarcó durante una conferencia de prensa.
Francisco Calvo Serraller añadió: “Aunque académicamente se reconoce el sello de Lautrec en la obra de Picasso de los últimos años del XIX y primeros del XX, incluido su periodo azul, hay que rastrear esta huella a lo largo de toda su cambiante trayectoria hasta el final de la misma.
Para reconocerla más allá de las similitudes obvias entre ambos, hay que fijarse en cómo Picasso mantiene el trazo rápido, elástico, expresivo de aquél, su elegante estilización vertical, su forma de recortar las figuras entrando y saliendo del encuadre, su aplanado sentido sintético, su punzante sentido caricaturesco, pero también la manera en que cose, más que propiamente proyectar, las sombras.
La exposición Picasso/Lautrec, montada en Museo Thyssen-Bornemisza, en la capital española, recinto que celebra su 25 aniversario, concluirá el 21 de enero.