urante los añosrecientes el Partido Republicano se ha visto marcado por la obsesión de criticar automáticamente cualquier medida del ex presidente demócrata Barack Obama. El actual mandatario, Donald Trump, ha compartido dicha manía incluso desde antes de su entrada formal a la política al presentarse como precandidato a la Presidencia por el partido conservador, y el desmantelamiento de la obra de su antecesor ha sido hasta ahora la única línea clara de su gestión. Muestras de tal política son la cancelación del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), la retoma de la retórica belicista contra Irán, la funesta retirada del Acuerdo de París sobre cambio climático, o los no menos ominosos intentos por desbaratar la reforma conocida como Obamacare, lo que dejaría a más de 20 millones personas sin acceso a los servicios de salud.
Una de las disposiciones de la pasada administración que más ámpulas generaron entre los sectores duros del republicanismo fue el viraje histórico concretado en 2015, cuando Obama anunció con el presidente Raúl Castro el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos después de más de medio siglo de ruptura y hostigamiento. Trump ha manifestado en múltiples ocasiones su disgusto con esta decisión y con el relajamiento del ilegal bloqueo impuesto contra la isla, ya que, sostiene, los acuerdos signados significan una concesión estadunidense sin compensaciones de la parte cubana. En junio se concretó una primera muestra de la intención del magnate por volver al pasado en las relaciones con su vecino caribeño mediante un endurecimiento de las condiciones para que los estadunidenses viajen a la isla y la prohibición de entablar las relaciones comerciales con las entidades vinculadas al ejército cubano.
Ayer se dio un nuevo avance en dicho sentido al anunciarse la retirada de más de la mitad del personal de la embajada estadunidense en La Habana, así como la suspensión indefinida en el trámite y entrega de visas, debido a los efectos físicos inexplicables
–pérdida de audición, mareos, zumbidos, dolores de cabeza, fatiga, problemas cognitivos y dificultades para dormir– reportados por su personal diplomático durante los meses recientes. Hasta la semana pasada estas afectaciones a la salud recibieron la calificación de incidentes
, pero a partir de un comunicado del secretario de Estado, Rex Tillerson, pasaron a ser tratadas como ataques
.
Pese a las expresiones anticubanas de algunos políticos derechistas en Estados Unidos, hasta ahora la Casa Blanca no ha señalado a ningún responsable ni ha sido capaz de presentar algún patrón en las afectaciones a la salud de sus funcionarios, las cuales presuntamente se manifestaron después de que estos se hospedaran en distintos hoteles. Cabe destacar las facilidades otorgadas por el gobierno de Raúl Castro al permitir que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) condujera sus propias pesquisas dentro de la isla.
Aunque resulta incuestionable que la integridad física de su cuerpo diplomático es una prioridad para cualquier gobierno, voces dentro de Estados Unidos han señalado la falta de pericia en el manejo de las relaciones exteriores que delata una medida tan abrupta y carente de justificaciones. En este sentido, el proceder previo de Donald Trump hace inevitable que se establezca una fundada sospecha acerca de las verdaderas motivaciones que guían el nuevo alejamiento con La Habana.