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Rosalva Cuenca Ayala,
Margarita Warnholtz L. Trabajo duro y mal remunerado, entorno insalubre y ahora violencia, son algunas de las situaciones que viven los jornaleros agrícolas del norte del país. Aquellos a los que trasladan de un campo a otro en cajas de tráiler, como si fueran mercancía, cuando termina la cosecha en el Valle de San Quintín, Baja California, e inicia la zafra en Navolato, Sinaloa, por ejemplo. Son personas que llegan o llegaron de diversos estados del país, algunos llevan más de 20 años allá sin volver a casa, otros van y vienen cada año. Se ha escrito mucho sobre ellos pero eso no ha cambiado nada. Algunos viven, o pernoctan, más bien, en barracas dentro de los campos agrícolas, de donde no pueden salir o entrar después de determinada hora; otros, en lo que llaman cuarterías, lugares con cuartos minúsculos sin ventanas en los que se acomoda toda la familia, que sólo cuentan con un baño para más de 20 personas. Los obligan a manejar agroquímicos sin siquiera prevenirles sobre los peligros que esto implica y, además, fumigan los campos con los trabajadores dentro, ya sea manualmente o con avionetas que sobrevuelan esparciendo insecticidas encima de las personas. Si tienen suerte, los sacan antes de fumigar pero deben regresar inmediatamente, a manipular las plantas recién rociadas. Si se enferman, los despiden, así nada más. Las mujeres, además, están expuestas al acoso sexual de los capataces, de otros jornaleros, o a ser maltratadas o golpeadas por sus maridos. Se ven obligadas a trabajar durante sus embarazos exponiéndose, junto con sus futuros hijos, a insecticidas y fertilizantes dañinos.
En años recientes, a todo lo anterior se ha sumado, sobre todo en Sinaloa, la violencia del narcotráfico, el crimen organizado y las “fuerzas del orden” que, supuestamente, combaten a los anteriores. Cualquiera que se atreva a caminar por un pueblo en alguno de sus pocos días libres, o vaya a llevar a sus hijos a la escuela, corre el riesgo de ser alcanzado por una bala perdida o de ser levantado y asesinado porque lo confundieron con un integrante del grupo rival con el que se está peleando la plaza, o bien convertido en delincuente por la policía, sólo por estar en el momento y lugar equivocados. En medio de esto, hay personas que, sin llamar la atención y sin esperar nada a cambio, intentan mejorar la situación, como Rosalva Cuenca Ayala. Rosalva, mixteca de Oaxaca, llegó con su familia al norte del país a los seis años y desde los 10 comenzó a trabajar en los campos agrícolas, labor que continúa ahora a sus 34 años, ya casada y con tres hijos. Ella se unió hace años a un grupo de jornaleras que, bajo la coordinación del Instituto Sinaloense de las Mujeres, se dedica a dar pláticas sobre violencia familiar y derechos humanos. Asisten a los campos agrícolas, solicitan permiso a quien sea necesario y conversan con las mujeres. Pero Rosalva, y algunas otras de sus compañeras, van más allá de eso. “La gente se nos acerca y les damos nuestro número de teléfono, porque algunas no se atreven a hablar en las clases. Son muchas las que me llaman para pedir apoyo, o se nos acercan en la calle, nos hablan y nos dicen que tienen problemas, entonces les decimos a dónde pueden acudir y les damos información”, explica. Hay casos en que las mujeres no pueden salir de su casa; entonces, Rosalva acude a sus domicilios para auxiliarlas. A eso se dedica en sus ratos libres, que también utilizó para terminar la secundaria.
Rosalva también es fotógrafa. Siempre le gustó tomar fotos y cuando puede toma algunas que reflejan la situación en la que viven los jornaleros y las jornaleras. Su talento para la fotografía hizo que la invitaran a un encuentro de comunicadoras indígenas y de ahí en adelante comparte sus fotografías donde puede. “Me hice fotógrafa gracias a Guadalupe Martínez (coordinadora de la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México), una vez que vino por acá vio mis fotografías y me dijo que tenía buen ojo. Me invitó a un encuentro de comunicadoras y ahí tomé un taller de fotografía”, relata Rosalva. A Rosalva la invitan a diversos eventos en los que muestra su trabajo. Cuenta que gracias a que su esposo se va a trabajar a Estados Unidos y desde allá envía dinero para la familia, ahora ella ya no tiene que trabajar como jornalera todos los días y puede dedicar más tiempo a sus otras labores. Ahora es integrante de la recién fundada Agencia de Noticias de Mujeres Indígenas y Afrodescendientes.
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