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Los que andan por la tierra: Milton Gabriel Hernández García Profesor-investigador de tiempo completo del INAH
Uno de los pueblos indígenas más invisibilizados en la historia reciente de nuestro país es sin duda la “tribu” kikapú. Actualmente viven en reservas en Kansas y Oklahoma y en México se encuentran dispersos en dos estados: en la comunidad de El Nacimiento, del municipio de Melchor Múzquiz, Coahuila, y en Tamichopa, del municipio de Bacerac, Sonora. Después de ser despojados de sus territorios históricos en la región de los Grandes Lagos, al noreste de los Estados Unidos, en el siglo XVIII, los kikapú empezaron un dramático éxodo que los hizo pasar por Ohio, Kansas y otras latitudes de ese país, hasta que en 1850 hicieron una petición de tierra al gobierno mexicano a cambio de resguardar su frontera norte de los comanches y los apaches. En 1859 pudieron ubicarse en El Nacimiento, gracias a una concesión de tierras comunales que hiciera Benito Juárez, por más de 3,000 hectáreas. Posteriormente, lograron negociar la extensión de su territorio con el gobierno de Lázaro Cárdenas. En 1873, un grupo kikapú regresó al estado de Oklahoma y, posteriormente, en 1908, una fracción de este grupo se estableció en la Sierra Alta de Sonora, en el poblado de Tamichopa. Actualmente no existen más de 20 familias en esta localidad, dedicadas a la ganadería, la agricultura de subsistencia y la recientemente recuperada producción artesanal, consistente en la fabricación de tehuas o mocasines con piel de venado curtida y bordada con chaquira (Mager, 2006). Aun cuando algunos investigadores han postulado su inminente desaparición, su vida ritual tradicional persiste a pesar de la dinámica de la vida moderna y del desplazamiento lingüístico. El último hablante de la lengua materna en Sonora murió en los años noventa. Sin embargo, en años recientes este pueblo ha venido gestando un importante proceso de revitalización cultural, a través de la recuperación de danzas, música, ritos funerarios, fiestas tradicionales e incluso de formas ancestrales de gobierno. Los kikapú de Sonora han empezado a ser incipientemente reconocidos como un grupo étnico por el gobierno del estado y por la legislación. La Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas de Sonora, “reconoce los derechos colectivos de los pueblos konkaak (seri), hiak (yaqui), kickapoo (kikapú), kuapá (cucapá), macurawe (guarijío), o´ob (pima), tohono o’otham (pápago) y yorem maayo(mayo), así como a las demás etnias indígenas que, provenientes de otros estados, residen en forma temporal o permanente dentro del territorio”. Actualmente, José Luis Moctezuma Zamarrón, lingüista e investigador del Centro INAH Sonora, colabora en la realización de un diccionario de la lengua kikapú para uso de los aproximadamente 700 miembros de esta tribu que habitan alternadamente en el nacimiento del río Sabinas, en Coahuila, así como en Eagle Pass, Texas.
En 2014 murió Chakoka Anico Manta, considerado como un líder moral y espiritual de la tribu en Coahuila. Además de representar políticamente a los kikapú, era reconocido por poseer el don de la adivinación, que le fue otorgado por Dios o Kitzihaiata, quien, según la mitología, escogió a los kikapú para poblar la Tierra, cuidarla y vigilarla. Sin embargo, las condiciones políticas actuales han dificultado esta tarea. Aun cuando son binacionales, pues cuentan con las ciudadanías mexicana y estadunidense, el derecho de libre tránsito a través de la frontera se ha visto limitado con el recrudecimiento de las políticas migratorias y fronterizas que se han intensificado en años recientes, sobre todo a partir del mandato de Trump. El pueblo kikapú enfrenta actualmente un contexto social adverso, así como la ausencia de reconocimiento de sus derechos como pueblo indígena. Sin embargo, como su propia historia lo señala, durante siglos han enfrentado con dignidad y valentía las políticas de exterminio y despojo, reconfigurándose culturalmente en territorios diversos y distantes. Pero si algo han aprendido en este tiempo es a caminar por la tierra, buscando incesantemente que no desaparezca la llama de su cultura y el derecho a existir como pueblo, desafiando un destino que sólo les prometía la anulación de su rostro y su corazón kikapú.
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