Opinión
Ver día anteriorLunes 23 de octubre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aventuras del corasón
E

n el principio fue el son, un continente particular donde los que tocan, cantan o bailan son, son. Si el mundo siempre fuera así viviríamos en un planeta mejor. Su espacio geográfico no aparece en los mapas, o mejor dicho sí, pero no se nota. Más que espacio físico (y miren que lo físico le resulta tan fundamental como lo poético), el son necesita mucho corazón. Se ubica hoy en la América temprana, la que chocó primero con el invasor español en la mar Caribe y el Golfo de México, islas adonde llegaron los andaluces, exterminaron a los naturales en un paisaje feroz y feraz, los sustituyeron con esclavos de África, y de ese cataclismo humano nació el son, choque de ritmos africanos con el romancero español, el cante y las coplas gitanas, y en México la ceremonia comunal indígena.

Corrieron siglos de floración sonora rodeada de historia y nueva civilización. Su estela se abundó en una de las regiones más musicales de la Tierra, escenario de esclavitudes, ataques piratas, fiestas demoniacas y penitencias desobedecidas, cañaverales de dolor, revoluciones, alegría sensual y olvidos en clave de ron. Alejo Carpentier entendió bien esa ruta prodigiosa y allá fue a buscar los pasos perdidos.

Algo más práctico emprendió hace unos ¿40? años un trío de científicos mexicanos del Centro de Investigación y Estudios Avanzados que en sus ratos libres se daban a la búsqueda de la musa del son. Beno Lieberman, Enrique Ramírez de Arellano y, más joven, Eduardo Llerenas, agotaron los caminos de México y fueron trazando el mapa de nuestro son. Del más famoso, el jarocho, al más profundo, el huasteco, nagra en mano y siempre in situ (pueblos y casas donde esa música existía), los tres exploradores caracterizaron al son jalisciense, el guerrerense, el rioverdino y hasta la Costa Chica fueron a dar. Acumularon un registro folclorista de costa a costa que rezumaba vida. En la década de los ochenta se imprimieron algunos acetatos con aquel repertorio. La Antología del son de México en cinco discos (1985) de alguna manera descubrió para un público amplio algo que sólo conocían algunos especialistas y el público local de cada manifestación sonera.

La fantástica canasta recopilada por Lieberman, Ramírez de Arellano y Llerenas resultó inagotable. Grabaron también sones antillanos en Haití, la costa atlántica de Centroamérica y toda Cuba, en parte difundidos por instituciones culturales y discográficas independientes. Destaca Septetos cubanos (1990), ya en cedé. Por entonces crece en Europa el interés por la música World, donde Magreb, África subsahariana, Etiopía, Madagascar, India, Pakistán, lo celta y el Caribe aportan una riqueza musical más grande que cualquier moda. Sellos como Real World, de Peter Gabriel, o World Circuit, de Nick Gold, universalizan las sofisticadas creaciones de muchos y muy distintos pueblos.

Discos Corasón nace en 1992, fundado por Eduardo Llerenas y Mary Farquharson, con la idea de investigar, grabar, producir y promover música mexicana y caribeña de mucha calidad, de grupos y estilos musicales que no contaban con difusión fuera de su región, recapitulan al cumplir 25 años de viaje. Entre sus producciones iniciales se cuentan A una coqueta, primer disco de Eliades Ochoa con el histórico Cuarteto Patria, y El triunfo, del hoy mundialmente célebre trío huasteco Los Camperos de Valles. Dos obras maestras.

Corasón, dicen, se ha especializado en producir discos y conciertos de música que resulta nueva para el público mexicano, a pesar de ser de larga tradición en su propia tierra. Al son mexicano y cubano en todas sus amplitudes, el catálogo de Corasón suma extraordinarios músicos de Mali, gitanos de Rumania y mucho más. No sólo dio a conocer en México el histórico jonrón cubano Buena Vista Social Club (1997), sino que el propio Llerenas estuvo en la raíz del proyecto, junto con Gold y Ry Cooder. Sin él no se hubiera reunido aquella pléyade de tres generaciones de soneros prodigiosos.

Durante un cuarto de siglo, Corasón no sólo ha difundido música, le ha servido de catalizador participando en su creación. Una anécdota: un día de 1993 llegué a Santiago de Cuba, ciudad que rezuma son, con Eduardo Llerenas y un grupo de artistas mexicanos. Mientras caminábamos por la calle principal, los incontables tríos y grupos musicales en las banquetas lo saludaban, le gritaban bromas, le improvisaban coplas: ¡lo conocían! Cuatro años después eso me explicaría su papel en las sesiones de Buena Vista, ideadas como un encuentro entre músicos de Mali y Cuba (que se materializaría en Afrocubismo ¡hasta 2010!). Los africanos no llegaron entonces y aquello iba a naufragar. Fue Eduardo quien localizó a los viejitos retirados en sus modestas casas de La Habana, y los pasos perdidos anduvieron otra vez.