NO HAY ARTE RUSO SIN CORAZÓN CALIENTE

Mónica Mateos-Vega


Cartel de Aleksandr Ródchenko

El filósofo ruso Iván Alexandrovich Ilyin (1883-1954), uno de los grandes referentes teóricos y espirituales de la Rusia de hoy día, afirmaba que “no hay arte ruso sin corazón caliente, no lo hay sin inspiración libre, no lo hay y no lo habrá sin un servicio responsable, cierto y con conciencia”.

Sus palabras describen a la perfección lo que sucedió hace un siglo, cuando en ese país estalló la revolución y de inmediato los artistas pusieron su talento al servicio de la causa proletaria.

Muchos hicieron una pausa en sus búsquedas estéticas individuales, sobre todo en la pintura, para dedicarse de lleno a la propaganda, a través de poderosos carteles.

Así fue como el diseño gráfico se catapultó: los artistas contaron con tal libertad que podían plasmar todo lo que a su imaginación acudiera, siempre con el fin último de difundir las ideas revolucionarias.

Signos, símbolos, alegorías, colores y trazos fueron testimonios de una época turbulenta en la historia de la humanidad, pero también de uno de los momentos más brillantes en la historia del arte, coinciden en señalar los expertos.

Hace dos años, cuando en México se presentó la exposición Vanguardia rusa. El vértigo del futuro, en el Palacio de Bellas Artes, el curador de la muestra, Sergio Raúl Arroyo, dijo que esa corriente artística planteó políticamente la función social del arte “en una situación donde se debatían la demolición de las viejas y estáticas jerarquías, y la creación de una sociedad sin clases”.

Agregó que durante la vanguardia rusa, desde sus inicios, hasta los años inmediatamente posteriores a la revolución, “reinó lo heterogéneo. Fue un momento en el que se crean alrededor de la esfera artística nuevas funciones sociales, ampliando notablemente el horizonte de disciplinas y públicos. Pero la vanguardia no fue ajena a las contradicciones y a la tragedia que encierran todas las trampas revolucionarias”.

El año de 1917 fue fundacional, ya que muchos artistas no sólo tomaron partido por el movimiento encabezado por Lenin, sino que dieron impulso a tendencias modernistas como el suprematismo, el futurismo, el cubofuturismo, el constructivismo, el zaum y el neoprimitivismo, entre las más destacadas.

Algunas de estas rutas artísticas, “encontradas entre sí, se relacionaron a través de un diálogo sistemático permanente, complejo, que tiene que ver con el hecho esencial de cambiar el arte, de no seguir la tradición academicista y participar en la transformación del hombre nuevo”, detalló el curador de la muestra Vanguardia rusa.

En esos años prevaleció la producción grupal por encima de la individual, así como nuevas formas y nuevos procedimientos para hacer llegar el arte a las masas, con el fin de reinsertarlo en la vida de todos.

Nada mejor que el cartel para protagonizar esa ruptura, la revolución total. Uno de los autores más destacados fue Aleksandr Ródchenko (1891-1956), escultor, pintor, fotógrafo y uno de los diseñadores gráficos más polifacéticos de la Rusia de los años veinte y treinta.

Con su camarada, el poeta Vladímir Mayakovski (1893-1930), creó la primera agencia de publicidad, en la que se produjeron más de 150 piezas publicitarias, embalajes y todo tipo de innovadores diseños con lemas breves y directos, ideales para que millones de rusos los adoptaran, pues muchos apenas sabían leer.

No se trataba sólo de penetrar en las mentes del pueblo, había que encender la llama revolucionaria y sumar a la causa al mayor número de ciudadanos.

Junto con otros colegas, Mayakovsky y Ródchencko cimentaron el constructivismo ruso, el arte al servicio de la revolución, que mezcló propaganda, diseño, ingeniería y publicidad. De Ródchenko es uno de los carteles más conocidos del movimiento, el que retrata a la escritora, directora y productora cinematográfica Lilia Brik (1891-1978), nombrada por el poeta Pablo Neruda como “la musa de la Vanguardia Rusa”.

En esta obra se observa la imagen en blanco y negro de la mujer, con pañuelo de obrera sobre su cabeza, gritando: “¡libros!”. Hasta ese momento, nunca se había visto en publicidad nada tan innovador y eficaz con el uso de la foto, la geometría, la composición y la tipografía.

El cartel fue impreso en 1924 y usado para publicitar la Imprenta Estatal de Leningrado. Fue reproducido infinidad de veces y hasta nuestra época perdura como símbolo revolucionario y un ícono del cartelismo.