Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de octubre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Marichuy Patricio, candidata independiente
H

ace pocos días se presentó ante el Instituto Nacional Electoral la candidatura como independiente de María de Jesús Patricio Martínez, apoyada por el Concejo de Gobierno Indígena, la Organización Política de los Trabajadores formada por sindicatos clasistas y organizaciones revolucionarias de izquierda, la Nueva Central de los Trabajadores, la Anuee, organización que dirige la lucha contra las tarifas eléctricas y por el EZLN neozapatista que hasta ahora ha tenido el muy buen criterio de respetar al Consejo Nacional Indígena y de reducir al máximo la incontenible verborragia del desprestigiado Marcos-Galeano.

Como todo el mundo sabe, México sufre desde hace años una permanente e inconstitucional ocupación militar, en la que participan –dicho sea de paso– agentes de EU de diversas instituciones. Vive, además, dentro del área del Plan Colombia estadunidense, que limita las soberanías de nuestro país y de los países centroamericanos y que nos coloca bajo la dependencia del Comando Sur de Estados Unidos. La oligarquía en el poder no es más que un agente servil de las trasnacionales y de EU y se caracteriza por el carácter fraudulento, corrupto y mistificador de sus gobiernos, que disputan con los grandes medios de (des)información mexicanos quién es más mentiroso, quién es más falsificador de los hechos.

¿Quién puede creer, en estas condiciones generales, que las elecciones serán como en Suecia y que se le entregará el gobierno al vencedor? Hay sin embargo, quien , entre otros motivos, rechaza a la candidata indígena independiente porque, en su opinión, Marichuy Patricio le quitaría votos a Andrés Manuel López Obrador impidiéndole ganar sin tener ella tampoco la posibilidad de triunfar en una elección que excluye a los no miembros de la oligarquía y solamente dirimirá cuál entre los diferentes grupos oligárquicos ocupará Los Pinos y la administración pública e impondrá a los mexicanos las políticas de sus explotadores y dominadores. Es cosa de ilusos creer que los que le robaron la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y a López Obrador en 2006, quizás iluminados, quizás por la gracia divina, le entregarían la presidencia a AMLO o a cualquiera que no pertenezca a la rosca oligárquica Prianprd del Pacto por México.

Otros le achacan a Marichuy una supuesta pobre instrucción cuando, sin duda alguna, es mucho más inteligente y está más preparada que los Fox y otros Peña Nieto que hundieron este país. Algunos, que creen en el respeto por el capitalismo de la voluntad electoral y no ven otro camino que las elecciones, incongruentemente achacan al CNI y al EZLN el recurso a la participación en el proceso electoral y el abandono del abstencionismo estéril.

La ilusión en la solución mágica –poner un pedazo de papel en una urna para despertar en otro México– se basa en el temor al costo de un cambio profundo y en el consiguiente sentimiento de impotencia, pero se apoya también en la educación conservadora de la mayoría de los votantes que aún esperan un Salvador y todavía tienen confianza en las elecciones organizadas por y para la burguesía y creen que el gobierno oligárquico puede ceder a una presión democrática.

La democracia y los derechos democráticos y de todo tipo no son una concesión sino el fruto de las luchas, el subproducto del duro combate de masas por la justicia y la igualdad. El poder no está en Los Pinos. Allí está sólo el gobierno. El poder debe ser construido por los trabajadores de todo tipo, diariamente, en la defensa constante de la justicia, de la igualdad, de la solidaridad y en el repudio constante de la prepotencia, de la corrupción, del robo, de la discriminación y opresión por razones de género o étnicas. Como decía Ferdinand Lassalle, la Constitución reposa en la boca de un cañón y se respalda sólo con una relación de fuerzas favorable a los sectores populares.

En las elecciones los revolucionarios participan para hacer respetar el derecho de voto tan duramente conquistado en una lucha de siglos y para utilizar la campaña electoral para organizar y construir conciencias y poder. Pararse sobre un cajón de Coca Cola para hablar en la puerta de una fábrica en huelga no es signo de creencia en la inocuidad del refresco. Participar en las elecciones no equivale a la aceptación del electoralismo.

El resultado probable de las urnas en 2018 tendrá a la abstención como partido mayoritario, seguida a distancia por el candidato del gobierno y después AMLO y Marichuy. La candidatura de la luchadora indígena trata sobre todo de sacar a los más pobres de la abstención o de la venta del voto y afecta, por lo tanto, al gobierno al mismo tiempo que da un punto de apoyo a quienes votarán AMLO esperando cambiar el país y correrán el riesgo de desmoralizarse y desmovilizarse cuando su candidato se haya ido, como promete hacerlo, a La Chingada (su finca en Tabasco).

Por consiguiente, la candidatura de Marichuy es un apoyo a los militantes de Morena que no se mueven solamente en periodos electorales ni con objetivos institucionales ni, mucho menos aún, por sillones parlamentarios o puestos administrativos.

Ahora debe obtener en 90 días firmas equivalentes al uno por ciento del padrón electoral en 17 estados para lograr su inscripción definitiva. Son más 800 mil firmas pero hay que reunir por lo menos un millón 200 mil porque le impugnarán muchas. Se firmará para asegurarle el derecho democrático elemental de presentarse a elecciones.

Voltaire declaró defender hasta a muerte el derecho de alguien a disentir de lo que él pensaba. De eso se trata. Firmemos, cualquiera sea nuestra decisión electoral, para que Marichuy pueda participar en 2018.