|
|||||
Juyyaánia o la falange del monte Hugo Eduardo López Aceves DEAS-INAH
En el sur de Sonora y el norte de Sinaloa, los antecedentes de los grandes cultivos agroindustriales se remontan a las últimas décadas del siglo XIX. En aquellos años, su auge iniciaría con el desmonte de miles de hectáreas de bosques de cactáceas, arbustos espinosos y demás especies, a fin de poner al servicio del “progreso” las tierras donde antes florecían. Carentes de tan formidable masa vegetal, sólo restaba fecundarlas sometiendo las aguas de los ríos Yaqui, Mayo y Fuerte para regar su suelo, hilvanándolas a una compleja nervadura de canales y esclusas. Más tarde, la tarea de alimentar al país se completó en la mitad de la centuria pasada con la construcción de grandes presas, erigidas como alarde del desarrollismo, y cuyo eco resonaría en otras latitudes. Actualmente, en la misma demarcación regional, los pueblos yoeme y yoreme conservan una noción clave, la de juyyaánia, cuya traducción más frecuente es la de “monte”. Juyyaánia o “el mundo de la naturaleza”, es el espacio donde crecen las plantas silvestres, en toda su riqueza y variedad, para beneficio y sustento de personas y animales. Entre dichos pueblos, el valor de este nexo se concreta en saberes-haceres, expresiones culinarias, técnicas y herbolarias, aunque acaso hoy la más representativa corresponda al ámbito ceremonial y simbólico. En éste, las esferas del mito y el ritual se reciprocan en la “ramada”, estructura de horcones de mezquite y techumbre de ramas de álamo y varas de carrizo, la cual es la representación de juyyaánia en cada centro poblacional yoeme y yoreme. Allí, al inicio de cualquier pajkojo´ota o “fiesta de la ramada”, los danzantes de pascola encarnan a los antepasados en su búsqueda de alimentos en el monte. Dicho acto, cuando es vuelto a observar por viejos y niños, muestra cómo lo hecho se recrea para perpetuar su orden y sucesión. Más adelante, ahora acompañados por sus músicos, los pascolas dan cuenta del ciclo dial, cuando caracterizan con sus ejecuciones, la presencia y los hábitos diurnos y nocturnos de la fauna de juyyaánia. En otro momento, su dimensión espacio-temporal queda plasmada simultáneamente en la “ramada” y en el monte metaforizado, mediante la coreografía del danzante de venado y las “estrofas” de los “cantavenados”, que evocan alguna escena o circunstancia ilustrativa en la existencia de sus creaturas. A partir del renglón ceremonial, se puede acotar el significado de juyyaánia como fuente proveedora de alimentos y constante para entender las cosmovisiones yoeme y yoreme. Empero, su contenido va más allá de esto, cuando consideramos que también se replica en el carácter del anthropos de dichos pueblos, es decir, en la noción de humanidad que reconocen para sí mismos. Igualmente, vale la pena recordar, como se entrevé al comienzo de la pajkojo´ota, su liga con la caza y la recolección,prácticas, que aunque hoy permanecen en la periferia de las rancherías más apartadas, siempre se complementaron, desde antes de la conquista española,con la agricultura de las riberas fluviales. Sin embargo, esta modalidad productiva de tipo “tradicional” –basada en la pluralidad de especies, tendiente al empleo racional de sus recursos y al autoconsumo–, en la actualidad ha sido rebasada por la agroindustria de monocultivos, cada vez más tecnificada y ecocida, diseñada expresamente para la obtención de grandes volúmenes.
Aunque el enfrentamiento cultural de ambas lecturas del mundo, amén del despojo histórico de la tierra y el agua alcanzan hoy un nivel inédito en las distintas expresiones del extractivismo nacional y extranjero, los pueblos yoeme y yoreme se sirven de nociones como la de juyyaánia para combatirlas. Esto es posible dado su sentido de relacionalidad con el territorio y su carácter integral, donde ninguna actividad humana queda fuera. Gracias a esto, el concepto de “monte”es un factor tan importante como el político, una vez articulados para la lucha organizada en favor del patrimonio biocultural, como en años recientes han encarado los yoeme con el trasvase del río Yaqui.Así, dado el preocupante deterioro socioambiental que nos impacta, resulta trascendental defender la indivisibilidad del anthropos y el entorno, entendiendo que la índole integral de juyyaánia y otras concepciones indígenas, son alternativas valiosas para solucionar la crisis planetaria que tanto nos agobia.
|