A mis buenos amigos de Barcelona
a estrecha conexión que tiene la economía de México con la de Estados Unidos es un hecho. Los elementos que la componen provocan efectos de tipo coyuntural, pero han constituido, igualmente, un entramado estructural. Ambos son muy visibles.
En las pasadas dos décadas el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha repercutido de manera decisiva en los patrones de la producción, en el monto y destino de las corrientes de inversión, en la composición del comercio exterior, en la ocupación de la fuerza de trabajo, así como en su carácter formal e informal y, también, en la migración.
Es así que el tratado es un factor clave en la manera en que se genera el ingreso y la riqueza y en la que se apropian y utilizan los recursos disponibles.
Esta es una historia compleja y con efectos desiguales. La dinámica de la economía, las decisiones de los agentes sociales, la configuración territorial y la definición de las políticas públicas en materia fiscal y monetaria responden a la conexión entre los mercados de ambos países.
Hoy, las normas que rigen el comercio regional están en discusión. El resultado de las negociaciones, que dependen no sólo de criterios técnicos, sino, como debe quedar claro, de posturas políticas en los tres países, puede alterar las condiciones de operación de la economía mexicana.
Esto no sería necesariamente malo. Podría abrir una oportunidad y contribuir, finalmente y sobre todo, para cambiar la práctica, o sea, el modo de hacer las cosas que hoy existe en el Estado, el gobierno y la sociedad. Podría introducir un poco de frescura y empezar a cambiar la conversación al respecto y que es, más bien, casi un monólogo.
Hay muchas cuestiones que requieren de ajustes en esta economía. La agricultura es un caso, la política industrial y el financiamiento son otros y, por cierto, las gestión en materia social. El país sigue teniendo rasgos de dualidad que se han acentuado, como ocurre con la pobreza y la precariedad que definen a una parte relevante de la población y de la geografía.
Los signos de desgaste social, por cierto, se han ido arraigando por igual en la sociedad estadunidense. La elección de Donald Trump lo puso en evidencia, como si antes no hubiera sido suficiente. Esto se advierte incluso en el recrudecimiento de los conflictos raciales.
Pero el TLCAN no tiene la exclusividad en la conexión a la que me estoy refiriendo, debe ser visto y analizado como un componente entre otros de ese fenómeno.
El tratado ha establecido mecanismos de transmisión muy firmes y que expresan de manera clara la configuración concreta de la producción, en las pautas del intercambio comercial y las relaciones entre el capital y el trabajo.
Este fenómeno es más preponderante en el caso de México por el tamaño relativo de la economía con respecto a la de Estados Unidos y las diferencias en la productividad, las remuneraciones y el conjunto de las relaciones globales.
Existen otros mecanismos de transmisión que son igualmente relevantes. Estos son los que se producen en el campo monetario-financiero y en el fiscal. La relación entre el peso y el dólar es de subordinación. Esto no es, por supuesto, privativo de esta moneda, pero la velocidad y reacción con la que pierde valor cuando el dólar se aprecia es notoria. Los ajustes a los que esto obliga son costosos y provocan mayor ineficiencia.
En mercados que son altamente proclives a la especulación sólo se necesita que la Reserva Federal anuncie la posibilidad de que suban las tasas de interés para que el peso se deprecie. Cuando esto sucede se acrecienta la presión al alza sobre las tasas internas de interés y de ahí el costo del crédito y especialmente el de servir la deuda pública. El siguiente en la transmisión monetaria ocurre en el tipo de cambio y el efecto en la salida de capitales.
El circuito se cierra con el aumento general de los precios (además del consabido efecto de las frutas y verduras). Me parece que no existe un análisis tan preciso como podría ser de las causas de la inflación, de las condiciones de su persistencia y su efecto sobre los distintos estratos de ingreso de la población.
El proceso significa una subordinación monetaria en cuanto al valor del peso frente al dólar, en un entorno en el que el comercio bilateral representa cuatro quintas partes del comercio exterior del país. Además, constriñe el diseño de la política monetaria y su extensión a los mercados financieros que incide en las acciones del banco central.
Ahora se empezará a negociar en el Congreso de Wa-shington la propuesta de reforma fiscal presentada por Trump. La intención es rebajar sensiblemente los impuestos a las personas y las empresas, y con ello se afectará el entramado de los efectos que al final tiene sobre la distribución del ingreso.
Esta reforma no es sólo impositiva, sino que involucra al gasto público y tendrá su propio efecto de transmisión en una mezcla entre los incentivos al gasto de consumo, al de inversión y a la atracción de capitales para invertir en dólares. El siguiente paso, otra vez, sería a partir de la revalorización del dólar y el efecto sobre el peso y los flujos de capital desde y hacia la economía mexicana.
La conexión económica existe y los acomodos de la política pública en Estados Unidos requerirán de otros modos de reacción en México que vayan más allá de las acciones emprendidas casi por reflejo ya en el terreno monetario y fiscal.