Política
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Nosotros ya no somos los mismos

De defensor a hipercrítico del gobierno capitalino

¿Cuáles son los peores agravios que han podido bordar sobre los hombres de 1810?

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Ciudad de México: descuido crónico de los servicios urbanos fundamentalesFoto Víctor Camacho
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e pregunta/reclama un amigo: ¿Y ahora qué pasó, Ortiz? No hace mucho, en una cena, hiciste un gran alegato en favor de Mancera, cuando varios de tus vecinos renegaban de su gobierno por el lamentable estado de la ciudad, el descuido crónico de los servicios urbanos fundamentales, el contraste cada vez más evidente entre el mundo de la opulencia y el de la miseria galopante, cuya brecha se ensancha día con día. Hablaste de sus capacidades personales, de su vida sana, sencilla y morigerada y de una personalidad mansurrona pero grata. Dijiste que nunca habías platicado con él más allá de la vez que debatió con Beatriz Paredes y ella los presentó. Ahora resulta que te has convertido en un hipercrítico de su administración.

No entré en discusiones pero sí releí la columneta y ya le contesté. Mi querido JGA: (guardo su identidad porque él tiene una buena relación con un hombre de poder transexenal, misma que no voy a rasguñar por estas opiniones honestas, pero que, siempre en estos casos resultan sospechosas). ¡Vaya diferencia de percepciones!: cuando escribí la columneta y ahora que la leí, me quedé con la impresión de que había sido demasiado obsequioso, pues si bien por una parte señalaba con precisión y argumentos válidos, algunos de los gafes imperdonables en los que, los encargados de su imagen y de la máxima publicidad que debe dársele a sus ideas, proyectos, políticas públicas lo habían hecho caer, por el otro exaltaba algunas de sus cualidades como persona, ciudadano y funcionario y que, ciertamente, no son usuales de pregón en estos renglones. Tan son sinceras que hoy las ratifico, aunque sin dejar de reconocer que los ciudadanos que por él votaron (en una proporción realmente significativa), y que al principio, ponderaban su sencillez, su mansedumbre (como se oye raro, aclaro: mansedumbre: una de las nueve bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, significa serenidad. Fruto del Espíritu Santo, Gálatas 5:22.), comenzaron a desesperarse ante la actitud angustiosamente contemplativa de la autoridad, frente la problemática urbana, sobre todo en lo referente al uso del suelo y a la afectación de los servicios urbanos fundamentales que, en cada repetido disenso entre los de­rechos de los vecinos y los in­tereses de los traficantes de vivienda, siempre terminaban imponiéndose éstos últimos.

Las políticas públicas –¡quién lo creyera!– eran siempre coincidentes con los proyectos para los que pedían las licencias, los grandes consorcios dedicados a la salvaje urbanización. Luego molestó profundamente a la gente el solapamiento y tolerancia del jefe de Gobierno, con la bellaquería de los delegados perredistas, como los de Coyoacán, Iztapalapa, varios etcéteras y de sus antecesores, ahora diputados: como los reconocidos enemigos públicos: Toledo, Valencia y etcétera, que además, paladinamente, confesaban no ser del equipo del jefe de Gobierno, sino de su antecesor: era Mancera quien les debía el puesto a ellos, no al revés. Cuando pese a los atracos, cochupos, malversaciones, exacciones e inevitables 10 por ciento, denunciados y comprobados, consiguieron, en virtud de sus activos clientelares, sus asociaciones delictuosas y la subrepticia relación con fuertes intereses inmobiliarios, o la tolerancia y protección brindada a las mafias de la de la delincuencia organizada, asegurar el fuero legislativo y el olvido de su pasado reciente (o permanente), de funcionarios públicos se sintieron blindados y continuaron su exitosa carrera, digamos, marginal a la legislación vigente.

Quedó claro: Mancera, el político de izquierda, el apartidista intocado, el funcionario honorable, con plena convicción de servicio público, había quedado atrapado en la más insólita de las telarañas: la que ninguna de sus hebras podía afirmar que lo había enredado: no pertenecía a partido, organización, club, logia, congregación, capilla, rito o devoción alguna. Él era The Lone Ranger de la izquierda. De la izquierda serena, equilibrada, la de la concertación y no de la confrontación, no del radicalismo y el ahora o nunca.

Lo único que cuestionaban los ciudadanos era la reiterada afirmación de su militancia y su permanente tolerancia a las singulares prerrogativas otorgadas al único grupo político que ha logrado la hazaña de manchar la historia de la izquierda nacional y la de sus dirigentes. Los diversos grupos de la derecha: empresarios, financieros, clérigos, pero más aún los mitrados, terratenientes agrícolas, desarrolladores turísticos, comunicadores verbales o por escrito, los alumnos de las escuelas confesionales, los servicios de inteligencia del Estado y, por supuesto, los múltiples agregados de diversas embajadas que, con el rango de asesores de prensa o turismo, son agentes de la CIA (en las de la URSS, era frecuente que el cocinero o el jardinero fuera el comisario político). Bueno, pues todos juntos, con las tecnologías de punta que hoy son del dominio público, en la difusión masiva de mensajes y con sus redes populares, que supongo tienen en cada delegación, jamás han logrado hacer un rasguño a las figuras señeras del bando patriótico de los hombres de la Independencia, de los liberales y de la mayoría de los hombres de la ­Revolución.

¿Cuáles son los peores agravios que han podido bordar sobre los hombres de 1810? Pues que cumplieron el mandato primario: crecer y multiplicarse, que Hidalgo, Morelos, Matamoros, Mora y tantos y tantos más se realizaron con la maravillosa concupiscencia: conocieron mu­jer y algunos engendraron, no siempre con buen tino, pero lo hicieron. ¿Y de los varones de la Reforma? No hay uno de los más mochos conservadores, que presente un currículo como el del Gallo Pitagórico, Juan Bautista Morales, creyente, devoto practicante, pero convencido: nada daña más a la gente que la complicidad de la Iglesia y el poder civil.

El primero de noviembre de 1867, el gobernador de Coa­huila, Andrés S. Viesca, inaugura la institución de educación media superior Ateneo Juan Antonio de la Fuente. Esta institución, junto con el Instituto Durango y la Escuela Nacional Preparatoria, instalada en el viejo Colegio de San Ildefonso, fueron las primeras escuelas de este nivel surgidas del pensamiento y la concepción que conllevaba el triunfo de la República, la reconquista de la soberanía de la nación y el reconocimiento del Estado laico y liberal, que garantizaba la libertad de pensamiento y práctica de todas las creencias de los habitantes del país, mismas que serían respetadas y protegidas para su expresión y ejercicio, dentro de las leyes vigentes. (Perdóneseme la inmodestia pero, el Ateneo de Saltillo, antecedió por meses a la misma e ilustre prepa 1, de la que todos, alumnos o no, pero amantes de la educación pública, estamos orgullosos.)

El ateneo tuvo dentro de sus maestros fundadores, a don Victoriano Cepeda, de cuya vida no quiero extenderme, como tampoco de las de Andrés S. Viesca o don Juan Antonio de la Fuente. Lo haré próximamente. El relato elemental de todos ellos, que proporcionaré más adelante, estoy seguro de que habrá de conmoverlos, y más aún, si se les ocurren las comparaciones con la contemporaneidad. Pues es el caso que el Ateneo Fuente no surgió de generación espontánea, sino de la convicción de que es la educación que libera y enriquece al hombre, la que enseña a cuestionar y se empeña en encontrar la verdad y no atenerse a que la revelación es el camino. Los liberales eran conscientes de que hacer perdurar, trascender los principios de su hazaña militar, lejos estaban de ser los conventos y los seminarios, hasta ese momento controladores de la educación a las clases privilegiadas. Se requerían centros de enseñanza en los que imperara la racionalidad el espíritu científico y la búsqueda de la verdad. Ese es el origen de esta escuela señera no sólo en el norte del país, sino en la República. El primero de noviembre se llevará a cabo un gran festejo por sus 150 años de existencia. Se de dice que a la conmemoración asistirá el Presidente de la República. Será un gran honor para él y un merecido reconocimiento para hombres como Julio Torri, Artemio de Valle Arizpe, los Alessio Robles y Venustiano Carranza, ex alumnos de esta institución.

¿La misa a la que convoca el director del ateneo, la tomamos como una soberna estupidez, una supina ignorancia o, decididamente, como parte de la embestida cada vez más descarada de la derecha clerical?