omo hace 32 años, tras un sismo de magnitud 7.1 que sacudió el centro del país, este 19 de septiembre, la solidaridad incondicional de los barrios y colonias de la Ciudad de México, particularmente la de las y los jóvenes, y en estados como Morelos, Puebla y Guerrero, fue mostrada de manera inmediata. Desde el primer momento miles de personas, sobre todo jóvenes, acudieron a ayudar a otros seres que habían quedado atrapados. Fue conmovedor observar la manera en que la solidaridad se materializó en remover toneladas de escombros, bajo los cuales se hallaba gente con vida, o se recuperaban cuerpos de personas lamentablemente fallecidas. Una sorprendente coincidencia con la efeméride de la tragedia de 1985. De nuevo la irrupción de una gran red de responsabilidad civil se hizo presente, devolviéndonos la esperanza en medio de tan trágicos sucesos. Los medios de comunicación la reportaban en vivo y en directo, y mediante redes sociales, o cualquier otro medio, las mismas personas llamaban a organizarse y a brindar apoyos en los lugares de derrumbes. Son innumerables las respuestas al llamado que se recibieron, incluso a gritos en medio de las calles. Fueron primero mujeres y hombres jóvenes los que irrumpieron por todos lados para reportar daños desde la calle, para luego unirse con las señoras y señores de a pie
que ya ayudaban en edificios derrumbados, entre ellos una fábrica textil, edificios de departamentos, escuelas y viviendas populares.
Como un nuevo hecho significativo, las experiencias de las generaciones del terremoto de 1985 dialogaban ahora con las del sismo de 2017, entremezclados para actuar de inmediato a manos limpias en labores de acopio, traslado y rescate. Era conmovedor contemplar a jóvenes de distintas clases sociales y orígenes familiares, desde juniors hasta muchachas y muchachos de la calle, formar cadenas con un solo propósito: llevar ayuda a los caídos y a quienes los auxiliaban. El sismo del 19 de septiembre nos volvió a recordar, como cada año, aquellos talleres clandestinos de costura que en 1985 se vinieron abajo con mujeres trabajadoras dentro del edificio, y al movimiento de sobrevivientes que tras la tragedia se organizaron y lucharon por sus derechos sociales. Coincidentemente en esta ocasión fue una fábrica de ropa derrumbada en la esquina de las calles de Bolívar y Chimalpopoca, colonia Obrera. Lo que convocó inmediatamente a decenas de personas solidarias de las colonias vecinas a tomar el control de la zona y ayudar a remover escombros para rescatar a las personas atrapadas. Fueron cientos de vecinos, trabajadores de la construcción y vendedores ambulantes quienes también allí estaban, organizando y trabajando. Escenas muy similiares se repitieron en la escuela Enrique Rébsamen, de la colonia Nueva Oriental, Coapa, delegación Tlalpan; en las colonias Roma Sur y Norte, de la delegación Cuauhtémoc; en la colonia Del Valle, en la Condesa, y en zonas de Xochimilco. En total, más de 40. Y con el paso de las horas la solidaridad se volvía pujante también en Morelos, donde municipios como Jojutla reportaban daños y pérdidas enormes. Desde allá nos buscaban, y desde acá se les asistía también en lo posible con ayuda. Qué impresionante era ver la cantidad de personas movilizadas, pues para el miércoles pasado ya se calculaba que había por lo menos 40 mil personas apoyando en las calles, más el personal del Estado, que para entonces había ya hecho mayor presencia en los lugares de los derrumbes. Como en 1985, miles y miles de mujeres y hombres de la capital del país, sobre todo jóvenes, salieron a la calle a hacerse cargo de la tragedia. Jóvenes a quienes se presumía injustamente como anodinos e indiferentes a los sufrimientos y necesidades de los demás. Las personas mayores recordaban los sismos de 1985; era inevitable al observar los severos daños a viviendas e infraestructura en diversas zonas de la ciudad y del país. Sin embargo, la sociedad solidaria y organizada de hoy tuvo a su disposición medios mucho más vigorosos para coordinar y difundir con enorme eficacia cientos de esfuerzos de acopio, auxilio y ayuda voluntaria en las zonas más afectadas de la ciudad. Muchas y muchos mexicanos han recordado que lo fundamental es participar, ayudar, tener esperanza en que otra persona viva. Estos días nos enseñan que el estar ayudando de forma activa, como en las cadenas de manos que auxilian asistiendo a víctimas, alimentándolas, y el estar dando techo y cuidado, entre muchas otras tareas, son signo de un nivel ético y de un compromiso indescriptible con la vida. Somos ahora testigos y partícipes de abundantes expresiones de solidaridad, reflexión y organización, cuya continuidad en los siguientes días y semanas será clave para la reconstrucción física y moral de la población, luego de los desastres naturales de las últimas semanas.
En ese sentido resulta imperioso destacar que las personas afectadas y organizadas deben ser reconocidas como sujetos de derechos, y como tales incorporadas como actores en las tomas de decisiones. No sólo como observadoras o beneficiarias de las respuestas gubernamentales. Debe también distinguirse en todo momento la responsabilidad de las autoridades de proteger y garantizar los derechos humanos de la población, y el cumplimiento de su obligación de comprometerse en responder ante las limitaciones y amenazas que la situación de desastre presenta. Es seguro que en la situación actual la organización robusta de la sociedad civil no dará tregua para fortalecer su derecho a la participación en la solución de problemáticas como la de ahora en el país. Especialmente aquellas que revelan las devastaciones de este sismo. Pues, como afirmó Carlos Monsiváis en 1985, la señora Sociedad Civil en México sigue viva.
Me uno a las felicitaciones de muchas organizaciones y personas por los 33 años de vida y de trabajo de nuestro diario La Jornada.