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Las nubes de humo Nadia G. Zempoaltecatl C. Llegamos hasta aquel lugar, el humo nos recibió mucho antes que el calor que desprenden los troncos ardiendo. Una señora delgada con el pelo tieso apenas amarrado con una coleta nos observaba desde lejos; al reconocer a su comadre, no tardó en darnos la bienvenida. Nos dejó entrar a la carbonera que está cercana a Juan Diego de los pimas, en el municipio de Yécora, Sonora. Ella y su familia eran los encargados de cuidar los hoyos llenos de troncos que arden durante tres días y tres noches antes de estar listos para convertirse en el carbón que se venderá en las ciudades de ese estado.
Cuando se cuida el carbón no es posible ir a casa y regresar: se debe estar día y noche vigilando la humareda hasta que dejan de arder los troncos tapados bajo la tierra y 15 días más hasta que se enfríe el carbón y el humo de las chimeneas se torne blanco y débil. Por esta razón hay una casa a la entrada, es apenas un cuarto para dormir y una pared de lo que iba a ser otro. El techo de lámina está sostenido por unas vigas de madera. La cocina se ubica justo en ese cuarto que quedó sin terminar, ahí se ha instalado una mesa, una estufa y algunos trastes. La señora que nos invitó a pasar nos ofreció un café y le pidió a su hija, una adolescente morena de ojos pequeños y muy callada, que trajera dos sillas. Está joven es la madre del bebé que dormía plácidamente mecido por la maca que instalaron entre la pared y un árbol cercano a la cocina. El bebé tienes apenas unos meses y ya ha ido varias veces a la carbonera, con sus padres, sus abuelos y sus tíos. La plática es amena entre las comadres, pero la primera pregunta de la anfitriona es: “Ella, ¿quién es?”. “Una amiga de México”, contesta muy segura la mujer que me ha recibido en su casa estos años. “Vino a aprender ‘pima’ y conocer por aquí”. Mientras me presento observo a los niños, casi una docena, que juegan y corren entre los árboles del perímetro de la carbonera. ¿Por qué hay tanto niño?, pregunté. “Son de las mujeres, los traen cuando vienen a trabajar, también andan mis hijos por ahí”. A esta carbonera diariamente acuden hombres, mujeres y niños a llenar costales de carbón, los de 20 kilos se pagan a 2 pesos y los de 30 kilos a 3.50. Los dueños de las carboneras de la región son en su mayoría mestizos de Yécora y Maycoba. En el lugar se ven cerca de 39 hoyos, pero la señora que se queda a cuidar dice que hay más, han llegado a tener hasta 60, pero se ha reducido mucho, pues ya no hay tantos árboles como antes. Al dejar a las mujeres y acercarme a uno de los hoyos donde trabajaban dos hombres, el aire se vuelve sofocante, de cuando en cuando se levantan pequeñas nubes de humo que desaparecen en delgadas columnas clavadas de los grandes trozos de carbón, un calor potente se desprende de la tierra y hace muy difícil permanecer ahí. En esta región hay una gran incidencia de fibrosis pulmonar. Oiga, ¿cuántos costales puede llenar?, interrumpí. Uno de ellos me miró extrañado pero sonriente. “En los buenos días unos 100, cuando no, unos 70. Los hombres llenamos los de 30 kilos”. ¿Y una mujer no llena de 30 kilos?, le repliqué. “También llenan, pero menos. Ellas y los niños llenan mejor los de 20 kilos”. ¿También trabajan los niños? “Sí, algunos, los más grandecitos; a los chicos no está bien traerlos, luego se queman o se vayan a caer. Una vez una mujer traía a su bebé en la espalda, estaba llenado costales y que se cae el niño en los carbones, se quemó su cuerpecito, se lo tuvieron que llevar a Hermosillo. Es peligroso. Pero las mujeres no entienden”. El trabajo en las carboneras es temporal y de muchas maneras marginal, la población más vulnerable trabaja ahí, mujeres, niños y los hombres que se han quedado sin empleo en los aserraderos o en los ranchos. Los o’ob siembran con el temporal sus parcelas, practican la recolección, pescan en los ríos durante el tiempo lluvias, cazan guajolote silvestre, venado y jabalí sólo unos meses al año. Complementansu economía con su trabajo como vaqueros, albañiles, leñadores o en las carboneras; trabajos agotadores, temporales y mal pagados. Son los que se pueden conseguir sin recurrir a los que ofrece el narcotráfico. El bosque sufre ya la sobre explotación, sus imponentes pinos y encinos se han reducido dramáticamente por más de 20 años de aserraderos, y recientemente las carboneras. No obstante, la pobreza y la violencia del narcotráfico van en aumento ¿Qué futuro le espera a esta gente?
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